Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
EN las últimas semanas hemos asistido atónitos a cómo el botellón ha degenerado en un verdadero problema de orden público que afecta a todas las grandes ciudades españolas. A los habituales problemas de suciedad, ruido e intoxicaciones alcohólicas de gentes muy jóvenes, cuando no menores de edad, se ha añadido ahora una inusitada violencia nihilista con agresiones de arma blanca, violaciones o ataques a las fuerzas policiales con verdaderas técnicas de guerrilla urbana. Son muchos los factores que se pueden contemplar para comprender (pero nunca justificar) este tipo de actos. Por lo pronto, no hay que desdeñar la ansiedad que se ha ido acumulando en los más jóvenes durante un larguísimo periodo de confinamiento, que ahora se estaría liberando de una manera desordenada y violenta. Pero es imposible no analizar estos hechos sin apuntar al fracaso de nuestra sociedad a la hora de educar los más jóvenes tanto en la escuela como en la familia, algo que también tiene que ver con la quiebra de la autoridad tradicional sin que esta haya sido sustituida por otra de nueva legitimidad. En gran medida, todos estos botellones que acaban en altercados demuestran el gran problema de inmadurez de nuestra juventud. Mientras la juventud no tenga acceso rápido a la emancipación –es decir, al trabajo y a la vivienda propia–, seguirá protagonizando actos nihilistas como los vistos en los últimos botellones. Todo esto, sin embargo, no significa que las administraciones no tengan que actuar con contundencia ante dichos hechos. No se puede permitir que una parte de la población secuestre determinados espacios y los degraden hasta convertirlos en auténticas zahurdas. Tampoco que determinadas minorías usen la violencia contra otros ciudadanos o las fuerzas de seguridad. Evidentemente, hay que intentar solucionar los problemas de fondo, como el desempleo de los jóvenes o la falta de vivienda, pero también atajar con las herramientas que permite la ley unos conatos de violencia ambiental y física que, durante los fines de semana, convierten algunas zonas de nuestras ciudades en inhabitables.
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