Pilar Cernuda
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Gastronomía
“¿Volveré a hacer tartas?”, le preguntó a su marido. A lo que él respondió: “Ay, Conchi…”. El matrimonio recuerda a menudo con alegría esta breve conversación que mantuvieron hace poco más de dos años porque ahora en Dulce Armonía “no paran de hacer tartas”.
De todas las hermanas, ella destacaba por la pastelería y repostería. Conchi Domínguez (Jerez, 1975) siempre se ha dedicado a la pastelería de diferentes formas. Impartió clases a mayores y niños. También fue primera pastelera en un negocio jerezano muy conocido al cual le afectó mucho la pandemia. Como consecuencia de ello, su sueldo se redujo a la mitad y “no me podía permitir el lujo de trabajar por tan poco dinero”. Entonces, se dispuso a buscar empleo. Trabajó en obradores sin convencerle el funcionamiento: “Para mí, lo tradicional es lo artesano de verdad”, explica la jerezana. En noviembre de 2021, el matrimonio abrió las puertas de una pastelería que ha roto moldes en la tierra de las carmelas, el tocino de cielo y otros dulces tradicionales.
Los pasteles de Dulce Armonía son cien por cien artesanos, desde el tueste de los frutos secos a las cremas. Realizan unidades limitadas con lo cual garantizan que sea un producto fresco. “No lo sacamos de un paquetito ni de un congelador”. Y algo que se ha convertido en esencial es el trato cercano al cliente. “Estamos al servicio total en cuanto a los sabores que nos demanden. Al ser artesanal, recreamos los sabores”, explica Ricky.
El buque insignia de Dulce Armonía, una receta original de Conchi, es la cheescake baklava, pero también destacan otros muchos, y su merengue absolutamente artesano y untuoso. “Estudio y saco mis propias recetas. No me gusta hacer lo mismo, hago algo nuevo, mi propia versión”, subraya la emprendedora.
Son especialistas en intolerancias, tanto es así que Sanidad les ha felicitado por ello. El lema del negocio es: 'Dulces para todos'. “Tenemos clientes a los que les hacemos tartas sin gluten, sin huevo, sin proteína de la leche, sin lactosa y nos felicitan”. Eso se logra, según cuentan, estudiando e investigando los lunes, el día de la semana que cierran el establecimiento. Muchos extranjeros procedentes de la Real Escuela de Arte Ecuestre también se acercan hasta el local, próximo a Merca 80 San Benito. "Son muy honestos con las críticas y se sienten cómodos porque los atendemos en inglés”, asegura Ricky.
Ambos quieren seguir apostando por ofrecer estos mismos productos "ya que no los tiene nadie". "No es un topicazo: trabajamos con las mejores materias primas”, afirman señalando las distinciones que lo corroboran y que cuelgan en sus paredes. La intención del matrimonio es afianzar su propuesta, fidelizar al cliente y continuar mejorando. “No competimos con nadie, recomendamos los negocios de alrededores cuando buscan algo que no tenemos. No somos rivales, somos profesionales y compañeros”, reiteran.
Dada la buena acogida del negocio, han creado un grupo de clientes VIP, cuyos miembros compran pasteles semanalmente, encargan las tartas, les mencionan en las stories, escriben reseñas, “para nosotros son familia de Dulce Armonía”. A estos los obsequian con un carné, una taza VIP, y les realizan descuentos en las compras y tartas personalizadas.
Conchi aporta las notas más dulces de este negocio y Ricky la armonía. Se ha codeado con reconocidos artistas porque es músico de profesión, enseñaba en centros privados hasta que abrieron el establecimiento. Anteriormente, además, se dedicaba a la Administración y Márquetin. “Creía que me iban a poner una placa y que me jubilaría allí, pero me di cuenta de que no pasaría eso, así que me dediqué a mi vocación: la música”, algo que ahora ha quedado relegado a un hobby. Asegura que no le ha costado tanto como creía “sigo siendo muy creativo, aunque de otra forma”. Ella pastelera, él músico... el resultado fue Dulce Armonía. El nombre de esta singular pastelería, el logo y la decoración corrió a cargo de ambos, especialmente de Ricky.
Lo primero que hizo para levantar el negocio desde cero fue un plan financiero que presentaron a su gestor y de ahí “p’adelante”. A diario, ambos están en el tajo unas 16 horas. Siempre tienen la agenda llena, trabajan con margen para que no falten nunca los dos ingredientes estrellas: el cariño y la empatía. “Nos ponemos en la piel del cliente para personalizar la tarta para que le transmita algo especial”.
Tanta dedicación se ve recompensada cuando los clientes vuelven y comentan las caras de sorpresas de los niños cuando ven las tartas o lo buenas que estaban. “Trabajamos juntos y con alegría. Nunca habíamos sido atrevidos, pero se dieron todas las circunstancias para abrir. Somos creyentes, creemos que Dios te abre las puertas o te las cierra si no quiere algo para ti", concluye la pareja.
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