Maripe Caballero Florido

Obituario

Maripe Caballero Florido
Maripe Caballero Florido

21 de agosto 2024 - 12:49

El pasado 18 de agosto se fue, rodeada de los suyos, una persona que ha dejado una huella imborrable en todo aquel que tuvo la suerte de tratarla: Maripe Caballero Florido. Nos dejó después de una vida plena a los 88 años, pero a todo su entorno nos supo a poco. Como alguien muy acertadamente dijo estos días de duelo: nunca he visto a tanta gente llorar la pérdida de una persona de 88 años. Y es que Maripe era una persona tan única que tenía de único hasta el nombre.

Describir a Maripe en unas palabras es difícil porque estaba tan llena de cualidades que todo intento se queda corto. Pero lo voy a intentar. Lo que seguro querría que destacase primero sería su profunda fe y devoción. Dios era el centro de su vida, lo que explica mucha de sus actitudes, su forma de enfrentar las adversidades, y su manera de iluminar los caminos del resto. Entendía esa fe en todas sus vertientes, desde el ámbito más íntimo y recogido de sus pensamientos y oraciones, hasta la parte más “social”, devota como fue de la virgen y el Camino del Rocío. Todas las respuestas las encontraba en la oración, por ello ha vivido una vida en la que se cuentan pocos errores. Ofrecía su sufrimiento por los demás y nunca se quejaba: “Si Dios lo ha querido, por algo será”.

Su segunda gran prioridad era la familia en su concepto más amplio y profundo. Empezando por Diego, su hija Cristina, sus nietos, bisnietos, padres, hermanos, sobrinos, sobrinos-nietos… todos siempre cerca de ella y ella cerca de todos. Tantas personas a los que deja huérfanos y con una profunda sensación de desamparo. A los que llegamos más tarde nos hacía sentir desde el primer momento como de toda la vida. Siempre daba gracias a Dios porque habiendo tenido una sola hija (¡pero qué hija que vale por mil!), había podido vivir rodeada de tanto amor y cariño. Ella personificaba la frase de San Agustín: la medida del amor es amar sin medida. Y lo hacía continua y desinteresadamente. Supo recoger esos frutos en sus años finales, estando permanentemente acompañada. Una sola hija biológica pero cuantos sobrinos que eran como hijos y que tanto la han atendido y querido.

Era el centro de la familia, el remanso de paz, entendimiento y tranquilidad en esta vida tan ajetreada. Todos los avatares se paraban a las 20 horas de cada día, en lo que para ella era su momento preferido: la merienda (todavía la recuerdo diciéndome: la merienda es la unión de la familia). Siempre había sitio en su mesa para quien quisiera acompañarla a merendar. Y hasta el último día conservó esa tradición: como ella diría, “mis costumbres son estas y nos las quiero perder”.

También cuidaba, atendía y estaba pendiente de sus amigos, que se contaban por centenares. Tenía infinidad de recuerdos, memorias, anécdotas que le encantaba compartir. Supo disfrutar de su vida y dar sitio a todo y todos en sus acciones, pensamientos y corazón. Qué cantidad de historias se han compartido recordándola estos días. Una mujer todoterreno que fue capaz (de manera literal) de parar un avión.

Describiendo más íntimamente a Maripe, lo primero que se evoca es su permanente positividad. Siempre veía el lado bueno de las cosas, disfrutaba cada momento y tenía infinita paciencia. Nunca nadie la ha visto enfadada y siempre priorizaba el bienestar de los demás. Estaba tan satisfecha con todos los dones de Dios, que nunca encontraba motivos para enfadarse: qué privilegio poder vivir así. Tenía un encanto natural que solo algunos elegidos tienen. La sensación general estos días es que quien hubiese tenido la fortuna de que Maripe se cruzase por su camino, nunca se podría olvidar de ella. Pero es que además tenía una energía contagiosa y una fuerza sobrenatural. La recuerdo hace apenas 3 meses disfrutando como una niña mientras atravesaba las dunas del coto de Doñana. ¡Y pocas abuelas pueden decir que han aguantado hasta las 6 de la mañana en las bodas de sus nietas!

Otros atributos que definen una personalidad tan completa son: jerezana/portuense y bodeguera. Parte activa de la sociedad y las tradiciones jerezanas, que compartía con su siempre recordado marido, Diego Díez Domecq. Supo transmitir el amor por esta tierra allá donde iba. Era su mejor embajadora e invitaba y acogía a todo el que quisiera venir a conocer sus encantos. Y, a golpe de teléfono, conseguía todo por hacer la vida más agradable a los demás. Además, Maripe, como su apellido indica, era parte fundamental de la ilustre familia bodeguera. Y lo llevaba muy a gala. Se sentía profundamente orgullosa de Bodegas Caballero y como siempre decía: tenía el vino corriendo por sus venas. Hasta sus últimos días estaba enterada de los avatares del negocio familiar e interesada en su devenir. Porque Maripe era una mujer de gran inteligencia con un espíritu emprendedor inquebrantable. Si hubiese nacido en otra generación, cuantos techos de cristal hubiera roto…

Maripe: ¡qué vacío tan grande nos dejas! Procuraremos aplicar tus palabras –“si me queréis no lloréis por mí”- pero qué difícil se hace. Arroparemos y cuidaremos de tu tesoro, Cristina, que tan abnegada y generosamente ha estado a tu lado siempre. Conservaremos la tradición de reunir a la familia en Navidad, alzar nuestras copas de fino y brindar por ti. Y pondremos a Dios en el centro de nuestra vida. Qué distinto sería el mundo si hubiera más “Maripes” entre nosotros, pero claro, ¿entonces qué diferencia habría con el cielo?

Jaime Fernández-Lerga López-Pelegrín

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