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El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha mejorado sustancialmente sus previsiones para España y ha fijado su crecimiento para este año en un 2,5% del PIB. Esta cifra supera incluso los cálculos, siempre muy optimistas, del Gobierno y sitúa a la economía española como la que mejor se va a comportar de toda la zona euro. Una parte importante de esta subida cabe atribuirla al turismo. 2023 va a marcar un nuevo récord en la llegada de visitantes extranjeros, dejando ya en el olvido la debacle que para el sector supuso la pandemia iniciada en 2020. Pero fue precisamente el Covid lo que evidenció la fragilidad de una actividad que está sujeta a factores de imposible control. La crisis sanitaria paralizó totalmente el turismo en el mundo, pero cualquier convulsión política, social o de cualquier otro signo hace que los viajeros se queden en su casa o cambien de destino. Numerosos expertos han alertado en los últimos meses sobre la incidencia que puede tener en el mercado turístico las cada vez más frecuentes e intensas olas de calor que se registran durante el verano en los países del sur de Europa. España, pero de forma muy especial Andalucía, es una clara candidata a verse afectada por este fenómeno. Los principales operadores del sector están empezando a detectar este año que los turistas buscan destinos más al norte donde las altas temperaturas no sean un obstáculo para desarrollar una actividad normal al aire libre. Desgraciadamente, parece que los episodios de calor muy elevado van a ser cada vez más una característica del clima en nuestras latitudes. El turismo es una actividad que proporciona ingresos y empleos con facilidad y rapidez. Pero, por sus propias características, es un riesgo convertirlo en el factor básico de la estructura económica. España tiene una excesiva dependencia del turismo. En el caso de Andalucía esa dependencia se eleva hasta convertirse casi en un monocultivo. La falta de diversificación es un lastre que antes o después termina por pasar factura.
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