Editorial
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Los debates son la sal de la democracia y están íntimamente ligados a su origen. Sin la exposición y confrontación pública de las ideas de los candidatos, las campañas electorales se convierten en una mera repetición de consignas que, más que para seducir a los ciudadanos, parecen pensadas para galvanizar a los ya convencidos. Por eso, en su día, desde este periódico defendimos la necesidad de que los candidatos participasen en diferentes debates televisivos, como el celebrado el pasado lunes en Canal Sur, que llegó a tener una audiencia media de más de 400.000 espectadores, un dato que desmiente el supuesto desinterés de los ciudadanos por la política autonómica. Sin embargo, el debate de la RTVA puede considerarse como fallido. En principio tenía todos los elementos y medios para el éxito: acudían los candidatos con posibilidades reales de alcanzar representación parlamentaria y se contaba con un amplio equipo de profesionales y técnicos de TV muy experimentados. Sin embargo, falló algo fundamental, el formato del mismo, que fue completamente encorsetado, probablemente por las presiones de los partidos políticos para evitar exponer a sus candidatos a situaciones complicadas en las que no pudiesen acudir a los argumentarios y los lugares comunes. Los ciudadanos, más que a una confrontación de ideas y proyectos, asistimos a una sucesión de monólogos (los participantes ni siquiera se miraban a la cara) que apenas sólo se alteró en la pugna personal entre Juan Marín (Ciudadanos) y Juanma Moreno (PP) por erigirse como el candidato favorito del centroderecha.
Si, como decíamos, los debates son consustanciales a la democracia, también es de suma importancia que éstos se ejecuten de acuerdo a unos criterios que, en vez de proteger a los candidatos, busquen todo lo contrario: exponerlos para que sean los ciudadanos los que comparen las diferentes ideas y actitudes. También sería importante una mayor participación de periodistas independientes que puedan poner sobre el tapete diversas cuestiones incómodas para los candidatos. En definitiva, para que un debate sea realmente útil para los electores se requiere mayor libertad y menos regulación. Para buscar el mayor lucimiento de un líder político ya están los mítines y los diversos actos programados a su mayor gloria. Un debate, insistimos, debe ser un momento de argumentación y conflicto, de confrontación de ideas y talantes. Deberíamos aprender la lección para las próximas citas.
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