Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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El ya secretario general del PSOE de Andalucía y candidato de este partido a las próximas elecciones autonómica, Juan Espadas, ocupará próximamente un escaño en el Senado. Con el nombramiento de Espadas como senador se pretenden dos cosas: una política y otra personal. La política no es otra que darle al candidato socialista una cobertura institucional que le permita su intervención en la vida pública de una manera más eficaz y notoria. La privada consiste, sencillamente, en dotar a Espadas un sueldo con el que vivir una vez abandone la Alcaldía de Sevilla. Estamos, pues, ante un evidente uso torticero de la Cámara Alta, uno de los lugares donde, nunca se olvide, reside la soberanía nacional y, por tanto, merece el máximo de los respetos. El de Espadas no es ni mucho menos un caso aislado en la política española. Todos los partidos, especialmente el PSOE y el PP, suelen usar el Senado -especialmente, los escaños de designación autonómica- para sus intereses orgánicos. Lo vimos, por ejemplo, con el popular Javier Maroto, quien fue nombrado como senador por Castilla y León para compensar que no hubiese salido diputado por el País Vasco. Asimismo, Javier Arenas es senador por nuestra comunidad autónoma para equilibrar las luchas de poder en el interior del PP andaluz. Es hora de que los políticos se tomen en serio al Senado, una Cámara que los ciudadanos perciben como inútil y costosa, sólo apta para trapicheos políticos que poco tienen que ver con el bien común. Mucho se ha hablado sobre la reforma de esta institución para que sea verdaderamente útil. Es hora de que ésta se acometa de una vez.
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