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Puede extrañar la concesión del Nobel para Peter Handke si pensamos en la literatura como predicamento, como una materia que rueda, fermenta y se irradia para seguir compartiéndola. No es un autor muy leído Handke, aunque sí, creo, que bien leído. Quizá es eso lo que importa. Que su escritura ahonde y produzca frutos dulces y exóticos más que se multiplique a la manera de los cultivos extensivos.
Lo que escribe Handke tiende siempre a la excepción y lleva la marca, entre marginal y desequilibrada, de quien observa la realidad con una escritura donde podríamos atisbar el aislamiento, el inconformismo o la disidencia. Como suele ocurrir en el campo de la creación, su obra está tan unida a su biografía que en cierto modo los libros de Handke lo prolongan y en ellos reaparece su personalidad inestable y lenta, casi de sociedad predigital, reacia a tener, a la desazón de tener e inclinada a buscar: "Repetir la mirada del bebé dirigida a la luz del cielo, hasta el final", escribió. O: "Siempre que experimento lo bello, quiero prometerle algo". De ahí viene su búsqueda de esos paraísos que añoramos aun sin nunca haberlos vislumbrado. De ahí, su cuidado preciso de la palabra (la forma impulsa al fondo, decía), su identificación con el arte románico al que llamaba su patria rural, o su tendencia a la mística, al viaje o a la introspección.
Donde quizá quede mejor reflejada la personalidad de Handke es en su exilio de Austria y su dispersión por los caminos de Europa sin rumbo y sin tiempo. Entre noviembre de 1987 hasta julio de 1990 vagó sin residencia fija. En Andalucía, pareció imitar el itinerario mítico de los viajeros románticos y estuvo en Córdoba, Sevilla, Granada. ¿Qué buscaba por nuestros caminos? Quizá quería solo congruencia y perspectiva, aislamiento para escribir, pero sobre todo acercarse a ese concepto escurridizo de la belleza que reside según su visión, más que en sí misma, en el hecho meritorio de habérsela ganado, de haberla encontrado. Habría que añadir que el camino también tuvo para él un valor añadido de metamorfosis, a la manera de Kavafis: andar equivale a saber, a construirse al hilo de los pasos.
Me parece especialmente significativa la estancia de Handke en Linares, un pueblo cuyo nombre nunca antes había escuchado y que, habituado a la fonética del alemán, le debió sonar con suavidad de brisa. Le debió sonar a luz. En la estación Linares-Baeza toma un autobús que lo llevará a una ciudad que se le va formando por primera vez a medida que el vehículo avanza por sus calles. En esa ciudad, encontrará un lugar que se desarrolla con unas pautas fluidas, sin aristas o sin maldad, un buen lugar en el que el escritor errabundo podría descargarse del peso del mundo. Son muchos los niños que andan en libertad, familias que tapean en los bares junto a los carritos de sus bebés, viejos que llevan a sus nietos de la mano, la sensación, en fin, de un pueblo humanizado que transmite vida, implica enseguida a ese especie de escritor ambulante que por entonces es Handke. Linares lo ancla, se le convierte en destino. Notará allí esa condición amable, como de tregua que puede tener la vida, la limpieza de las miradas, la cercanía persistente de personas que, aun ignorándolo, lo incluyen. Goza de lo sencillo, se acerca a las ruinas de las minas, escribe en pleno campo o pasea por la soledad mística de los descampados en las afueras de una ciudad donde ha encontrado una patria provisional desde donde asir esa belleza de lo simple que la luz del sur exalta.
Cuando recuerde las tierras de Jaén, se detendrá en las impresiones de estar traspasado por "una luz que parece que va a reventar" y que le deja el corazón ingrávido y reconciliado con un pueblo tan ajeno al artificio que se diría que aprende de sus menores. "Contra esa luz", escribe de modo simbólico, "debo armarme y, por otra parte, crecer con esa luz". En Linares, llegará a sentir momentos casi místicos como una tarde donde el entorno parece traspasarlo con su armonía estando en el parque de las palmeras mientras oye lo que llama "la música de los columpios" tan distinta al ruido invasivo de las máquinas de juego. Anota que lo que le están trayendo los sentidos es la belleza, la renovación de la belleza con la conciencia de que Andalucía le despierta una extraña gratitud y no solo por los valores místicos de su luz, sino porque lo está enseñando a vivir con los sentidos: "Tu mirada tiene que guiarte, no tu cerebro".
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