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Tecnología
Durante las dos últimas décadas, la incorporación de la tecnología al mundo laboral ha ido transformando la manera de vivir. En los últimos años, al uso cotidiano de ordenadores se sumaron los smartphones, y las posibilidades de poder realizar tareas laborales desde cualquier lugar se dispararon. Esto hace que la frontera entre las tareas que se hacen durante la jornada laboral y la vida personal se difuminan. Por supuesto, también a la vida personal y al ocio se llega a través de una pantalla. Se produce un desequilibrio entre la productividad y los derechos de los trabajadores que ninguna reforma laboral ha conseguido definir.
Con ánimo de poder identificar los nuevos riesgos emergentes del uso extenuante de las pantallas, un grupo de expertos ha analizado el impacto en el entorno laboral y las principales consecuencias para la salud de los trabajadores en la actualidad. El estudio, realizado por la Universidad Internacional de la Rioja y el Centro Nacional de Nuevas Tecnologías (CNNT) en colaboración con el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo; ha sido publicado en la Revista Española de Salud Pública. El estudio constata el importante aumento del número de trabajadores que hacen uso de ellas de forma intensiva (suponiendo, al menos, las tres cuartas partes del tiempo de trabajo), pasando del 21% al 37% entre 2005 y 2015 respectivamente. Se ha observado que el ordenador de sobremesa es aún el dispositivo más utilizado, salvo en entornos de trabajo móvil donde los ordenadores portátiles y los teléfonos inteligentes (smartphones) se posicionan por delante.
Los problemas de salud emergentes detectados se asociaron principalmente a trastornos musculoesqueléticos, visuales y psicosociales. Además, el trabajo evidencia la necesidad de seguir profundizando en el estudio de las patologías emergentes asociadas a los nuevos entornos de trabajo y en las posibles vías de intervención.
Los trastornos visuales y oculares, si ya eran el problema más frecuente entre los usuarios tradicionales de pantallas, ahora se pueden ver agravados. Cuando se contempla una pantalla disminuye la frecuencia de parpadeo que deriva en una lubricación deficiente de la córnea y un aumento del riesgo de sequedad ocular. Se produce sensación de picor, ardor, irritación, pinchazos, enrojecimiento, lagrimeo, etc.
El estrés presenta ahora un crecimiento importante en las vertientes asociadas al uso exhaustivo de las nuevas tecnologías.
Respecto a lo muscular, la Encuesta Europea de Empresas sobre Riesgos Nuevos y Emergentes (Esener–2) pone de manifiesto que el segundo factor de riesgo registrado con mayor frecuencia en las empresas son las posturas dolorosas o fatigantes, como permanecer sentados durante largos periodos de tiempo. En ocasiones, informalmente se habla también del término ‘whatsappitis’, caracterizado por la inflamación del tendón de la muñeca y de la membrana sinovial que lo recubre. Produce dolor en los dedos, las muñecas o el cuello.
Desde el punto de vista psicológico, “el estrés, uno de los problemas tradicionalmente más estudiados, presenta ahora un crecimiento importante en las vertientes asociadas al uso exhaustivo de las nuevas tecnologías. “Se le denomina ‘tecnoestrés’. Se le puede definir como el estado psicológico negativo relacionado con el abuso o mal uso de la tecnología o con la amenaza de su uso en un futuro. Esta experiencia se relaciona con sentimientos de ansiedad, fatiga mental, escepticismo y creencias de ineficacia, pero también con un uso excesivo y compulsivo”, señalan los expertos en su estudio.
Cuando se contempla una pantalla disminuye la frecuencia de parpadeo que deriva en una lubricación deficiente de la córnea
El trabajo define las consecuencias para la salud más relevantes del ‘tecnoestrés’, en cualquiera de sus formas, en torno a dos dimensiones: los síntomas afectivos o la ansiedad relacionados con el alto nivel de activación psicofisiológica del organismo, y el desarrollo de actitudes negativas hacia estas tecnologías. De todo ello se derivan principalmente problemas musculares, dolores de cabeza, trastornos del sueño y gastrointestinales, aislamiento social, dificultad para concentrarse, irritabilidad e, incluso si el problema se cronifica, puede llegar a desarrollar un síndrome de burnout.
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