Jesús Beades

Las vacaciones de los maestros

La tribuna

7363533 2024-06-23
Las vacaciones de los maestros

23 de junio 2024 - 05:01

Vaya por delante que trabajo de maestro en un colegio de Infantil y Primaria y, por tanto, no soy imparcial en esta materia. Doy por supuesto que todos queremos siempre más vacaciones; de hecho, todos –salvo gente rarita– querríamos no trabajar y que nos mantuviera una renta vitalicia, como en las novelas de Jane Austen o en la serie Downton Abbey. Yo, desde luego, querría estar escribiendo esta tribuna desde una playa paradisíaca, sorbiendo un cóctel con sombrilla bajo una palmera perezosa. Pero hay que ganar una nómina para, al menos, llegar a día quince de cada mes. Hay que cotizar, que esos móviles de los hijos adolescentes no se pagan solos, ni esos empastes ni el recibo de la luz. Hay gente que piensa que ser docente es como un sacerdocio o una vocación artística por la que uno estaría dispuesto a morir de hambre y sed. Los maestros no son seres de luz que levitan sobre el suelo y reparten felicidad y purpurina. El puesto del docente es un empleo. Pareciera que poner un tuit, o como se llame ahora, manifestando las ganas que tiene uno de que llegue el verano, fuera poco menos que maldecir la propia “vocación”. Los padres –casi todos– adoran a sus hijos, pero a menudo no ven el momento de que se duerman. La vida es así, agotadora. Opino que no se es mejor docente por ser “vocacional”. En mi experiencia, los más ilusionados son los más propensos después a la decepción y lo depresivo. Los más escépticos, disfrutan más a la larga. Cuestión de expectativas.

Establecida mi parcialidad, voy con las vacaciones. Me gustaría que el lector descubriera, si no los conoce, algunos detalles que normalmente escapan al gran público. Descartaré para empezar los argumentos emocionales, no por falsos, sino por más endebles. Me refiero a esos padres, cuyo cariño apreciamos, que dicen: “He estado una mañana con mis hijos y sus primos, y no sé cómo los maestros pueden estar con veinticinco niños durante cinco horas diarias. Son héroes. Pocas vacaciones tienen”. Es un argumento subjetivo, aunque bastante realista. Yo animo a todos los que envidian las condiciones laborales del docente a que pasen un par de días haciéndose cargo de un aula y que luego nos cuenten.

Sin embargo, no son estos los argumentos de peso. Lo que muchos parecen no saber es que las horas lectivas semanales no constituyen el total de la jornada laboral. A eso hay que añadir horas por la tarde de obligatoria presencia en el centro educativo, para tutorías, claustros, etc., y otras horas de libre colocación para preparación de clases, corrección de exámenes, formación y la verdadera madre del cordero: el papeleo. El Coñazo Burocrático se lleva muchas horas y, sobre todo, muchas ganas de vivir. Todo está escrito en “pedagogiqués” y a menudo son tareas de corta/pega, de rellenar pestañas en una web. No crean que por eso es fácil: nada es más duro que el trabajo que se percibe como inútil. En definitiva, las horas de trabajo del docente son muchas, y muchas de ellas invisibles para la sociedad.

Llegamos a las vacaciones. Se aplica a ellas lo dicho anteriormente, que se dedican en parte a tareas formativas o burocráticas. ¿El mes de julio? No son vacaciones, el docente está a disposición de la administración y a menudo hay que ser tribunal de oposición, o preparar el centro para el curso siguiente, o acabar papeleos de secretaría. Aunque es cierto que muchos docentes lo tienen libre. Tampoco tenemos derecho a días de asuntos propios durante el curso: si los tomas –tiene que aprobarlo el equipo directivo– te cuestan el dinero en la nómina.

Hablando de dinero: el docente es el empleado público que menos cobra, con diferencia, según su grupo funcionarial. El grupo al que pertenece es el más alto y, sin embargo, no obtiene la retribución salarial correspondiente. Yo mismo trabajé de peón para el Ayuntamiento de Sevilla y cobraba poco menos que un maestro. Así que, por una especie de consenso, las mayores vacaciones han venido a considerarse como parte de la retribución del docente. Curran duro, bregan con niños todo el día, cobran cortito. Que al menos tengan vacaciones. Una seño que conocí mi primer año, ya veterana (seguro que muy vocacional en sus comienzos) me dijo una vez: “Si nos quitan julio, tal y como se está poniendo la cosa con los niños, esto ya no merece la pena”. Otro día hablaremos de ese “tal y como se está poniendo la cosa con los niños”, asunto de más calado que las vacaciones. Les dejo por ahora, que tengo que ir a comprar el protector solar y la toalla.

stats