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El idealismo y la democracia no maridan bien. Esta conclusión, evidente para quienes peinan canas y todavía impensable para las generaciones más jóvenes e ilusionadas, ya la desarrolló el economista austroestadounidense Joseph A. Schumpeter en 1942. En su libro Capitalismo, socialismo y democracia, Schumpeter definió la democracia moderna –la nuestra– como un sistema de partidos que no buscan el bien común sino la competencia política; y que los ciudadanos no tenemos soberanía completa sino la posibilidad de aceptar o rechazar al grupo de personas que nos gobierna. Pero no de gobernar a través de nuestro voto, hablando en plata.
Schumpeter, que, por hacer una analogía futbolística, es al pensamiento político y filosófico contemporáneo lo que ¿Xabi Alonso? al fútbol europeo del siglo XVI –es decir, no uno de los mejores de la historia pero sí un muy buen jugador–, afirmó que el bien común era una entelequia. Dado que las personas tenemos distintas opiniones y valores, el bien común es una cosa bastante mínima y reducida. Sobre todo, cuando pretende cubrir al conjunto de la sociedad.
Por eso, y con Schumpeter en la mano, defender la amnistía para los protagonistas del procés“en el nombre de España”, “el interés de España” o “el camino más seguro para la unidad de España”, no es solo un atrevimiento sino un síntoma de conocer parcialmente los principios democráticos con los que debe tener un Presidente del Gobierno de España.
Hasta la fecha de la investidura de Pedro Sánchez, el grupo de población más numeroso que ha aprobado los acuerdos de la investidura –aunque no fueran directamente preguntados por la amnistía– es la militancia del PSOE. Es decir, 172.000 personas. Así, resulta grotesco defender nada “en el nombre de España”.
El cambio de opinión, práctica habitual en Moncloa últimamente, ha llegado tras los resultados del 28-M. Antes de la fecha, los socialistas ni se planteaban amnistiar a los secesionistas. Pueden visitar la hemeroteca. Algunos de los ministros actuales llegaron a poner la Constitución para justificar el “indulto sí, pero amnistía no”. Aunque no lo crean, estos hechos ocurrieron hace muy poco.
Estoy a favor de las independencias. En el año 2003, Montenegro negoció en la Constitución de Serbia y Montenegro la posibilidad de separar sus caminos. En 2006, el 55,5% de la población votó a favor de separarse de Serbia. Para ello, cumplieron con las tres condiciones que se les exigieron para conseguirlo: esperar un mínimo de tres años para celebrar la consulta, un índice de participación de más del 60% –fue del 86,3– y acuerdo por mayoría cualificada del 55%. Con los papeles en regla, Montenegro se independizó. En Cataluña, la inmensa mayoría del procés ha querido hacerse por las bravas desde el 1 de octubre de 2017.
El acuerdo de investidura, y las ruedas de molino con las que han comulgado algunos por sacarlo adelante, beneficia enormemente a Cataluña sobre otras comunidades autónomas. Por cercanía, y ya por egoísmo, pienso en Andalucía.
Como andaluz; me duele profundamente que se nos siga pisoteando, que el PSOE-A no haga una campaña similar a la de los socialistas manchegos o que el PP-A se limite a subrayar el mismo discurso que los populares de Madrid; como andalucista, que no nos pongamos de frente ante dos de los sujetos políticos que más han perjudicado y despreciado al andalucismo político y cultural.
Por un lado, el PSOE, que tantas deudas debe a su cantera de votos en Andalucía y que acabó perdiéndola, en gran medida, por el daño que le ha hecho en nuestra tierra; por otro, el nacionalismo catalán, para quienes los andaluces siempre hemos sido ciudadanos de segunda clase, con tradiciones borreguiles, vagos y toda esa ristra de tópicos. Hay hemeroteca. Los andalucistas no podemos apoyar la amnistía si entendemos que el pacto nos perjudica y que quienes se beneficiarán de la nueva ley no fueron condenados por sus opiniones políticas sino por hacer las cosas en paralelo a la legalidad.
Pero ya hemos perdonado esto. Por suerte, en Andalucía aceptaremos el olvido mucho antes que el resto de territorios. Aquí llevamos décadas perdonando el pisoteo político, las tramas de corrupción, el maltrato a Doñana, el uso de nuestros símbolos culturales para vender la Marca España –Madrid, Capital del Flamenco, recuérdenlo– sin que se nos reconozca ni beneficie o que, cada cierto tiempo, vengan con la bandera blanca y verde a decirnos “andaluces, levantaos”. Hemos amnistiado todas estas mentiras.
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