La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
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Las elecciones gallegas han sido unas elecciones nacionales. Unas elecciones determinantes. Los grandes cambios en España, un país incapaz de reformar su Constitución, se producen en los últimos años como consecuencias del Estado de Partidos. La quiebra de la hegemonía de los populares en Galicia, prácticamente ininterrumpida en una de las tres nacionalidades históricas, y en un contexto como el actual, donde el significante de la plurinacionalidad confederal se ha generalizado en el discurso, hubiera supuesto un punto de inflexión importante en la interpretación de nuestra forma territorial, considerando, claro, que se hubiera producido a favor de una fuerza soberanista gallega. De eso iban estas elecciones y no ha sido así. El resultado es rotundo en lo que respecta a la reválida inequívoca del cuerpo electoral gallego –la quinta seguida, nada menos– al PP y, en cierta medida, también a Feijoo.
No obstante, no todo sigue igual. Las elecciones gallegas han evidenciado la decadencia del PSOE como partido estructurante del Estado español. La capacidad asombrosa para la gobernabilidad que ha demostrado el presidente es paralela a la pérdida de relevancia del PSOE como formación de izquierdas trasversal con capacidad para ser fuerza de gobierno en diferentes territorios y estructurar territorialmente el Estado. La idea del PSOE como partido que más se parece a España tenía implicaciones más allá del eslogan. El funcionamiento del sistema político español descansaba en buena medida en esa capacidad federal del centro izquierda como competidor electoral y opción de gobierno en todas las nacionalidades y regiones. Las elecciones gallegas, por el contrario, confirman la sustitución del Partido Socialista como alternativa al Partido Popular en beneficio del nacionalismo del BNG, y, paradójicamente, retratan también al Partido Popular como el gran actor y a la vez gran beneficiario del federalismo del sistema. El PP es hoy un partido con evidentes dificultades para gobernar la nación, pero con un innegable potencial federal. Es desde el federalismo del sistema desde donde ha resistido. Allí donde no requiere de Vox, como en Andalucía y Galicia, el Partido Popular ha demostrado además plasticidad suficiente como para ser capaz de integrar dos identidades fuertes, autonómica y española, generando una sólida hegemonía electoral desde las instituciones. Emulando algo al PNV en Galicia, algo al viejo PSOE en Andalucía. En este contexto, creo que todo intento de modificar sustancialmente la estructura territorial del Estado español, al margen del Partido Popular, estaría dando la espalda a nuestra realidad autonómica. Las elecciones gallegas han reafirmado que el confederalismo por los hechos era una ilusión o un fraude de Constitución.
El momento más importante de la campaña electoral gallega ha sido sin duda aquel en el que deliberadamente Feijóo se mostraba predispuesto a valorar, en determinadas condiciones la posibilidad de un indulto. No parece que dicha declaración haya tenido demasiada influencia en el resultado electoral, tal y como se vaticinó por parte de muchos. Se trata, no obstante, de una declaración que no ha sido refutada radicalmente. El indulto a partir de ahora no será anatema. El indulto con condiciones, no la amnistía, parece ser el marco ambiguo de los populares. El giro fue audaz y de haber perdido Galicia, hubiera sepultado las opciones de Feijóo como presidente. No siendo así, el Partido Popular ha ganado la posibilidad de mirar a la cara una realidad, y es que ningún gobierno de España, de cualquier color, podría haber afrontado la tarea de la gobernabilidad del país sin considerar medidas de gracia respecto al independentismo catalán. La lección aprendida es que lo determinante democráticamente es que dichas medidas puedan ser explicadas como una política de Estado, magnánima e integradora, y no como un negocio jurídico. El desliz de Feijóo es así un desliz necesario para ser presidenciable con algo más de credibilidad y posibilidades. Porque que no se llega a Moncloa por la Plaza de Colón es ya conocido.
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