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La exhibición en el festival de Cine de San Sebastián de un documental en el que el periodista Jordi Évole entrevista al sanguinario dirigente de ETA José Antonio Urritikoetexea Bengoetxea, alias Josu Ternera, ha levantado las justificadas protestas de asociaciones de víctimas y de otros colectivos que consideran que se trata de una operación de blanqueamiento de uno de los etarras más despiadados. Ternera acumula uno de los historiales más siniestros de la banda terrorista que en 2011 dejó de matar y en 2018 anunció su disolución. El rechazo al documental no es un ejercicio de censura previa ni un cuestionamiento del derecho del informador a hacer una entrevista que considera interesante para la opinión pública. De hecho, las preguntas que se incluyen no son complacientes y si acaso es criticable la equidistancia con la que el periodista ha hablado del personaje en los contactos con los medios para promocionar su trabajo. Lo grave de este caso es que, con independencia de que el resultado final sea más o menos acertado, se da una tribuna a un personaje especialmente repulsivo que tiene responsabilidad directa en hechos tan execrables y cargados de asesinatos como los atentados del Hipercor de Barcelona, la Casa Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza o la Plaza de la República Dominicana en Madrid, además de haber ejercido la dirección efectiva de la organización. Y esa tribuna no la utiliza para pedir perdón a las víctimas o mostrar distancia con lo que se hizo durante medio siglo de violencia y muerte, sino para justificarlo y justificarse. En un momento de la entrevista se define como una “una persona cualquiera, con mis convicciones políticas, sociales y culturales”. Ternera intenta blanquear su imagen y eso es lo que ha provocado indignación y rechazo. El dolor causado por ETA está todavía presente en la realidad cotidiana de muchos cientos de personas a los que los terroristas cambiaron la vida. Los etarras no arrepentidos donde mejor están es en silencio y cumpliendo sus condenas.
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