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A estas alturas nadie duda de que la invasión de Ucrania iniciada por Putin en febrero no va a ser un conflicto localizado ni de que dure poco tiempo. Todo lo contrario. El autócrata ruso ha dado un puñetazo en el tablero mundial y ha cambiado, quizás ya para siempre, el modelo geoestratégico con el que había funcionado el mundo desde la caída del Muro de Berlín. También ha provocado una crisis energética y de suministros que puede dañar la prosperidad de los países occidentales y sumir aún más en la miseria a los que estaban empezando a salir de ella. La reciente cumbre de la OTAN ha puesto de relieve la profundidad de estos cambios y sus posibles consecuencias, y ha dibujado un escenario en el que Andalucía se ve directamente concernida. El concepto estratégico desarrollado en Madrid por la Alianza alude directamente a la necesidad de reforzar su flanco sur. La frontera de ese flanco es la costa andaluza y los pasos de Ceuta y Melilla. Todo lo que pase en el norte de África y en el Sahel nos afecta directamente y cualquier crisis en esa zona tendrá repercusiones inmediatas en la región. Andalucía cuenta con una de las instalaciones estratégicas más importantes de Europa con la Base de Rota, en la que Estados Unidos tiene puesto un especial interés para el desarrollo del escudo antimisiles y como centro logístico para el desarrollo de misiones en una amplia zona del mundo. Pero, además, la costa andaluza es el paragolpes natural de las olas de inmigración que lleguen de aquella zona y de la infiltración yihadistas, que tiene uno de sus principales focos de cultivo en los países del Magreb. El flanco sur de la defensa occidental, y Andalucía dentro de él, se ha convertido en una zona sensible del mundo y ello, obligatoriamente, va a influir en nuestra política, en nuestra economía e incluso en nuestra vida como colectivo social.
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