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Sonríe cuando te vayas a fosilizar”. Nunca pensé que un grupo de nuestra edad de oro del pop iba a definir con tanta fidelidad la que parece la última etapa de la historia de nuestro país. La vicepresidenta en funciones de la cuarta economía del euro no solo se ha reunido con un prófugo de la justicia, emparentado con la peor ultraderecha europea, sino que además parece habérselo pasado muy bien. Mi impresión es que se reía de todos aquellos ex camaradas que la consideran una traidora a la clase trabajadora. No sé si merece adjetivos tan despectivos. Otros, más mesurados, señalan que Sumar es solo un ejemplo de política ultraprocesada en los cenáculos de Moncloa, donde campan sin pudor algunos empresarios de cabecera. Algo así como el bajo coste del PSOE para aglutinar el voto de los que aún habitan ese espacio por el que comunistas como Julio Anguita o Paco Frutos lucharon y que hoy es tan solo un apéndice del sanchismo.
España va camino de fosilizarse, pero en fascículos. Lo primero es asumir que somos una dictadura. Ese es el mensaje que el separatismo lleva años difundiendo por el mundo, gracias a los PGE, es decir, con nuestro dinero. Se afirma que el golpismo de 2017 y el terrorismo callejero que siguió a la sentencia del Tribunal Supremo eran legítimos. Esta afirmación sitúa la reacción del poder judicial y de las fuerzas de orden público al nivel de Qatar. Con el fin de ajustar este relato a la legalidad, se plantea a la opinión pública un falso debate sobre la constitucionalidad de la amnistía. Hasta hace poco, se aceptaba, abrumadoramente, que una amnistía no cabía en nuestra constitución, ya que su uso solo resulta pertinente en un proceso de transición de una dictadura a una democracia. ¿A qué viene insuflar en la opinión pública la sensación de que se trata de una cuestión discutible? Sencillo, Su Sanchidad no solo pretende conducirnos a la desintegración territorial para tener las llaves del falcon unos meses más. Además, no renuncia a vestir su arbitrariedad de razón. Y por ahí no podemos pasar.
Admitamos que, desgraciadamente, si todo sigue así, a España le quedan dos telediarios. Que vamos camino de un colapso institucional y de la desmembración porque cuentan con el poder parlamentario para hacerlo y una influencia cada vez más grosera en el Tribunal Constitucional. Cambian votos por impunidad. Y esta es la peor de las termitas para un sistema democrático. Pero no podemos transigir con la imposición de una narración falsa. Ni lo hacen por nuestro bien, ni el orden constitucional está de su lado. El fin de España es también el final del Estado social y una promesa de miseria o incluso de algo aún peor.
Lo segundo será liquidar los últimos vestigios de presencia del Estado. De esta manera, el jaque mate será completo. Sin una infraestructura en el territorio, una nueva intentona golpista tiene las de ganar. Junto con este paso, se les debe subvencionar la independencia, es decir, que se la paguemos el resto de los españoles. La quita de la deuda y lo que haga falta. Pero seguro que no es suficiente. El resto de España debe adaptarse a sus intereses para que sus repúblicas tengan algún viso de viabilidad. ¿Quién va a pagar las pensiones del envejecido Imperio Eukaldún? ¿Dónde van a vender sus productos las empresas de la vikinga República Puigdemóntica?
No será agradable. Durante este proceso el resto de los españoles seremos ciudadanos de segunda, como les ha sucedido a los catalanes o vascos no nacionalistas durante estos años, con la inestimable ayuda de los Gobiernos de Madrid. Ya es discutible que el País Vasco o Navarra puedan invertir en un estudiante el doble que Andalucía, siendo todos ciudadanos de un mismo Estado, pero ahora se trata de que una minoría separatista decida el destino de España por todos. Por decirlo de una forma en que todos me podrán entender: se trata de que los que se ciscaron en los sentimientos de los rocieros a la mayor gloria de sus ideales supremacistas se salgan con la suya. Y es que esos subdesarrollados andaluces, a los que les tienen que pagar hasta las cañas de cerveza, les impiden ser la Dinamarca del sur de Europa. Además, tienen que hablar español, un idioma que las hordas separatas en internet identifican reiteradamente con narcos y criadas. Vamos, que Trump al lado de esta gente es César Chávez teñido de rubio. Ahora Su Sanchidad los librará de tal menester con los pinganillos en el Congreso. Una urgente prioridad al lado de minucias como la atención a los enfermos de ELA. Así el Congreso se convertirá en la Comunidad de Estaditos Independientes. Solo hay algo positivo: durará poco. Como la ex soviética.
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