La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
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Aunque muchas prácticas deportivas tienen su origen en la Antigüedad clásica, el XX ha sido el siglo del deporte, como cultura, como vehículo de transmisión de grandes valores, como negocio lucrativo y como escaparate de una sociedad y un país. El fútbol americano es uno de los modelos que mejor expresan una manera de ser, de vivir y de pensar.
A unos días de la Superbowl, la final del campeonato profesional de Estados Unidos, que será vista por millones de personas en todo el mundo, sería oportuno explicar a quien no conozca este deporte sus virtudes intrínsecas, aunque no lo entretendré con las reglas de un juego que tiene sus orígenes en el rugby inglés. De él tomó la forma ovalada del balón, la disposición de las porterías, algunas normas de juego y la zona final o end zone situada detrás de cada una de ellas.
Pero si hay virtudes comunes a estos deportes anglosajones -orden, unidad, disciplina, sacrificio, solidaridad-, las coincidencias entre ellos no les hacen iguales. El fútbol americano, por la coyuntura económica y social en la que surgió, entre las clases trabajadoras de las ciudades industriales del norte a fines del siglo XIX, posee características propias, expresión de una ideología basada en la libertad, en el esfuerzo y en el trabajo, gracias a la cual el país se convirtió en la primera potencia económica y política del mundo.
Avanzar es la primera gran idea del juego. Está prohibido retroceder. El balón solo puede ser lanzado hacia adelante. Quien mira al frente y deja el pasado atrás, progresa y vence. Quien se queda parado en el tiempo se estanca y languidece. Vale tanto decirlo para las personas como para las naciones. Por el contrario, este juego es puro movimiento y acción y por eso está lleno de espectacularidad.
El campo está dividido en dos mitades de 50 yardas de largo cada una y en una yarda indeterminada comienza el partido con la posesión del balón por parte de uno de los equipos. A partir de ese momento sólo cabe avanzar para entrar con el balón en la end zone. Para lograrlo, el equipo que ataca tiene derecho a cuatro oportunidades (down o intento en inglés) para superar al menos diez yardas desde el punto de partida. Si las alcanza tendrá otras cuatro y así sucesivamente. A veces con un solo down se puede entrar en la end zone, pero es un riesgo que el líder del equipo debe calcular muy bien. El equipo contrario ha de poner todo su talento defensivo en que ese propósito no llegue a su fin. Si lo consigue se le entregará la posesión del balón y tendrá las mismas oportunidades para llegar a la end zone opuesta.
Así pues, la segunda gran idea es que, pensado para aquellos emigrantes europeos que pretendían prosperar en un país de oportunidades, este deporte es toda una enseñanza, un modelo cultural. Quien lo juega o lo disfruta como espectador recibe el mismo mensaje: todos tienen derecho a las mismas oportunidades y todos han de avanzar hasta la end zone, la tierra prometida, el sueño americano, la meta que cada uno ha de proponerse en la vida a pesar de las dificultades que la hagan peligrar. Por eso es tan importante la tercera idea, el espíritu competitivo, sin el cual no será posible vencer los obstáculos.
La cuarta idea tiene que ver con los medios y los méritos para lograrlo, pues no basta la fe, aunque sea inconmovible. Es necesario el talento, sea físico o intelectual. El talento individual y la suma de los talentos -el trabajo en equipo-, que forman una empresa. Pero como el talento es naturalmente desigual, unos tienen mucho y otros no tanto, y tener mucho o poco proporciona un lugar alto o bajo en la jerarquía, es necesario reconocer el liderazgo del que más tenga. Ese papel lo representa el quarterback, (mariscal), dotado de audacia, seguridad en sí mismo y resolución, el líder del equipo, el único que tiene en el campo el poder de decidir la estrategia para conseguir las yardas necesarias. El resto de sus compañeros, dotados de talentos físicos, dribling, fuerza y velocidad, y también de valentía, siguen no sólo sus instrucciones, sino que las ejecutan; los defensores le protegen de quienes quieren arrebatarle el balón o hacerle daño; los receptores corren hacia adelante y a uno de ellos enviará el balón bien para ganar oportunidades, bien para conquistar directamente la end zone logrando un touch down. La última idea es, pues, que el trabajo en equipo no implica igualdad entre los trabajadores o jugadores, sino solidaridad y conjunción entre distintos talentos para llegar a un fin. Y el fin es siempre ser los mejores aprovechando las oportunidades.
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