José Antonio González Alcantud

Kamala y los viejos

La tribuna

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Kamala y los viejos

26 de julio 2024 - 03:06

En los círculos, cada vez más extendidos, de profesores universitarios, aquellos que han tenido gran relumbrón en sus vidas académicas y se acercan con temor al vacío del olvido, suele repetirse: “Lo importante no es ser sino dejar de ser”. Las edades de la vida fueron objeto de reflexiones muy antiguas, que quedaron ejemplificadas en aquella suerte de vanitas pictóricas en las que se veían con aprensión lo tiempos postreros, los de la decrepitud.

En Estados Unidos hay dos fenómenos que pueden explicar lo ocurrido a Biden y le ocurre igualmente a Trump, dos “viejos” técnicamente, en una edad para dedicarse a sus asuntos y no a la cosa pública. Lo primero es que los ancianos norteamericanos siempre están activos. Te alquilan un coche siempre que tengas menos de 99 años; es evidente que si te quitaran el carnet de conducción antes te morirías de inanición en tu casa sin poder alcanzar el supermercado más cercano. Obvio. A ello se añade, en segundo lugar, el que no hay quien te cambie ni una pila de reloj, o sea el ideal del “hágaselo usted mismo”, que ya teorizó Henry David Thoreau en su Walden. Las casas son un taller de artesanía doméstica. De manera que ves a viejos viejísimos adecentando sus jardines o haciendo bricolaje. O yendo al club de jazz a cantar sin pudor con voces que en otros tiempos fueron hermosas pero que ahora se ahogan frente a un buen saxofón. Hay que estar activo hasta el final, lo que a mí me parece notable.

Empero, lo que no agrada es que una buena porción de los ancianos no se puede jubilar por no alcanzarle un sueldo digno y alimentario. Los profesores aguantan muchísimo en la vida activa porque no les llega la pensión, o la tienen que emplear en pagar el seguro de la casa –y fijaos que la mayor parte son de maderas ligeras y fácilmente destruibles frente a los frecuentes huracanes–, aunque esta sea de su propiedad. Algunos tienen que ejercer de taxistas para completar los ingresos. Nadie quiere caer en la indigencia, “en el peor país para ser pobre”, como alguien me susurró. Lo demás es la calle, dormir al raso y arrastrar un carrillo con tus escasas pertenencias. La ley te protege y te da derecho a dormir a la intemperie, eso sí.

Así pues, los viejos se exhiben. No se avergüenzan de salir a la calle en pelotas en el Pride Day. Vi a más de uno por el barrio de Castro, donde se concentra el universo gay, como dios lo trajo al mundo ir a comerse una pizza tras apurar un helado. La vejez ha sido abolida, aunque la muerte siga existiendo. Los cementerios son hermosos, en tierra, y la cremación no tiene adeptos; y en cada banco que te sientas se recuerda al fallecido cuya familia lo costeó en su recuerdo.

Entonces, pregunté a un tipo sagaz que tiembla ante la llegada de Trump: ¿Por qué llegan tan viejos a la política? Kennedy, Clinton y Obama no lo eran. ¿Qué ha ocurrido? Me contesta que ahora han aumentado “los costes”, que para consagrarse a la vida pública hay que ser súper rico, y que nadie llega a esa condición sino a edades avanzadas. O sea que la gerontocracia tiene como base la plutocracia más despiadada.

¿Qué decir del dimitido Biden en este panorama? Que está mayor es una verdad de perogrullo. No dio pie con bola. Hace días soltó que él era “la primera presidenta negra de la historia estadounidense”. Sin lugar a dudas pensaba en la señora Kamala Harris. El mismo día hablando con un amigo de demócrata, de la misma edad del presidente, le dije que han encontrado restos humanos en el lugar “donde fusilamos a Franco”. Me miró asombrado, y acto seguido pensé: “Soy un Biden en marcha”. Ineluctable.

Sin lugar a dudas, somos víctimas de un espejismo en el que las redes tienen algo de responsabilidad. Nadie quiere ser cognitivamente viejo, desengañado, nostálgico, melancólico, crepuscular, antiguo, etcétera. Cuando un viejo fallece su correo, su Whatsapp, su Facebook, su Instagram, siguen como si tal. La gente llama a su casa, preguntan por un fallecido, se le comunica que “ya no existe”, y sueltan: “Entonces lo llamo otro día”. La decadencia orgánica se va expulsando a los márgenes. La muerte es una formalidad.

Vistas de esta manera las cosas, no me extraña que Biden no quisiese capitular, ni tampoco Trump, que se cree, cual Narciso, más joven. Ahora, cruel vuelta de tuerca, con la nominación de Kamala Harris el viejo es Trump.

Diré algo de la nueva candidata: es de Oakland, ciudad hogar de los Black Panthers, el partido armado negro de los sesenta. Allá la cuestión negra sigue muy viva. Pero ella es muy moderada. Me dicen que los negros en el poder suelen ser conservadores, como se vio con Obama, quizás para demostrar que están por el sistema. Harris tiene a su favor la multiculturalidad, mezcla de jamaicano y tamil, amén de la condición de mujer. Ganará, creo. A Trump le toca ahora probar de su propio veneno: “He conocido a muchos como él”, sentenció la ex fiscal Harris. Se trata de una evidente cuestión de edad. No más.

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