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En política hacer pronósticos a largo plazo es un ejercicio arriesgado. En los años 80 del siglo pasado, Ralf Dahrendorf pronosticó el final de la socialdemocracia europea por sus dificultades para dar respuestas a los problemas derivados de la globalizacion. Mas tarde, tras la "gran recesión" del 2008, expertos políticos predijeron la falta de futuro de la socialdemocracia en el siglo actual. La razón de las predicciones estuvo en la ausencia por parte de aquella de una alternativa, capaz de ser asumida por la ciudadanía, a las políticas conservadoras que acompañaron la salida de la crisis económica: la reforma de los mercados laborales, el trabajo precario, los bajos salarios, el desmantelamiento del estado de bienestar, la reducción de la negociación colectiva y políticas fiscales regresivas que aumentaron la pobreza y desigualdad, agravadas después por la pandemia. Reformas estructurales,segun Dani Rodrik, para asegurar el crecimiento económico invocando la eliminación de las trabas que dificultaban el funcionamiento de los mercados. Ello provocó un descenso generalizado del apoyo electoral a los partidos socialdemócratas siendo la caída de los socialistas franceses y alemanes la personificación de la crisis ideológica y estratégica de la socialdemocracia europea.
Pero los pronósticos fallan, la política es cambiante y los partidos socialistas son partidos de larga historia, sólidos ante las etapas difíciles. Seguramente, no hubo partido socialista que no haya realizado una reflexión crítica ante los sucedido y sobre los cambios sociales producidos en las sociedades europeas. El PSOE lo hizo, unió fuerzas y su reciente Congreso es una apuesta clara por la validez de las políticas socialdemócratas. Ahora, si observamos el panorama político europeo, todos los países escandinavos y Finlandia tienen gobiernos con mayorías socialdemócratas. En el sur de Europa, España y Portugal tienen gobiernos mayoritarios socialistas y en Italia el Partido Democrático acaba de ganar las elecciones municipales. La victoria del SPD alemán supone un fuerte impulso para la socialdemocracia europea.
Es positivo señalarlo porque la UE está en una etapa de recuperación económica después de la pandemia; de afrontar el pacto sobre emigración y la transición energética y ante unos cambios geopoliticos que han abierto el debate sobre el papel de la UE como actor global en el mundo. Si el proceso de construcción europea no se puede entender sin la socialdemocracia, el futuro inmediato de la UE debe estar en el proyecto socialdemócrata. Para ello, la socialdemocracia debe tener una influencia determinante en la estrategia y los proyectos de la UE así como los partidos socialdemócratas deben coordinar sus políticas y darles una dimensión trasnacional sin perjuicio de la defensa de los intereses nacionales.
El pilar fundamental de la socialdemocracia ha sido siempre la lucha por la igualdad a través de la defensa del estado de bienestar y la redistribución de rentas y riqueza. Cuando ha abandonado esta lucha perdió la confianza de los ciudadanos. La desigualdad y la pobreza representan una amenaza para la sociedad y una de las causas está en la precariedad y los bajos salarios en el trabajo. Para los socialdemócratas es una exigencia combatir la dinámica de inseguridad permanente en la que viven jóvenes y mujeres (con alta o baja cualificación profesional) ante el aumento constante del "trabajo" precario y la incertidumbre sobre los efectos negativos que la automatización y los cambios tecnológicos tienen sobre el empleo. Como señala Joaquín Almunia estamos ante la necesidad de un proyecto político europeo que garantice el crecimiento económico sin reducir y desmantelar el Estado de bienestar. Todo ello en un contexto en el que la la lucha contra la desigualdad y la pobreza sean los objetivos prioritarios,
El socialismo democrático tiene que ser europeísta, democrático, ecologista, feminista y defensor de las libertades y los derechos humanos. Esto implica empleo y salarios dignos, transición energética, fiscalidad progresiva y capacidad para integrar en un proyecto político, igualitario e inclusivo, las aspiraciones de los trabajadores y ciudadanos progresistas con los intereses e identidades, derivadas del genero, raza, etnia y sexualidad, de distintos grupos y colectividades.
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