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El coronel José Cadalso y Vázquez de Andrade muere en el cerco de Gibraltar, el 26 de febrero de 1782, a consecuencia de las heridas infligidas por una granada inglesa. Antes había paseado su tedio y su impaciencia por guarniciones peninsulares, de Salamanca a Mérida, donde su excelente formación y su vocación de servicio esperaron vanamente un ascenso. Se puede decir, sin equivocación alguna, que Cadalso muere cumpliendo con un deseo manifiesto: servir a su país, como destacado miembro de la milicia, en primera línea de combate. Esta misma voluntad de ser útil a España es la que aplicará –ilustrado al cabo– en su producción literaria. Y de modo principal en sus obras más conocidas: Los eruditos a la violeta (1772) y las Cartas marruecas, publicadas póstumamente en 1789.
La segunda muerte a que hacemos referencia es a la catalogación superficial de Cadalso, sin excluir el dictamen de don Marcelino Menéndez Pelayo, como epígono o imitador de Montesquieu y sus Cartas persas (1721). Una lectura, ni siquiera atenta, de las Cartas marruecas nos lleva, sin embargo, a concluir justamente lo contrario. Las Cartas... de Cadalso, escritas muy posteriormente a la obra del barón de la Brède, son una refutación de los tipos y lugares comunes, de carácter nacional, que Montesquieu fija en dicha obra, así como en sus Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los romanos y en El espíritu de las leyes. El conocido antiespañolismo de Montesquieu tenía, no obstante, un motivo, digamos, objetivo: a la divulgada obra del padre Las Casas, se unía la propia idea de imperio, que Montesquieu estudia con la vista puesta en Roma –como Gibbon posteriormente– pero con el ejemplo contemporáneo y manifiesto de la América española. En respuesta a ello, Cadalso escribe en su Carta IX que “los pueblos que tanto vocean la crueldad de los españoles en América, son precisamente los mismos que van a las costas de África” a comprar esclavos. Luego “toman el dinero; se lo llevan a sus humanísimos países, y con el producto de esta piadosa venta imprimen libros llenos de elegantes invectivas, retóricos insultos y elocuentes injurias contra Hernán Cortés por lo que hizo”. Señalemos que, en esa misma Carta, Cadalso repudiará los crímenes cometidos por los españoles en Perú. Y algo más tarde, en la Carta XXIX, defenderá a los franceses de la imagen adversa que se tiene de ellos en toda Europa.
Hay que advertir que Cadalso, gaditano hijo de comerciantes, ha conocido Europa y se ha educado largamente en su cultura y en sus lenguas. ¿Es su humorismo un homenaje al Sensus communis de Shaftesbury? No es en absoluto descartable. ¿Son Los eruditos a la violeta un eco festivo de aquellos letraheridos, los letraferits del Perigod, de cuya jerga abstrusa y cultivada se burlaba Montaigne en sus Ensayos? Tampoco cabe desdeñarlo. Lo que sí resulta obvio es que tanto en sus Cartas... como en Los eruditos... Cadalso escribe contra el pintoresquismo que se sustancia en Montesquieu –el clima como forjador del carácter y las costumbres patrias– y que este había tomado de Bodin, en Los seis libros de la república. También escribe Cadalso contra la naturaleza superficial y acerba de los libros de viajes (no todos, lógicamente), y contra el ridículo antiespañolismo del español, afectado de un cosmopolitismo a la francesa, pero que ignora el pormenor de ambas culturas. En este sentido, podemos decir que Cadalso escribe ya en paralelo a Herder, cuando desautoriza el historicismo rígido e impersonal de Montesquieu, y avalora la propia tradición, desde el punto de vista histórico, que más tarde adoptará el Romanticismo. No en vano, Cadalso reivindica en Los eruditos... la hermandad intelectual y escénica de Shakespeare y Lope, como antecedentes –denostados por la juventud violeta– de la nueva sensibilidad romántica y sus “descuadernos de la imaginación”.
Señalemos, por último, que la burla de los jóvenes superficiales y a la moda que acomete Cadalso en Los eruditos... no tiene otro objeto que exponer, esquemáticamente, la totalidad de la cultura europea, otorgando su justo y destacado lugar a la cultura española, y deplorando, de paso, al petimetre ignaro y bullicioso que exhibe con audacia su “antiespañolismo”. Vale decir, su desprecio de “lo español” a la manera de Montesquieu, fundado en un prejuicio intelectual y un desconocimiento aparatoso y ufano de su propia historia. Es este carácter moderno y perspicaz del coronel Cadalso, y no su falsa imagen epigonal, el que uno querría recordar aquí, a los doscientos cuarenta y dos años de su muerte.
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