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En algunas de las protestas que se han producido en diversas ciudades españolas, entre ellas varias andaluzas, contra los efectos de un turismo masificado y sin control se ha cargado, de forma injusta, contra los turistas como responsables de esta situación. En Barcelona, por ejemplo, se llegó a acosarlos en calles y terrazas y empiezan a ser frecuentes las pintadas en las que se exige que se vayan. Es un enorme error. Los turistas son los que menos culpa tienen de que la falta de planificación y la obsesión por incrementar a cualquier precio las cifras de visitantes haya alterado para mal la vida cotidiana en los centros de las ciudades y haya hecho imposible el acceso a una vivienda, sobre todo en el mercado de alquiler. En Andalucía tenemos un ejemplo de cómo la política que se ha llevado a cabo desde la Consejería de Turismo no ha ayudado a encauzar el problema, sino a agravarlo. La negativa a introducir una tasa turística, que han pedido los alcaldes de muchas de las ciudades afectadas ante el temor de que ello rebajara la cifra de visitantes, es sólo un caso entre muchos. En Sevilla, el pleno del Ayuntamiento, gobernado por José Luis Sanz, del PP, ha pedido esa tasa para destinarla a la conservación del patrimonio y a acciones en los barrios de forma que el turismo se vea como un elemento dinamizador y no como un problema. Hasta ahora esas peticiones han caído en saco roto entre otras cosas por la presión que ejercen los empresarios de la hostelería y de los hoteles. Mientras la situación se enquista, los turistas son también víctimas obligadas a transitar por calles colapsadas y a hacer largas colas para acceder a cualquier monumento, con lo que la experiencia de la visita empeora. La principal riqueza de Andalucía está provocando efectos indeseados ante la pasividad de los responsables de evitarlo, que no son, ni mucho menos, las personas que se gastan su dinero en nuestra tierra.
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