La tribuna
Una cooperación de familia
""El español en cualquier lugar en que se encuentra habla en España" Antonio Otero Seco, 98, rue du Temple, I
A FILIADO a la UGT, su compromiso con la legalidad republicana lleva a Otero Seco a los penales de Porlier y el Dueso y a una delirante condena a muerte, luego conmutada. Liberado pero en peligro, huye a Francia en 1947, según la leyenda disfrazado de cura. En París se relaciona con el exilio español y entra en contacto con Albert Camus y Jean Paul Sartre, que le abre las páginas de Les Temps Modernes: allí, como después en Le Monde des Livres, consagrará artículos luminosos a España y a la literatura española del exilio y también del interior. Profesor de español en Rennes desde 1952 gracias a Jean Sarrailh, donde la biblioteca española universitaria en cálido homenaje lleva hoy su nombre, sus últimos largos años franceses lejos de París hasta su muerte en diciembre de 1970 recuerdan a los de otro exiliado olvidado y genial, Blas Ramos Sobrino, que fue Catedrático de Filosofía del Derecho en Sevilla. Ambos dejarán honda huella entre quienes les conocieron en Francia, donde casi toda la obra de Otero será rescatada y en que echará raíces su familia, que se le unirá tras una década de separación, en 1956. Sus hijos Antonio y Mariano serán pintores; sus nietos Isabel y Antojo, actores; su nieta Mariana, directora entre otros filmes de Entre nos mains (2010), pero ante todo del escalofriante Histoire d'un secret (2003) sobre la muerte por septicemia de su madre, la pintora Clotilde Vautier, a los veintiocho años, cuando ella tenía solo cuatro, en 1968, dos años antes de la muerte del poeta, en que alienta la revelación de un terrible secreto; su biznieta Ana Girardot, hija de Isabel y del actor y director francés Hippolyte Girardot, es la actriz de Les revenants (2012-2015), la inquietante serie televisiva coescrita por Emmanuel Carrère. En la senda abierta por algunos visionarios, en enero de 2017, fruto de una progresiva reivindicación aún mucho más francesa que española, el Instituto Cervantes de París le consagra un emocionante homenaje, en que leen poemas suyos algunos de sus nietos.
A salvo en Francia vuelve su mirada a los días decisivos, en que escribe uno de los poemas más grandes del siglo español, digno de Manrique o de Tibulo, Martín Manzano, Alcalde de Móstoles, fusilado en la cárcel de Porlier, escrito allí y memorizado en 1940, del que se conocen al menos dos versiones. Si esos versos emparentan a Manzano con Sánchez Mejías y Ramón Sijé es también porque igualan a Otero con Lorca y con Miguel Hernández: palabras mayores de la poesía en nuestra lengua, en cualquier lengua. Caen los versos en el poema con la rotundidad que solo tiene la gran poesía, en esos raros momentos de plenitud milagrosa cuando lo que se dice parece imponerse sobre el mundo de los hechos, como si no hubiese más que las palabras y solo pudiesen ser dichas además esas solo. "En esta noche negra que cubre todo el cielo/ mientras gritan los muertos con voces traspasadas,/ quiero decirte, hermano, mi adiós de despedida". Son quizás los momentos en que la vida se vuelve de cuajo más sobre sí misma, al mirarse cara a cara con la muerte. "Bajo el compás abierto de tus piernas serenas/ pasa el río que nadie salvó con la mirada (…) Que aguarden esos hombres que esperan en la puerta/ la corona de espigas de tus brazos labriegos/ para cerrarla a golpes de llaves y eslabones/ al cuello de tus manos aún no decapitadas./ O que vuelvan al Mundo de su cuadro de Goya,/ donde el farol devora la rueda de los días,/ porque tú eres la Vida con sus perlas maduras".
Es difícil escribir igual, pero no es posible escribir mejor. Y para qué añadir o glosar más nada, pues fluye entonces la palabra, nunca más viva la vida que cuando muere la muerte.
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