Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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Deprisa y corriendo tuvo que marcharse el miércoles Pedro Sánchez a Rabat, en una visita que no estaba previamente anunciada, para hacerse una fotografía con Mohamed VI. Ahora o nunca, debieron transmitirle desde la corte marroquí al presidente español. Y le faltó tiempo a Sánchez para coger el avión. Hace un año, con motivo de una cumbre entre los dos países, el rey lo dejó plantado y ahora, por razones que nunca van a estar claras, sí le ha dado la venia. Así se las gasta el monarca alauí y ese es el modelo de relaciones que España asume desde hace demasiado tiempo. La foto es el único resultado tangible de esa visita improvisada y relámpago. Que se sepa ni ha habido un acuerdo para reabrir las aduanas de Ceuta y Melilla, ni un compromiso de mayor colaboración para combatir a las mafias de narcotráfico y de la inmigración irregular ni ningún avance en los muchos contenciosos abiertos entre los dos países. Por lo menos, que se sepa. Los contactos de Marruecos con España están siempre recubiertos por un velo de ocultismo y el hermetismo es total cuando implican personalmente al rey, que maneja su país como un cortijo. La historia reciente de las relaciones entre los dos países está salpicada de hechos difícilmente concebibles desde una óptica de normalidad. La entrada masiva de menores a Ceuta en 2021 o los gravísimos incidentes de la verja de Melilla en 2022 fueron episodios de una tensión extrema. En medio de esos acontecimientos, España, en una muestra de pragmatismo político, pero también de cesión, dio un giro absoluto a su tradicional postura sobre el conflicto del antiguo Sáhara español y aceptó la soberanía marroquí sobre ese territorio. Aunque desde entonces la relación entre Madrid y Rabat ha dejado de ser una fuente permanente de enfrentamientos, Marruecos sigue imponiendo un modelo tan sobreactuado como arbitrario. La foto de Sánchez con Mohamed VI es el último ejemplo de esa arrogancia.
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