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La desvaída celebración del Primero de Mayo en España ha reflejado a la perfección el papel de correa de transmisión política que se han atribuido los sindicatos y ayuda a explicarse las razones de por qué tanto Comisiones Obreras como la UGT son hoy tristes sombras de las potentes organizaciones que alumbró la Transición. Con la afiliación por los suelos en comparación con las centrales europeas, su poder de convocatoria en niveles ridículos, como se demostró el lunes, y sus líderes nacionales convertidos en meros peones de las estrategias políticas de la izquierda cabe preguntarse por el futuro que aguarda a los mecanismos de representación de los trabajadores. Pepe Álvarez y Unai Sordo han demostrado que están tan implicados en la campaña electoral como lo pueden estar Pedro Sánchez o Yolanda Díaz. Lo mismo que demostraron Carmen Castilla y Nuria López en la manifestación central de Andalucía que se desarrolló en Jaén. Sólo así cabe explicarse que los sindicatos convirtieran el Primero de Mayo en el ariete de una ofensiva contra el empresariado y olvidaran el papel determinante que en la pérdida del poder adquisitivo de los salarios y en el aumento de la inflación han jugado acciones y omisiones del Gobierno. Es evidente que la situación económica del país y las perspectivas que existen a corto y medio plazo hacen aconsejable que se llegue en una mesa de negociación a un pacto de rentas, de forma que todo el coste no lo asuman los trabajadores. Pero ese debe ser un acuerdo en que el asuman sacrificios tanto la parte laboral como la empresarial y en el que es imprescindible que esté el Gobierno. Por ejemplo, aprovechando el aumento de la recaudación fiscal para bajar impuestos o estableciendo un marco regulatorio que favorezca el desarrollo de los negocios con bajadas de cotizaciones y otras medidas. Esa es la parte que han olvidado los sindicatos en sus exigencias y que explican las razones que han evidenciado este Primero de Mayo la crisis de identidad que viven los sindicatos.
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