Editorial
Tragedia y devastación
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Si los pronósticos no fallan o no se produce un cambio sorprendente en los próximos días, nos vamos a adentrar en la segunda quincena de abril sin que haya caído una gota de lluvia en Andalucía. Éste era el mes en el que confiaban los meteorólogos para parchear la tremenda falta de agua que padece ya la región. Las perspectivas hacen que se empiece a vislumbrar un verano con fuertes restricciones en la agricultura y con un panorama que amenaza las reservas para consumo humano. La sequía es una realidad que va a condicionar los próximos meses en la región. Los cultivos de regadío son los primeros afectados, pero si la falta de lluvias persiste no va a tardar mucho en tener consecuencias para la vida cotidiana de los ciudadanos. La ausencia de precipitaciones tiene también otras consecuencias a las que habrá de hacerse frente de forma inmediata, como el aumento de incendios forestales derivado de la sequedad de los montes o la situación insoportable a la que se enfrenta el Parque Nacional de Doñana por la falta de regeneración de sus humedales y por la esquilmación de su acuífero. Urge que se arbitren de forma inmediata medidas para hacer frente a una situación que se veía venir en los últimos años, pero igual de importante es afrontar una planificación seria de un problema que, de acuerdo con el sentir general de la comunidad científica, tiene muchas posibilidades de no ser coyuntural. El aumento de las temperaturas medias y la reducción del régimen de lluvias es una evidencia que se ha dejado sentir durante las últimas décadas. Es una situación en la que economizar agua con medidas efectivas de ahorro y poner en marcha obras hidráulicas que permitan el aprovechamiento de todos los recursos existentes se antoja imprescindible. Andalucía es una región especialmente expuesta y en la que, por lo tanto, va a ser más necesario que en otras actuar de forma inmediata. Es una responsabilidad compartida por las administraciones central y autonómica que no admite demoras.
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