Antonio Montero Alcaide

Del acceso al éxito escolar

La tribuna

El tránsito de la igualdad de oportunidades de acceso a la escuela a la igualdad de oportunidades de éxito escolar necesita cambios que procuren la equidad

23 de octubre 2023 - 00:15

La complejidad del catálogo de saberes, que ha de transmitirse entre generaciones, explica la constitución de la escuela como institución educativa formal y reglada. Por lo que se pone nombre al plan de estudios, al currículo, que, aun con las controversias sobre su selección, da referencia a los procesos de ense-ñanza y de aprendizaje.

El orden de los términos importa, en este caso, no poco, ya que la primacía de la enseñanza conlleva la subordinación o la adaptación del aprendizaje. Esto es, los estudiantes aprenden determinados por el estilo de enseñanza de los docentes cuando, sobre todo en el caso de la educación obligatoria, los métodos pedagógicos y las prácticas didácticas, que son recursos de la enseñanza, deben adoptarse en función de los propios estilos de aprendizaje del alumnado y del conocimiento solvente sobre el relevante proceso del aprender. Por tanto, los modos del aprendizaje, que reúnen elementos de distinta naturaleza (cognitivos y emocionales en buena parte), deben dirigir los patrones de la enseñanza. De suerte que se invierta una secuencia didácticamente consolidada: de los procesos de enseñanza y aprendizaje a los de aprendizaje y enseñanza.

Interesa reparar, además, en una evolución educativa que modifica y acrecienta no solo el objeto, sino el propósito de la enseñanza. Así, la imitación, el adiestramiento, el adoctrinamiento, la instrucción y la educación se suceden –adoptado un análisis diacrónico– o coexisten –en coyunturales o intencionadas sincronías– desde la primitiva educación tribal hasta la posmoderna conformación del sistema educativo, con la influencia, asimismo educativa y relevante, de otros ámbitos informales.

Acceder a la escolarización, ocupar un puesto escolar, conllevaba una premonición favorable, puesto que la igualdad de oportunidades de acceso se sostenía en la universalización de la enseñanza, atribuyendo a la presencia en la institución formal, la escuela, una expectativa exitosa. Sin embargo, garantizada la educación obligatoria, por el acceso universal a sus enseñanzas, el desarrollo de la escolaridad no rompe la determinación de la desventaja social de origen –de una parte de quienes acceden a la escuela– y su interdependencia con la desventaja educativa, denominación eufemística del fracaso escolar. Causa por la que se proclama, con bienintencionada retórica, la igualdad de oportunidad de éxito, vinculada a la equidad: alcanzar los logros o el éxito del que cada cual sea capaz. Aunque la tergiversación o el uso instrumental de las proclamas aproxime el igualitarismo exitoso a la injusta e improcedente práctica de rebajar universalmente, para todos, los resultados académicos.

En cambio, sí deviene universal, para todos, el diseño del aprendizaje, de modo que facilite diversas formas de representación, expresión y motivación, a fin de no solo de generalizar las oportunidades de aprendizaje del alumnado, sino asimismo la manifestación de lo aprendido, ante la inconveniente circunstancia de no percibir lo que se aprende, cuestión bastante distinta a la de no aprender y emparentada con la adecuación del orden lógico del proceso de aprendizaje y enseñanza.

Escasas objeciones podrán hacerse, entonces, a que la educación encierra un tesoro, como un informe de la UNESCO proclamaba en su título, hace ya casi más de un cuarto de siglo, en 1996. Incluso desde posiciones rupturistas, que sostienen la desalentadora conclusión de que la escuela, como destacada y formal institución educativa, ha muerto, se mantiene la valiosa entidad de una educación, en este caso, alternativa. Condolencias sí caben, claro está, pero en el sepelio de la escuela no faltan resurrecciones ordinarias, si se permite este aproximado oxímoron escatológico. Convenido sea, entonces, el valioso tesoro que la educación custodia, aunque el desalentador efecto de la grandilocuencia pueda deberse a que esa fortuna no se materializa en un reparto de logros de aprendizaje equitativos, libres del injusto y estrecho rasero del igualitarismo.

De manera que el tránsito de la igualdad de oportunidades de acceso, garantizadas las plazas escolares de la educación obligatoria y prácticamente extendida la educación infantil precedente, a la igualdad de oportunidades de éxito sigue necesitando modificaciones sustantivas del aprendizaje y de la enseñanza que, paradójicamente, no se alcanzan con los continuos procesos de reforma en el sistema educativo, o precisamente por ello.

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