La enfermedad mental entre rejas
La asistencia a reclusos con trastornos mentales graves presenta aún muchas carencias Un programa, en el que participa Afemen, trata de evitar la alta reincidencia de estas personas
Los estudios más fiables indican que aproximadamente un 6% de la población reclusa padece un trastorno mental grave, porcentaje que se incrementa hasta un 8 o un 10% si se incluye el grupo de los discapacitados intelectuales. Pero si se abre el abanico, los presos con una patología no tan grave pero que sí afecta a la persona a nivel afectivo o emocional y también a nivel de comportamiento, como pueden ser la depresión o los trastornos de ansiedad, el porcentaje se dispara hasta entre un 30 y un 40% de la población reclusa.
La situación es aún más compleja porque muchas de estas personas tienen una patología dual; es decir, la enfermedad mental grave coexiste con una toxicomanía. Esta última, muy generalizada entre los reclusos, se hace especialmente prevalente entre los internos con enfermedad mental, según afirma el director de la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales (Afemen), Blas García. "El que no era ya toxicómano, en la cárcel cae rápidamente en esas garras y nuestros pacientes son carne de cañón en este sentido por su vulnerabilidad".
En definitiva, la prevalencia de los trastornos mentales en personas presas es mucho mayor que la que existe en la sociedad en general, pero también hay otra estadística que puede ayudar a desterrar ideas preconcebidas: sólo un 3% de las personas con un trastorno mental grave comete delitos, un porcentaje ligeramente inferior al de la población en general.
Desde Afemen, una entidad que desde 2013 trabaja en las prisiones con estos enfermos dentro del Programa de atención integral a personas con enfermedad mental en centros penitenciarios (Paiem), se insiste en la prevención como un elemento fundamental. "Cuando hablamos de una persona con trastorno mental grave que está internada en una prisión por haber cometido un delito hay que pensar por qué ha llegado a esa situación. Está demostrado que en la mayoría de los casos suele ser porque hay deficiencias en la atención sanitaria y social de estas personas. Cuando no hay un seguimiento, la posibilidad de cometer un delito se incrementa exponencialmente porque la enfermedad mental se mueve en un círculo vicioso que hace que el enfermo esté flirteando siempre con los entornos más marginales y con la exclusión social", mantiene García.
Si el delito que ha cometido es consecuencia de la sintomatología de la propia enfermedad, los jueces suelen declarar a la persona inimputable, con lo que el ingreso se produce en un psiquiátrico penitenciario (en España sólo existen dos, en Sevilla y en Alicante). De lo contrario, el ingreso es en prisión. Ninguna de estas instalaciones, son para Afemen, el lugar adecuado para personas con un trastorno mental grave. "Su sitio no es un psiquiátrico penitenciario, que al final se convierte en los antiguos manicomios, porque son centros masificados, y mucho menos, la prisión. En un psiquiátrico penitenciario hay un poco más de atención especifica para ellos pero tampoco se cumple el objetivo de la reinserción social o la rehabilitación. Lo ideal serían centros específicos, unidades pequeñas, donde estas personas estuvieran ingresadas y donde trabajar con ellas desde el punto de vista de la rehabilitación, resocializarlas no solo desde el punto de vista delictivo sino también con una atención a su enfermedad y para ello se debe contar con un equipo multidisciplinar".
A falta de estos recursos, cuando Afemen empezó a trabajar en el programa Paiem desde dentro de las cárceles -las cuatro que hay en la provincia más los dos Centros de Inserción Social (CIS)- se encontró con que las personas con enfermedad mental salían tras cumplir condena sin un seguimiento posterior desde el punto de vista sanitario, según narran tanto el director de la asociación como la trabajadora social responsable del programa, Patri Bernal. "No había coordinación apenas entre los servicios sanitarios del SAS y los de Prisiones, salían muchas veces de la cárcel sin una cita para Salud Mental y no había recursos a los que acudir". Eran el caldo de cultivo perfecto para que al cabo de un tiempo volviesen a ingresar en prisión. "La probabilidad de que esas personas volviesen a delinquir era alta como consecuencia de la falta de recursos".
En gran parte, la puesta en marcha por parte de Instituciones penitenciarias del programa tiene como objetivo evitar esa reincidencia, un programa para el que se ha contado con la colaboración de entidades sociales como Afemen.
El responsable de esta asociación sostiene que las personas con trastornos mentales graves no son especialmente conflictivas dentro de las cárceles; antes bien, tienden en muchas ocasiones a ser víctimas. "Son personas más vulnerables a situaciones de estrés. Si en la sociedad en general existe cierto rechazo y prejuicios sobre estas personas, más dentro de una prisión. Lo que ocurre es que en la mayoría de los casos, a este tipo de internos los suelen tener durante casi todo el día en la Enfermería, precisamente para evitar el contacto con la población reclusa en general, que puede perjudicarles. En estos últimos años también están ingresando en lo que son los módulos de respeto".
La trabajadora social añade que pese a lo que suele pensarse, estas personas generalmente no ingresan en las cárceles por delitos graves. "Por supuesto que las hay, pero los delitos suelen ser más de tipo convivencial: por incumplimiento de condena o de órdenes de alejamiento, quizá por atentados contra la autoridad o por meterse en peleas, más que delitos de sangre, muertes, todo lo que la sociedad en general tiene en la cabeza". Asegura, no obstante, que a raíz de delitos menores "la situación se les suele complicar porque no tienen el tratamiento adecuado. Además, son personas que no suelen beneficiarse del tercer grado o de permisos penitenciarios porque como eso depende de la junta de tratamiento, de los profesionales de la propia prisión, al final se acababan comiendo las condenas casi íntegras, no los ven para pasar a un tercer grado. Por delitos menores se pasan años en prisión sin ser atendidos en condiciones".
Desde que el programa Paiem empezó a ponerse en marcha en las cárceles de la provincia en marzo de 2013, Afemen ha ido entrando a formar poco a poco parte de los equipos que trabajan con este tipo de internos. "Es verdad que nosotros previamente ya habíamos tenido contactos porque desde las propias prisiones nos llamaban. Necesitaban saber a dónde derivar a esas personas cuándo salieran o cuando se iban con un permiso. Lo que ocurre es que en aquel momento nosotros no entrábamos en las prisiones, como sí lo hacemos ahora", explica Bernal.
La trabajadora social de Afemen comienza viendo de manera individual a las personas que entran dentro del programa, bien porque su trastorno mental se detecta en prisión o porque ya existían unos informes previos. "Hay una primera entrevista, y a partir de ahí empiezo a contactar con las familias y dependiendo de lo que le quede de condena y lo que se pueda ir haciendo en cada caso, se va interviniendo. El trabajo es más intenso cuando queda poco tiempo para la excarcelación. En primer lugar, se intenta que la persona establezca un vínculo conmigo, para poder seguir haciéndole un seguimiento cuando salga de prisión, procuramos que salga ya con una cita en Salud Mental y vinculados a una serie de recursos para que no vuelvan a su ambiente anterior a la prisión y evitar así la reincidencia".
La preparación de las familias para cuando el interno deje la prisión es otra labor importante que se hace desde Afemen, al igual que la formación e información al funcionariado y personal laboral de la propia prisión. "Ellos mismos nos demandan formación, porque a veces se ven incapacitados para atender a este tipo de personas. Hemos dado charlas, yo continuamente estoy aclarando en qué consiste la enfermedad, la sintomatología y procuro que vayan otros profesionales a dar charlas".
Monitores voluntarios de Afemen acuden también a las prisiones para poner en marcha talleres concretos como el de estimulación cognitiva, el de habilidades sociales o autoayuda, y se intenta que profesionales del SAS también impartan a estos presos programas que llevan a cabo fuera de las prisiones.
Pero, sobre todo, el director de Afemen destaca la labor de mediación que hace la asociación entre profesionales de las prisiones y del SAS. "Es increíble el desconocimiento mutuo que hay. Nosotros hemos tenido que estar empujando, intentando coordinar a las distintas instituciones implicadas, porque hablamos de moles burocráticas inmensas y somos nosotros, el quiosco de pipas, los que al final tenemos que engrasar esas maquinarias".
Desde Afemen se habla ya de resultados del programa. La trabajadora social comenta que de las 30 o 40 excarcelaciones de presos con los que ha intervenido, en el 85% de los casos no ha vuelto a haber reincidencia. "Yo creo que sí se puede hablar de logros. No es sólo por nosotros, es que desde que el programa se ha puesto en marcha de forma más contundente hay profesionales en las prisiones que se están implicando, aunque resulte difícil", asegura Bernal, con la mirada puesta en experiencias más veteranas en otros puntos del país como el trabajo que desde hace tiempo realiza en el mismo campo la Fundación Manantial en Madrid.
El papel de Afemen en el programa alcanza más protagonismo en los Centros de Inserción Social (CIS) donde conviven los presos en tercer grado. "Es la fase de inserción social, en la que se trabaja en la preparación para la excarcelación para que esa persona tenga un seguimiento sanitario y social, asista a actividades formativas o ocupacionales. Dentro de esa fase final que se llama programa puente de mediación social, tenemos un convenio con el CIS de Jerez", recalca García.
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