Javier González-Cotta

Aleluya sangriento

La tribuna

Se habla de que las víctimas son casi siempre niños, pero también hemos visto a niños de Gaza escupiendo sobre cuerpos mutilados de israelíes expuestos como trofeos en camionetas

Aleluya sangriento
Aleluya sangriento / Rosell

19 de octubre 2023 - 00:00

Jorge Luis Borges tenía a la Biblia por el más fascinante libro de literatura fantástica. Las religiones derivan muchas veces en una rica gavilla de cuentos fantásticos que resultarían aún más fascinantes si el hombre no los manipulara para sus abyectos fines. La carnicería de Hamas perpetrada contra inermes civiles israelíes llevó por nombre Diluvio de Al Aqsa, que remite, quién lo diría, a un hermoso pasaje del Corán.

Gran parte del conflicto palestino tiene en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén una de sus fuentes de odio recíproco. El Muro de las Lamentaciones, situado en el sagrado Monte del Templo para el judaísmo, convive espacial y dramáticamente con las mezquitas de la Roca, la Cadena y Al Aqsa. Para los musulmanes, Al Aqsa (“la mezquita más lejana”) es el tercer corazón sagrado del islamismo. La tradición señala que fue aquí, en una sola noche del año 612, donde Mahoma, a lomos de un blanco potrillo, inició con el arcángel Gabriel su doble ascensión hacia el trono de Dios a través de los siete pisos del cielo representados por los profetas (Adán, Juan el Bautista, Jesús, José, Aarón, Moisés y Abraham). Para la ortodoxia judía el Monte remite al sacrificio de Isaac. La Explanada está custodiada por Jordania, pero se halla controlada por Israel tras la anexión de Jerusalén Este y Cisjordania en la Guerra de los Seis Días (1967).

Da tristeza saber que asociaremos para siempre el bello relato de la ascensión de Mahoma por los siete pisos del cielo al bestialismo cometido por Hamas. “Incluso en la jerarquía del mal hay una especie de escala”, señala el escritor israelí David Grossman, azote del corrupto Netanyahu. La estética de los actos perpetrados por los salvajes de Hamas es importante reseñarla. Opuesta a la más laica Fatah (junto con los Lion’s Den de Nablus y la Brigada Al Quds presentes en Cisjordania), la sunita Hamas, asistido por el chiíta Irán, ha hecho de la acogotada Franja de Gaza un coto irredentista del odio (su último fin: exterminar Israel). Responde, pues, a un ente paramilitar terrorista (yihadista y nacionalista), cuya aspiración teocrática es crear un Estado Islámico con capital en Jerusalén, semejante al ISIS.

Se nos hace difícil convivir con los necios que, al asociar Israel de manera naif sólo con opresión colonial y capitalismo (la ignorancia como delito), son incapaces de condenar sin ambages actos tan alucinantemente bárbaros como los cometidos por Hamas en el sabbat negro. En España Sumar, con la patética sucursal de Podemos, evidencia que su logístico apoyo a los palestinos no es más que fanatismo pueril de marca blanca (¿las Yolandas y Belarras darían su sí a la sharía que anhela Hamas?). El citado Grossman, Avirama Golan, Aviad Kleinberg, más un centenar de israelíes progresistas, han desnudado las vergüenzas de sus bobos compañeros de viaje ideológico en Europa y el mundo al no condenar a Hamas, lo que los expone allí en Israel y los esteriliza en su lucha política por defender la igualdad entre el estado nacional judío y los palestinos.

Se habla de que las víctimas de esta guerra insufrible son casi siempre los niños. Disculpen la molestia, pero también hemos visto a niños de Gaza escupiendo sobre los cuerpos mutilados de los israelíes expuestos como trofeos en camionetas o arrojados al suelo como guiñapos sanguinolentos. Claro que son también niños los cuerpos inermes, polvorientos y tintados de sangre que aparecen atrozmente bajo los escombros en los ataques de Israel. A falta de confirmarse su autoría, la masacre total del hospital Al Ahli al Arabi de Gaza, a cargo de la Iglesia Episcopal Anglicana de Jerusalén, nos adentrará, sin vuelta atrás, en el abismo.

No habría aquí espacio suficiente para citar los desmanes cometidos por Israel contra los palestinos (incluido el apartheid impulsado por el mesianismo de colonos y ultraortodoxos exentos del servicio militar). El libro de Ana Carbajosa, Las tribus de Israel: la batalla interna por el Estado judío, se asoma a la complicadísima amalgama social e interétnica que define a la actual sociedad israelí (sin olvido de palestinos cristianos, árabes de nacionalidad hebrea, israelitas negros y los Beta Israel o etíopes judíos). La atacada Sderot por Hamas es un bastión de Netanyahu, pero hay kibutzs cercanos donde impera la izquierda israelí. Es la misma sociedad democrática que ha estado al borde de la guerra civil por culpa de su inepto y abrasivo gobierno salpicado de ultras. Con o o sin invasión de Gaza, el Diluvio de Al Aqsa ha unido las costuras civiles de Israel. La guerra nunca acabará bajo el Hallelujah de Leonard Cohen.

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