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Olas de calor que se prolongan durante días y días en fechas insólitas, una sequía sin precedentes en décadas y, de pronto, en vez de un periodo de lluvia propio de nuestras latitudes un temporal que los meteorólogos no dudan en calificar como ciclón subtropical y que estaría provocado por el excesivo calentamiento del agua del mar. Esa es la sensación que tiene cualquier andaluz sobre el clima que le ha tocado soportar durante los últimos años. Lo ocurrido durante la tarde del domingo en buena parte de la región, con vientos huracanados y lluvias de una violencia inusitada, es otro síntoma de una situación climática con elementos poco comunes hasta ahora. Sin recurrir a relatos apocalípticos ni establecer bizantinas discusiones sobre la participación humana en el calentamiento global, sí es evidente que hay que adaptarse a una situación que va a tener consecuencias múltiples para los ciudadanos. De entrada, las económicas. En una región que basa un porcentaje elevado de sus rentas y sus empleos en el turismo y la agricultura, el clima no sólo es un factor importante, sino determinante. Buena parte de la imagen que Andalucía proyecta en el exterior se basa en el disfrute que proporciona un clima benigno con muchas horas de sol al año y con temperaturas suaves mientras en el resto de Europa se padece frío, nieve y lluvia. Ese factor diferencial está en riesgo, como se ha visto a lo largo de los últimos años. Pero la acumulación de fenómenos adversos afecta también al día a día de todos los residentes en Andalucía. Desde el funcionamiento de los transportes públicos al calendario escolar, desde la seguridad ciudadana hasta la llegada de algunas producciones a los mercados, son muchas las circunstancias cotidianas que se ven amenazadas por el clima. Sin necesidad de elevar la anécdota a categoría, tómese el temporal del domingo como un dato más de una meteorología que cambia y no, precisamente, a mejor.
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