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El juego del ajedrez, introducido probablemente por los musulmanes, patrocinado por los judíos y adoptado por los cristianos, presupone una agilidad mental y unas capacidades de anticipación a los movimientos del contrario que le han permitido situarse en la cúspide los juegos desde tiempos remotos. Alfonso X el Sabio, el monarca de las tres culturas, compiló en célebre libro sus sabidurías. Contemporáneamente Roger Caillois lo consideraba un juego de agon, es decir de competencia. Una competencia que, a pesar de su calma externa y sus tiempos dilatados, puede acabar derivando en vértigo, sin embargo.
En el mundo medieval peninsular el ajedrez tiene una amplia representación, que se vio reforzada por las luchas de frontera. El profesor Juan Torres Fontes hace años relacionó el ajedrez y la política de conquistas con tres representaciones de la misma. Una primera entre Alfonso VI e Ibn Ammar, visir sevillano de al-Mutamid. El uno, arrogante, por considerarse "emperador", y el otro, astuto, como poeta que era. La segunda es la partida de Salobreña, librada a inicios del siglo XIV por ver quién sería el monarca de Granada, librada entre Yúsuf III y su hijo Muhammad VIII. Y la tercera la librada por Abulhasán, entroncado con Boabdil, y Alonso Fajardo, alcaide de Lorca, del que quedó romance. En la propia Alhambra de Granada, en su sala de los Reyes, está representada una de estas partidas, la habida entre un caballero y una dama.
Una falsa política viene repitiendo hasta la saciedad y el aburrimiento que ibéricos y magrebíes, más en concreto españoles y marroquíes, somos unos grandes desconocidos, y que esta ceguera nos ha llevado a un malentendido histórico. Así lo defendió con tesón el antiguo embajador español Alfonso de la Serna. Yo he dicho en repetidas ocasiones, y una de ellas en Rabat ante un público marroquí que asentía, que no había malentendido alguno, sino intereses divergentes. En realidad, cabría solo esgrimir que los marroquíes nos conocen mucho mejor a nosotros que nosotros a ellos. Habida cuenta que no existe posibilidad alguna de malentenderse sino de intereses divergentes, la activa diplomacia alauita ha trabajado durante años el arte de la seducción, y también de la corrupción, por supuesto. Mientras, nuestros diplomáticos -uno de los cuerpos más inmóviles del Estado- han jugado las cartas de la arrogancia, si es que han jugado alguna. Primer movimiento fallido, pues. Jaque mate.
En el segundo movimiento, la partida ya es desfavorable para Marruecos: los derechos democráticos. Ahí, el "rey" ha ordenado a los peones, en Ceuta en particular, avanzar, mostrando lo indemostrable, que existe una sociedad civil y política libre garante de sus intereses. Los "alfiles" se movían mientras tanto entre EEUU.y la UE. Los estadounidenses los creen, porque al fin y al cabo siguen bebiendo de aquel manantial de haber sido el sultanato el primer país en reconocer su independencia de Inglaterra. En Europa no ha convencido a casi nadie, con sucesivos conflictos diplomáticos con Alemania, España, Francia. ¿Por qué hay un ministro, tres conocidos periodistas y los líderes del Rif en la cárcel alauí? A la vista está ahora que la amenaza de mate está de su lado. Como cuando Obama, acorralado por la deuda con China, le enseñó el poderoso trapo de los derechos humanos, al apoyar las primaveras árabes. Instrumento geoestratégico en el tablero global, bajo el dictado confuciano que dice que, "el mejor general es el que vence sin haber librado la batalla". Jaque mate, pues.
Tercer movimiento. Lo ha dicho el filósofo José Luis Villacañas: nosotros enviamos servidores públicos y no siervos a Marruecos, y aquellos volvieron con las manos vacías. Quizás tenían algo de caballos del ajedrez; animales nobles, en la realidad, pero poco inteligentes, como me los definió un componente de la Trilateral capitalista, aficionado a esos cuadrúpedos. Esa es la debilidad del sistema democrático, pero también su grandez. Se libra aquí justamente, en el centro del tablero una batalla crucial, en la que la fortaleza moral de los peones, paso a paso, y la capacidad disuasoria de las torres, atalayas bien pertrechadas, serán decisivas.
Hace poco tuve la oportunidad de ver una nueva versión orientalista de la Alhambra llevada al cine, a través de la figura dramática de Ibn al Jatib, el visir poeta nazarí. Pasé un buen rato cinematográfico, pero estaba mal resuelto el argumento. Al Jatib, no era tanto un personaje dramático, cogido en el juego del poder, como una víctima de una partida de ajedrez, que su visitante, y quizás rival en la interpretación de los hechos, el tunecino Ibn Jaldún, sí conocía. Fue víctima de la realpolitik. Y,como tantos otros, pagó su osadía con la vida, asesinado en Fez. Hoy, su mausoleo está en lugar bien visible a las afueras de Fez, pero sus restos quedaron esparcidos, Dios sabe por dónde.
Con Marruecos nos jugamos un jaque mate. La dinastía alauí, como me confesó un cortesano marroquí al inicio de la crisis actual, se lo juega todo, ya no tiene sociedad civil, ni sistema de partidos, y en su lugar la osamenta del ejército lo ocupa todo. En este lado del tablero, en Iberia, tenemos sociedad civil, y por ello el final de la partida no debiera quedar en tablas, como en los Balcanes. Hay que ganarla, para tranquilidad de todos, incluidos los marroquíes.
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