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El verano es un tiempo de reposo, de cambio de escenario y, hasta cierto punto, de vida. Este año nos hemos lanzado a ir de un lado para otro, como resarcimiento a lo vivido estos años pasados, pero también ante la incertidumbre de lo por venir, como si la vida se nos pudiese ir de las manos en un corto espacio de tiempo.
No es mi pretensión amargarle a nadie ese merecido goce de un tiempo de asueto, pero los signos que se vislumbran para la próxima rentrée no son muy optimistas. Con probabilidad, en el otoño-invierno y en 2023, la sangre no llegará afortunadamente al río, aunque los signos sean preocupantes. El problema en realidad es el suma y sigue, los riesgos de la acumulación de elementos adversos.
2022 nos ha sorprendido con una guerra en nuestro continente al uso clásico, salvo en la utilización de misiles: hombres que se enfrentan ametralladora en mano, bombas que se lanzan causando importantes daños, víctimas, actos de crueldad, prisioneros… Nada nuevo bajo el sol. El conflicto aún no ha cesado; tampoco lo ha hecho el riesgo de complicaciones. El miedo a la extensión del conflicto y a las armas atómicas estimula la prudencia.
Europa no pasa por un buen momento. La guerra ha unido países, pero se vislumbran fácilmente intereses contrapuestos y crisis internas en buen número de ellos (Francia, el Reino Unido, Italia, España). Y lo peor, sigue empeñado en cavar su propia fosa. No me refiero a las medidas restrictivas que se proponen. Hace poco, el Parlamento Europeo ha votado favorablemente la inclusión del aborto entre los derechos fundamentales en la UE. Elevar tamaña aberración (autorizar el asesinato de un ser humano indefenso) a la categoría de derecho inalienable, expresa muy bien los equívocos derroteros por los que camina nuestro continente, justo cuando sus tasas de natalidad son tan preocupantes. Cuidada protección a los animales, desatención manifiesta hacia el no nacido. ¿Qué vendrá después, una vez lanzados por esta vía de la cultura de la muerte? Imagíneselo el lector.
No me cabe duda, cuando pasen los años se verá lo del aborto como un acto reprobable, tan inhumano como el de la esclavitud masiva, y se experimentarán los efectos perniciosos que esta decisión y otras similares tienen para el conjunto de nuestro continente. Sumemos a ello la avanzada política de cancelación y control de la opinión desarrollada por la Unión.
Es evidente que la idea de Europa va perdiendo fuerza. Son cada vez más quienes no se ven en ella representados, mientras va ganando espacio la más tradicional de nación. A mayor ineficacia de la política común, mayor desapego de los ciudadanos hacia la Unión Europea, como pone de manifiesto la abstención cada vez que llegan las elecciones al Parlamento Europeo, siendo preciso, para paliarla, hacerlas coincidir con las nacionales.
En España las cosas no van a mejor. En muchos aspectos, ahí están las cifras, se sitúa a la cola de Europa y no parece que el horizonte próximo vaya a mejorar. A la calamitosa situación económica, con riesgo de agravarse en los meses por venir, se une nuestra peculiaridad hispana, que, en el estado avanzado de fragmentación política en que nos hallamos, hace extraordinariamente difícil su encauzamiento en favor de la cohesión nacional, máxime tras los pasos dados en contra de esta en lo que va de legislatura: los enemigos de España comparten el poder y lo orientan hacia sus intereses secesionistas. Las instituciones y grupos que sostienen la democracia (poder judicial, medios de comunicación, enseñanza, economías pequeñas y medias, etc.) están seriamente intervenidos, dejando poco espacio a un cumplimiento sano de sus funciones. La última ley de memoria histórica supone sin duda alguna un auténtico atentado contra la necesaria exigencia de verdad a la que se debe el historiador y necesita el público.
El combate por una cultura alternativa a la que hoy prevalece es apremiante en España y en toda Europa. Sin embargo aún son pocos quienes se atreven a darlo. No se puede admitir que determinadas ideas, cuyo fundamento es meramente ideológico y poseen un carácter sectario, se instauren definitivamente entre la ciudadanía por falta de contradictores. La derecha tiene en este ámbito una gran responsabilidad, aunque por el momento solo uno de los grandes partidos esté por la labor de aceptar el reto.
Mientras tanto, la naturaleza sigue mostrándonos su lado más temible: la persistencia de la pandemia, los incendios asolando el país, cuando apenas se han saldado los efectos de las últimas grandes inundaciones y de la erupción de La Palma. Unido a las restricciones que parece nos aguardan y a la sangría del ahorro, se dibuja un panorama un tanto desolador. Confiemos en poder aguantar otros castigos por nuestra desafección y pensemos en el próximo verano para salir huyendo de nuevo del entorno diario. El vacío se llena con desplazamientos.
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