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Charlie Palmer es un steakhouse elegante donde lonchean –¡Atención, spanglish, “lonchear” (de lunch), “tomar un almuerzo ligero”!– algunos asesores y miembros destacados del staff del Capitolio de Estados Unidos, cabezas de huevo, lobbystas de toda laya, mujeres de negocios y así.
El poder del mundo también necesita una pausa para picar a mediodía y repensar informes sobre Oriente Medio o Ucrania ante una copa de vino caro, en el 101 de Constitution Avenue o en otros restaurantes de postín, aledaños a los edificios vinculados a la Cámara de Representantes y al Senado, en Capitol Hill.
En estos días turbulentos de Washington, como otros en la Historia, muchos asesores del Partido Demócrata preparan consternados su salida de puestos relevantes ante el apabullante (y temido) regreso de la Administración Trump (y 2).
En tales circunstancias, coincido con destacados demócratas en una mesa de Charlie Palmer, ellos tomando vino caro en abundancia, tratando de mojar las penas en alcohol, mientras se autoexplican los motivos del regreso del movimiento Make America Great Again (MAGA): más desarrapado, más impositivo, más temible. Digamos que MAGA es un acrónimo que cobra el sentido necesario con el lema alternativo propuesto por los críticos al trumpismo, “Make America Grate Again” (“Vuelve a irritar a América una vez más”).
Se agota la legislatura de Joe Biden, el presidente con menor consideración e impacto entre los estadounidenses de los últimos cien años, sólo superado en valoración negativa por Jimmy Carter a finales de la década de los setenta y, en este ambiente fúnebre, los asesores de los demócratas, desalojados del poder por sus propios errores, argumentan que las reglas políticas han cambiado tanto que Trump ha impuesto la ausencia de tales: el miedo, las decisiones anárquicas y personalistas, los anuncios de Jupíter –“expulsaremos a los 11 millones de indocumentados”– el culto al poder y la sumisión de la primera potencia mundial a los designios de Donald J. El presidente 47 combina esa arrogancia con el aplomo que le permite asegurar que “lo de Ucrania” lo arreglará en un tarde (ya se verá cómo).
Trump ha vuelto reivindicando el americanismo del terruño, la suficiencia personal, pero también, y especialmente, siendo endiabladamente eficaz en la masiva difusión de mensajes, eslóganes e insultos a través del cambiante marco tecnológico. Millones de sus votantes se alimentan informativamente de lo que el propio movimiento MAGA les suministra y van criándose conforme quiere Trump y su equipo: ausencia de pensamiento crítico, negación de la realidad, adhesión inquebrantable.
Para los seguidores del presidente electo, Trump es un hombre providencial que lucha contra enemigos que atacan la esencia misma de Estados Unidos, la que considera que el fundamentalismo religioso, el individualismo a ultranza, la ambición desmesurada, el derecho a la tenencia masiva de armas o el divertimiento expresado en competiciones de todoterrenos o combates de lucha libre no solo los representa si no que los completa vitalmente. ¿Acaso no ha sido Hulk Hogan una referencia en la campaña de Trump, cuando el veterano icono de la lucha libre americana se rompía la camiseta en el escenario de la convención republicana gritando “¡¡¡Trumpmania!!!”?
En unos días, el juez Merchán, de la Corte de Nueva York, tiene que hacer pública la sentencia que podría llevar a Trump a la cárcel. Es el mismo juez que retrasó su dictamen hasta que pasaran las elecciones presidenciales para no interferir en ellas. Con las dos cámaras legislativas (previsiblemente) del lado de Trump, con la Casa Blanca y la corte Suprema tintada por sus manos, ¿será posible que un juez de origen hispano, el único licenciado superior de una familia humilde, condene a Trump? Pueden contestar ustedes mismos.
Algunos de los otros casos federales que acechaban a Trump, por haber intentado revertir el resultado de las elecciones de 2020 o por haberse apropiado de documentos clasificados de la Casa Blanca, podrían ser suspendidos, dilatados o anulados.
Trump se dispone a modificar el Departamento de Justicia, el FBI y la CIA.
En su número más reciente, The Economist, que pidió el voto contra Trump, explica que la nueva presidencia aleja a Estados Unidos de su papel de garante democrático en el mundo, “bajo su mando –asegura la publicación– los estadounidenses podrán seguir con sus vidas libres del peso de las responsabilidades exteriores. Y, sin embargo, mirando al pasado, recordando dos guerras mundiales y el colapso del comercio en la década de 1930, comprobamos que esta nación no puede darse el lujo de abandonar su lugar en el mundo. Durante un tiempo, posiblemente durante años, a Estados Unidos le irá bien. Pero, finalmente, el planeta se pondrá al día con él”.
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