Editorial
La añoranza del consenso
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Cataluña vivirá hoy el primer aniversario del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 sumida en la crispación tras los incidentes violentos protagonizados por minorías radicales de independentistas durante este fin de semana. Después de un año de uno de los momentos más complicados de la todavía breve historia de la democracia española, se puede afirmar que, aunque poco se ha avanzado en la solución del problema catalán, el panorama ha cambiado radicalmente, especialmente en el campo nacionalista. El independentismo se ha fragmentado definitivamente y poco queda de la unidad de acción que supo alcanzar en su órdago al Estado de Derecho. Como bien han señalado algunos analistas catalanes, hace doce meses los soberanistas discutían sobre cómo poner en marcha la construcción de una república independiente; sin embargo, hoy se limitan a competir entre ellos para hacerse con el voto del amplio (aunque no mayoritario) espectro soberanista. Actualmente, apenas les une la existencia de algunos políticos presos por su participación en una presunta rebelión contra el Estado. El día que estos reos dejen de existir, el independentismo sufrirá probablemente un proceso de fragmentación definitivo. En cualquier caso, la última palabra en este sentido la tendrán los jueces, que no deberán pensar en la conveniencia o no de una sentencia condenatoria o absolutoria, sino simplemente en aplicar la ley. Los ciudadanos no esperan otra cosa.
Una buena prueba de la discordia que se ha instalado en el antiguo bloque independentista es el cruce de acusaciones entre los sectores más radicalizados y violentos (fundamentalmente, la CUP y los Comités de Defensa de la República) y las autoridades de la Generalitat, que ven cómo les explota en las manos el apoyo que durante meses han dado a estos radicales, a los que han usado como tropa en las calles para imponer, allí donde han podido -especialmente, en la Cataluña rural y del interior-, el monopolio de la ideología soberanista en el espacio público. Las descalificaciones de unos y otros demuestran que la vieja unidad independentista es ya agua pasada.
Esta desunión, sin embargo, no está siendo bien aprovechada por un Gobierno central que está más pendiente de tapar las muchas vías de agua que se están abriendo en su gestión que en solucionar los principales problemas del país. Para iniciar el camino de la normalización de Cataluña hace falta un Gobierno estable y con un sólido apoyo parlamentario. Actualmente, no se da ninguna de las dos premisas.
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