La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
La tribuna
Barak Obama dijo de algún Estado norteamericano que, "deprimido y aburrido por la recesión y por el paro, se había abandonado al culto de Dios y al culto de las armas".
Esta frase inspiró a Sánchez Ferlosio el título de su libro God & Gun. Apuntes de polemología. Me he acordado de Sánchez Ferlosio, ahora que ha terminado el mundial de futbol. Somos pocos los que no seguimos el fútbol, ni siquiera en los mundiales, y como no quisiera hablar en nombre de esta inmensa minoría, me limitaré a hablar en primera persona al calificar las escenas de las calles argentinas, que podrían ser las calles de cualquier país del mundo, como delirantes. Esta no es una tribuna contra el fútbol, aunque así la titule, al fin y al cabo, un simple juego que no sería nada sin los aficionados, los publicistas, las empresas, y los numerosos intelectuales que han hecho del fútbol un mito literario, a la manera que los intelectuales españoles hicieron de los toros un mito nacional. Pero sí lo es contra el fútbol como deporte de masas, lo que me obliga, de nuevo, para justificarme, a echar mano de Sánchez Ferlosio y del conocido artículo escrito en El País, el 31 de mayo de 1997 (El deporte y el Estado) en el que hace una lúcida distinción entre lo que es estar al servicio del "interés público" y lo que es estar al servicio del "interés del público, que no tienen por qué coincidir y en demasiadas ocasiones no coinciden. Así, por ejemplo, mientras que la agricultura o los ferrocarriles son de "interés público", el fútbol tiene solo "interés para un público". Nada habría que decir sobre el fútbol si quedara reducido a ese ámbito de las aficiones particulares, como correspondería a cualquier juego. El problema surge cuando el deporte, el fútbol en este caso, se convierte en una de las "razones de los estados" o "de los mercados". Algo, en fin, que debería ser solo de "interés del público", se ha convertido en un bien de "interés público" y dando un paso más en un "interés de Estado". Solo hay que ver el ardor que despiertan las selecciones nacionales de fútbol. "El mayor entusiasmo colectivo de la historia de Argentina (y del mundo)", gritaba un periodista argentino en una TV española en la que un antiguo ministro de Exteriores español, presente en el debate, se vio en la necesidad de aclarar que no había sido menor el entusiasmo español con ocasión del gol de Iniesta. Y este entusiasmo patriótico de masas que, habitualmente viven indiferentes sus esencias nacionales, es (y estoy evitando adjetivos descalificativos), cuando menos sorprendente. Sánchez Ferlosio le llama protofascista, recordando que ya para los griegos y los romanos el patrocinio estatal de los juegos agónicos de masas ofrecía un filón de valor incalculable para el control, la domesticación y hasta la sumisión más entusiasta de las poblaciones, tal como se vio, ahora sí con claridad, en la Italia fascista y en la Alemania nazi. En la actualidad casi todos los agentes sociales entusiastas del futbol, lo justifican por su valor pedagógico y, desde luego, que lo tiene. Representa, especialmente en este momento, lo peor del modelo de sociedad en el que vivimos. No solo por la ausencia de ejemplaridad alguna de muchos de los jugadores y, desde luego de sus hooligans, sino también del propio modelo mercantil en el que se mueve que ha alcanzado cotas muy altas de inmoralidad en este mundial de Qatar. Un deporte llamado "rey", convertido sin pudor alguno en instrumento de alienación por todos los poderes, democráticos o no, y aplaudido por ricos o pobres, diestros o siniestros, ateos o religiosos, en un paroxismo igualitario sin mezcla de mal alguno, que no otra cosa es el cielo prometido o parusía. Hay otras muchas razones por las que (en mi caso personal) no me gusta el fútbol y que tienen que ver con mi condición de médico que desde hace tiempo ha teorizado que el mercantilizado deporte de competición, necesitado de grandes masas de consumidores deportivos sedentarios (sobre todo desde que hay TV), es el principal enemigo de una política de salud pública que en las sociedades mecanizadas pasa por la incorporación del ejercicio físico como parte de la higiene personal. Estas y otras razones que, a los pocos hombres que no nos gusta el fútbol, nos acercaban a esa otra mitad de la humanidad que son las mujeres quienes en su inmensa mayoría tampoco les gustaba, sin que tuvieran que justificar su desinterés. Desgraciadamente muchas de las conquistas de las mujeres llevan como complemento la adherencia a aficiones masculinas, como en este caso el fútbol, aumentando así la soledad de los desafectos que cada vez encontramos más dificultades para conseguir contertulios desinteresados por este deporte. Una invasión tan "totalitaria" de todo el escenario deportivo, que solo por eso, el fútbol merecería (y ahora hablo con ironía) un cierto desdén, un cierto distanciamiento de, al menos, "los espíritus ilustrados". Alguien, un día que me atreví a decir en voz alta que no me gustaba el fútbol, me miró con desdén y sin miramientos me dijo: "peor para ti". Cuando miro a mi alrededor y veo tantos amigos a los que admiro, fanáticos del fútbol, no tengo la menor duda de que mi interlocutor llevaba razón. Al fin y al cabo, la belleza o la fealdad, están, antes que nada, en el ojo de quien mira.
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