Editorial
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Una de las grandes diferencias entre las ciudades antiguas y las contemporáneas es lo que se ha venido en llamar la contaminación acústica, que no es otra cosa que el exceso de ruidos. Inventos como el motor de explosión o la amplificación electrónica del sonido y costumbres nuevas que antes no existían o eran patrimonio de unas minorías, como el ocio nocturno, han provocado que nuestras urbes sufran de un exceso de decibelios, algo que no es una simple molestia, sino que puede derivar en enfermedades graves de tipo cardiovascular, hipertensión, trastorno del sueño, bajo rendimiento, deterioro cognitivo, tinnitus o sordera. El ruido causa 16.600 muertes prematuras en Europa y 72.000 hospitalizaciones al año, según la Agencia Europea del Medio Ambiente. El principal responsable es el tráfico rodado. Sin embargo, muchas veces da la sensación de que nuestras autoridades no se toman en serio este problema. Así los ciudadanos tienen que sufrir la contaminación acústica provocada por los veladores de bares que se saltan a la torera las ordenanzas de las ciudades sin que se les persiga o, incluso -lo que es más grave-, por los mismos servicios municipales. No es extraño que durante la madrugada el sueño quede interrumpido por los servicios de recogida de basura, que usan una maquinaria cada vez más estruendosa o que un ciudadano tenga que soportar en los parques públicos -a donde se supone acude para encontrar calidad ambiental- el ruido de sierras mecánicas y otro tipo de artefactos. Ahora, la Junta de Andalucía está preparando un decreto que regulará calidad acústica de las ciudades, intentando evitar las fuentes de ruidos elevados e impulsando medidas como las peatonalizaciones. Será un paso importante, pero da la impresión de que dicho decreto no haría completamente falta si los ayuntamientos se tomasen en serio su propia normativa. Los gobiernos locales deben comprender de una vez por todas que la calidad acústica de una ciudad es importante para el bienestar de los ciudadanos, tanto como las zonas verdes o el acceso a la cultura. Es hora de que este problema se tome muy en serio.
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