Editorial
La añoranza del consenso
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Como se ha dicho ya en numerosas ocasiones, la epidemia de coronavirus que sufre España está siendo uno de los momentos más dramáticos de nuestra reciente historia, al menos desde los años 50 del pasado siglo XX. Sólo hay que recordar los casi 14.000 fallecidos provocados por esta enfermedad para comprender que estamos ante un auténtico desastre. Con estos datos, sería casi un sarcasmo decir que podemos encontrar algo positivo en esta crisis que ha puesto de luto a tantas familias, luto que además no ha podido ser formalizado según nuestras costumbres sociales, que ahora más que nunca se nos muestran como auténticos ritos de catarsis y no como meras formalidades banales. Además, está la angustia instalada ya en tantos hogares ante la inminente crisis económica y social que se abate sobre un país que, para salvar a miles de vidas, ha tenido que suicidarse económicamente, sin que sepamos aún muy bien el alcance de las medidas. Sin embargo, sería un exceso de pesimismo afirmar que dentro del desastre no se han visto comportamientos que nos hacen pensar, una vez más, que la especie humana es más que ese homínido destructor y sin escrúpulos que algunas tendencias del pensamiento actual nos quieren hacer ver. Recientemente, hablábamos en estas páginas de las grandes muestras de solidaridad de algunas grandes empresas privadas, desde la Fundación Amancio Ortega hasta Ebro Foods, pasando por Caixabank o Caja Rural del Sur, loables iniciativas que algún miembro del Ejecutivo se ha permitido menospreciar. Pero, mucho más allá de las grandes corporaciones, lo que llama la atención es la gran oleada de solidaridad protagonizada por pequeñas empresas y comunidades o, sencillamente, por ciudadanos a titulo individual. Todos los días se pueden leer en este periódico muchas historias que nos hacen sentirnos orgullosos de nuestra comunidad: restaurantes que llevan comida a los sanitarios que luchan sin descanso contra el virus, venteros que ofrecen gratis sus servicios a los transportistas, conventos que han dejado de hacer dulces para fabricar mascarillas, ingenieros que se han dedicado desinteresadamente a buscar la forma de fabricar respiradores de forma rápida y barata, y un larguísimo etcétera. El español ha demostrado, una vez más, ser un pueblo que sabe responder con nobleza ante las adversidades. Cuando todo esto pase, las autoridades no sólo tendrán que reconocer de alguna manera toda esta generosidad ciudadana, sino que también deberán intentar que no se esfume un capital de solidaridad que va a ser imprescindible en la crisis económica que, por desgracia, se avista en el horizonte.
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