Contemplación dominica que nace por Cristina
oración en el huerto
Unos ciento ochenta nazarenos componen el cortejo de esta cofradía
Lo sé. Voy a repetirme otro año más. Pero no puedo dejar de evocar, al paso de dominicana cofradía, lo que una y otra vez decía el maestro Fernández Lira de ella: que siempre vio acertadísimo que una cofradía con sede en el convento de la Orden de Predicadores llevara dos ángeles, uno en cada paso.
Más aún si cabe este año, en el que han recibido el título de dominicana de parte de la curia general de la Orden y que los asimila a toda la historia de la Orden, desde el siglo XIII en que fuera fundada por Santo Domingo de Guzmán. En ese título se condensa todo lo fundamental del carisma dominicano, la Veritas que ondea en su escudo, a la vez que figuras históricas y contemporáneas, desde el Maestro Eckhart a Frei Betto, de Savonarola a Bartolomé de las Casas, de Antonio de Montesinos a Gustavo Gutiérrez, y así hasta el infinito.
Unos ciento ochenta nazarenos componen el cortejo de esta cofradía, esencia dominica del día del Amor Fraterno, vestidos, como no podía ser de otra manera, con hábito formado por túnica y escapulario blancos y capa y antifaz negros, a imagen y semejanza de tantos y tantos frailes que a lo largo de los siglos dieron gloria a Dios con la pobreza, la contemplación y la predicación por bandera.
Treinta minutos pasaban de las siete de la tarde cuando la sobria cruz de guía de la Hermandad se aposentó en la puerta que denominada "del reloj". Pocos minutos después, hacía su salida el imponente conjunto formado por el Señor de la Oración en el Huerto y el Ángel Confortador, un año año más a la voz de Manolo Ballesteros, su eterno capataz, que iba con un exquisito exorno formado por flores silvestres (que incluyen cardos, eucalipto y lavanda), a imagen del Getsemaní del siglo primero. Cabe reseñar en este punto que, bajo la roca sobre la que se posan las manos del Señor, se depositaron, como cada Jueves Santo, las papeletas de sitio de Manolo Mesa, el siempre recordado Manolito, y de Pepe Antonio González de la Peña, figuras señeras de esta corporación y que ya hace algunos años que no están entre nosotros.
La Agrupación de la Sentencia acompañaba en el plano musical el monumental paso que tallara Manuel Guzmán Bejarano y que valiera el Premio Nacional de Talla en 1967. En su línea, los componentes de la agrupación jerezana tocando fuerte y por derecho, como de ellos se espera.
Mientras el cortejo de misterio busca ya la collación de San Pedro, por Bizcocheros y Caracuel, para evitar los parones de antaño (¿se encontrará alguna vez una solución a esto?) el palio que porta María Santísima de la Confortación, con treinta costaleros a la voz de Juan Antonio García Gallego, digno continuador de la saga de los Gorriones, se plantaba en la Alameda Cristina a los acordes de la Banda de Música Virgen de la Cinta de Huelva, nueva en esta Hermandad. El palio lució exquisito con un exorno formado por alelíes y claveles blancos. Si bien el camino de ida hacia la Carrera Oficial no es que sea de gran belleza, debido a la cercanía con la Carrera Oficial, sí hubo que destacar (más bien anticipar pues esta edición ya estaba cerrada) la vuelta hacia el convento de Santo Domingo, donde las estrecheces de las calles Carpintería Baja, Carmen y Tornería mostraron la maestría de ambas cuadrillas.
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