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Basada en la teoría de Giordano Bruno sobre la existencia de mundos infinitos, necesariamente creados por un Dios infinito, Paul Auster sostiene en Un hombre en la oscuridad que “no hay un único mundo sino muchos mundos, y todos discurren en paralelo, mundos y antimundos, mundos y sombras de mundos y cada uno de ellos lo sueña, lo imagina o lo escribe alguien en otro mundo. Cada mundo es la creación mental de un individuo”. No conozco mejor definición del espíritu y el motivo de toda literatura que esa. Y como expresión de la vida, cada rostro, cada mirada, cada mente, cada alma es un mundo.
El personaje principal de la novela de Auster es August Brill, un crítico literario jubilado, que vive en Vermont con su hija, abandonada por su yerno, y con su nieta, cuyo novio murió trágicamente degollado por el Estado Islámico. Son una familia desconsolada, “y todas las noches Brill se queda despierto en la oscuridad, tratando de no pensar en su pasado, inventando historias sobre otros mundos”. En una de aquellas interminables noches inventa la historia de un hombre que ha creado en su mente una guerra civil en un país en el que parecía impensable que la hubiera: varios estados han declarado su independencia. Para detener la guerra es preciso matar a la persona cuya mente la originó. Solo así volverá la unidad y la paz. De buscar al hombre adecuado para ejecutar el tiranicidio se encargará Brill. Entre tantos de su universo paralelo elige a Owen Brick, un mago perplejo en su nuevo mundo. Sin embargo, un principio ético impide a Owen matar a Brill, su creador y su alter ego. La historia finaliza en armonía con la oscuridad.
Para August Brill y para nosotros la ficción literaria es liberadora de una realidad que estremece. Y aunque todavía no estemos en guerra, algunos están empeñados en imaginarla. El papel de la política honrada es entonces crucial como catalizadora de una realidad plural. Sin embargo, así como a la literatura no le faltan escritores imaginativos capaces de ayudarnos a cauterizar los males del presente, a la política le faltan políticos que abandonen el mundo irreal de ficción infantil en el que viven aislados. Sería recomendable recordarles a Maquiavelo para salir de su burbuja: “es conveniente buscar la verdadera realidad de las cosas más que la simple imaginación de las mismas”. Quien vive de espaldas a la realidad, cava su ruina.
Para evitarla, el gobernante ha de pensar qué hacer y hacerlo. Así conseguirá los objetivos que atienden al bien común. Y no se trata de reemplazar el pensar por el hacer según la terminología platónica analizada por Hannah Arendt en La condición humana. Para la filósofa judía la acción política razonable está dividida en dos fases: el comienzo, realizado por una sola persona, el gobernante, y el final, en el que se unen muchas para acabar la empresa aportando su ayuda.
En una sociedad democrática, ante una situación como la actual, el ciudadano se pregunta y piensa qué hacer y cómo actuar, y surgen así dos respuestas paralelas y asimétricas: o bien decantarse por el tiranicidio, un método antiquísimo cuyos resultados son siempre imprevisibles; o volverse hacia sí mismo, enrocarse en la familia, el trabajo, los pequeños placeres de la vida, un beso o un abrazo infinito, la lectura, la música excelsa de los siglos pasados. En suma, se trataría de escapar de la política, renunciar a la participación, esto es, a la responsabilidad social. Es la solución que propone Brill a Katya, su nieta: escribir una comedia, “algo ligero, cualquier pamplina sin importancia, algo intrascendente, lo más entretenido posible”. Sin embargo, alguien en algún lugar replicará como ella: “¿Quién quiere divertirse?”
¿Quién quiere divertirse en esta dolorosa e incomprensible coyuntura? Desterrar a los ciudadanos de la esfera pública, insistiendo en derivarlos hacia los asuntos privados, parece ser el objetivo que persiguen quienes fomentan la idea perversa de que solo el gobernante debe atender los asuntos públicos. Dejarlo todo en sus manos. Pero, en una palabra, como sentencia Arendt, escapar de la fragilidad de los asuntos humanos es abandonar la política por completo. La comedia y el entretenimiento, la comedia televisiva y de las redes sociales, esa que sufrimos a diario, no es la solución. Hemos de resistir la tentación del quietismo aunque otros mundos nos arrastren hacia su comodidad. En ese caso, hago mías las palabras de Cicerón a César: hemos de pagar a la patria lo que le debemos.
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