Antonio Rivero Taravillo

Savater y Tintín

La tribuna

Es curioso que se pueda cambiar libremente de sexo y no de ideas: parece que estas hayan de ser un hierro en la piel para toda la vida

Savater y Tintín
Savater y Tintín / Rosell

25 de octubre 2022 - 01:34

Es sabido que Fernando Savater, filósofo que no renuncia al ágora y escribe sobre la actualidad, es un gran amante de la literatura para niños y jóvenes. El caso de Guillermo Brown es meridiano. También Tintín, a quien el donostiarra empezó a leer de infante y al que ha permanecido fiel toda su vida, hoy con la redonda edad de 75 años.

Desde hace tiempo, Savater reincide en unos pocos temas. A sus lectores nos gustaría que los variara, pues la repetición cansa. Pero no por tender al monotema es menos certero en muchas de sus denuncias. La valoración que merezca depende, en cualquier caso, de las ideas de cada cual. Choca sin embargo el ardor con el que se le ataca por quienes algún día es probable que defiendan posturas parecidas a las suyas de hoy. Porque esto es de lo que se le acusa: de evolución. Y es ley de vida que alguien no piense igual cuando es joven que al alcanzar la madurez o pisar el manriqueño arrabal de senectud. Shakespeare ya advirtió de lo que se venía: "Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos…" De Lear ya ni hablamos.

Entre las tareas a las que se podría aplicar el Ministerio de Igualdad está la de asegurar la igualdad real entre mayores y jóvenes. Ahí sí que se agranda una brecha. La sociedad actual posterga a los primeros desde los escuálidos servicios de la banca a las escurridizas administraciones, cuya supuesta simplificación en las gestiones no ha supuesto más que una nueva marginación.

Algunos partidos han apoyado el derecho al voto desde los 16 años. Se comprende que busquen respaldo entre aquellos a quienes más puede engatusar su discurso (aunque ojo, que en ciertas regiones se iban a llevar una sorpesa), pero también se concederá que el deslumbramiento ante los oropeles de la mancebía no viene acompañado de igual aprecio por quienes ya tienen las sienes plateadas. Es fácil decir que el entrado en años desvaría, pero más exacto es decir que recorre otros caminos, o mejor el mismo de otro modo: viene de vuelta.

A Savater, que ha visto mucho y en consecuencia relativiza, se le ha linchado por no querer alarmarse en exceso por el ascenso de Meloni en Italia, visto que aquí ya hay otros extremistas en el Gobierno y el país no se ha hundido. Alguien ha publicado: "Fernando Savater gozaba y goza de todos los privilegios que una persona puede disfrutar en esta sociedad: es hombre, es blanco, es rico y es heterosexual." Si uno logra abstraerse de los tópicos ya adheridos al lenguaje político, se verá que el simpático insulto "heterosexual" también es baldón de la mayoría de las mujeres; que el de "rico" es pintoresco aplicado a un profesor jubilado que, si ha ganado dinero con libros y premios, no es un segundo Amancio Ortega; que el de "blanco" es un berrinche tan racista como cateto contra el grueso de la población española; que el de "hombre", en fin, es un ataque a la mitad de esa ciudadanía, incluido su porcentaje homosexual. Solo ha faltado motejarlo como otras veces de "señoro" o, en román paladino, de viejo pellejo.

Que chochean al calor de una mesa camilla reaccionaria es lo que se dice desde esa prensa digital (en el doble sentido de electrónica y de señalar con el dedo), así como desde las redes sociales, acerca de intelectuales alrededor de la setentena, ya alejados de la progresía de su mocedad: Trapiello, de Azúa, Juaristi, el propio Savater… Podrían ser senadores, pero se los tilda de seniles. Quien entra en el debate político debe aceptar la crítica, no la descalificación personal. Es curioso que se pueda cambiar libremente de sexo y no de ideas: parece que estas hayan de ser un hierro en la piel para toda la vida.

Una reciente exposición sobre Hergé, el creador de Tintín (por él sí que no pasa el tiempo), omite sus implicaciones políticas. Por ejemplo, su postura anticomunista, compartida hoy por Savater, al menos en esa frase utilizada para lapidarlo. Ocurre que el tiempo dio la razón al autor de Tintín en el país de los soviets y se ha ido viendo la calamidad universal que trajo aquella ideología (lo cual no hace buenas otras miserias). Sin embargo, lo que Savater decía es que la extrema izquierda de hoy no es tan dañina como antaño. Tampoco se le perdona esto.

Así termina Luis Alberto de Cuenca un poema suyo: "Defiéndenos, Tintín, que nos atacan". Es un endecasílabo heroico según la prosodia. En la métrica del odio, también suena a heroico, vista la inquina que sufren quienes, como Savater -insolencias de la edad-, sacan los pies del plato, la primera misión de un filósofo.

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