Ángel Heredia Barea

Cofradías en tiempo de decisión: entre la mundanización y la fidelidad

Este Domingo de Resurrección, la Iglesia proclama con júbilo el triunfo de la vida sobre la muerte, de la luz sobre las tinieblas. Es el día más luminoso del calendario cristiano. Pero no es solo una celebración litúrgica: es una invitación a la esperanza, también para el mundo cofrade. Las hermandades, expresión singular de la piedad popular, están llamadas hoy más que nunca a resucitar a su verdadera vocación, a reencontrarse con su esencia más profunda.

Y es que algo está cambiando en el mundo de las cofradías. De forma silenciosa pero evidente, se percibe un giro en la forma en que entendemos y vivimos la religiosidad popular. No es un fenómeno local ni pasajero. Es un cambio de paradigma. Las cofradías, esas escuelas vivas de fe encarnada que han vertebrado el alma de nuestros pueblos y ciudades, se enfrentan hoy a un cruce de caminos: o redescubren su vocación profunda, o corren el riesgo de convertirse en estructuras vacías de contenido, atrapadas en lo anecdótico, lo estético y lo superficial.

Vivimos tiempos en los que la mundanización —tan denunciada por los últimos Papas— ha calado también en nuestras corporaciones. A veces, sin darnos cuenta, hemos sustituido el lenguaje del Evangelio por el del marketing; el sentido de comunidad por la competitividad estética; y la centralidad de Cristo por bandas de música y capataces. Nos preocupa más el horario de entrada en Carrera Oficial que la formación de nuestros hermanos; más la cuadrilla perfecta que el testimonio de caridad en el barrio.

Esta desnaturalización de la piedad popular no es nueva, pero sí urgente. Porque no está en juego una costumbre ni una forma de organizar procesiones, sino el alma misma de lo que somos. Las cofradías nacieron como expresiones del Pueblo de Dios, integradas en la Iglesia, evangelizadoras, caritativas, fraternas. Hoy muchas de ellas siguen siéndolo. Pero también hay síntomas de una pérdida de norte: tensiones internas, conflictos personalistas, elecciones polarizadas, crisis de vocación al servicio, abandono de los cultos, desaparición de la vida sacramental de los hermanos.

La pregunta es: ¿estamos dispuestos a reorientar el rumbo?

Reorientar no es romper con el pasado. Todo lo contrario: es volver a las fuentes. Es beber del espíritu de aquellos hermanos fundadores que, con escasos recursos y mucha fe, levantaron altares, organizaron cultos y cuidaron a los pobres. Es recuperar el verdadero centro: Cristo, su Palabra, su Eucaristía, su Misterio Pascual. Es hacer que nuestras casas de hermandad vuelvan a ser espacios de comunión, no trincheras de intereses; que nuestros cultos sean encuentros con Dios, no obligaciones formales; que nuestros hermanos se sientan parte de un cuerpo, no simples espectadores.

Para eso hace falta audacia. Pero también hace falta fe. Y hace falta un liderazgo maduro, que entienda que las cofradías no son suyas, sino de la Iglesia. Que las cofradías no son un escenario de poder, sino un campo de servicio. Que ser miembro de una junta no es un honor, sino una responsabilidad espiritual.

Las hermandades pueden y deben ser laboratorios de sinodalidad, como ha dicho el Papa. Lugares donde se aprenda a caminar juntos. Donde el joven tenga voz, el mayor tenga lugar y el pobre tenga nombre. Donde el incienso suba al cielo, pero no nos impida ver el rostro sufriente de Cristo en la calle.

El tiempo que vivimos no es para lamentos ni para resignaciones. Es un tiempo de discernimiento. Es hora de preguntarnos si estamos dispuestos a vivir una conversión pastoral también dentro de nuestras hermandades. A dejar que el Espíritu Santo sople, purifique, renueve. A pasar de una religiosidad funcional a una espiritualidad cofrade auténtica, que transforme y edifique.

Hoy celebramos que la vida ha vencido. Que el sepulcro está vacío. Que hay motivos para creer y para empezar de nuevo. También en nuestras hermandades. La historia de nuestras cofradías aún no ha terminado de escribirse. Y quizás, este sea el capítulo más decisivo.

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