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A falta de algún último fleco, los españoles ya conocemos el Gobierno que Pedro Sánchez presentará hoy a los ciudadanos. En líneas generales hay pocas objeciones que hacer. A la práctica totalidad de los ministros se les supone preparación y capacidad de gestión para desarrollar las altas labores que les han sido encomendadas, incluso hay algunos nombramientos que se pueden considerar como especialmente atinados. El problema, por tanto, no será por falta de capacitación de los miembros del Ejecutivo, pero esto no es garantía de que todo vaya a ir bien en esta legislatura. Hay tres riesgos internos que acechan. El primero consiste en la posibilidad de que se cree una bicefalia entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. En este sentido, el presidente ya ha diluido al máximo el peso del líder de Podemos al nombrar cuatro vicepresidencias, el mayor número de la historia de la democracia. La bicefalia no es inevitable, como demuestra el ejemplo del Gobierno andaluz, que pese estar formado por PP y Ciudadanos está funcionando (en contra de lo que se dijo en un principio) con loable coherencia. El segundo riesgo es que Sánchez olvide la precariedad de la aritmética que lo sustenta, tanto por el magro número de diputados de PSOE y Unidas Podemos como por la volatilidad de unos apoyos externos que están en manos de independentistas y formaciones de sesgo radical. El presidente debería recordar siempre esta precariedad y evitar meterse en reformas de calado que sabe que no puede sacar adelante sin el apoyo del PP y del centroderecha en general. Finalmente existe un tercer peligro relacionado con una posible radicalización en las propuestas económicas y sociales de un Gobierno que tiene cinco ministros de una formación que, aunque se ha moderado en los últimos tiempos, siempre ha exhibido perfiles populistas. Sánchez acertará en tanto sea capaz de llevar una política moderada sin renunciar a los principios de izquierda que le exige su pacto con UP.
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