La ciudad y los días
Carlos Colón
Nunca estuvieron todos
Cofradías
Jerez/La claridad se dejó ver durante toda la mañana en el Teatro Villamarta. Fuera las caretas y llamemos a las cosas por su nombre. Solo en los primeros versos, dedicados a su madre, se mantuvo la oscuridad del teatro. Lala Prieto, la pregonera de este año de la Semana Santa de 2024, mantuvo el tipo el resto del pregón con las luces encendidas. Las normas de la pregonera se basaron en repartir cartas, pero mirándonos las caras. Si las luces se mantuvieron encendidas para no navegar entre tinieblas fue porque su pregón fue tan claro como el brocal de un manantial. Macizo, muy bien escrito y con mucha personalidad. Pero la crónica ha de irse al arranque y no quedarse en las conclusiones.
La primera jugada llegó pasados unos minutos cuando una voz en off obligaba al patio de butacas, abarrotado de público y de señoras con vestidos de diversos colores, a levantarse para rezar el Ángelus. Factor sorpresa antes de arrancar. A partir de ahí, sonó la Banda Municipal de Música de Jerez dirigida por Luis Román. ‘Estrella Sublime’ para comenzar la partida. Y, una vez levantado el telón de los sustos, ‘Rocío’. Dos clásicos que bordó la banda como es habitual. Gran alcance de sonoridad y afinación. Grandes músicos a disposición siempre de la ciudad a pesar de los calvarios que llevan sufridos.
Luis Prieto, presentador y hermano de la pregonera, tomó la palabra. Una introducción exacta. Corta y el pie. Sin alaracas innecesarias. Enmarcó perfectamente a la persona y a la personalidad “¿Os habéis preguntado por qué Lala no ha dado pregones en veinte años? Porque tenía que construir su vida al lado de su marido y crear una familia”, sentenció. Y auguró grandes emociones porque “ha llegado el día del pregón que anuncia la Semana Santa”.
Sonaba Cristo de la Expiración para la hora de la verdad, que es como la banda sonora de la Semana Santa jerezana. Y Lala se fue directa al estrado para comenzar su intervención. Si temblaba al llegar al famoso atril de las Llagas, no se notó. Versos dedicados a su madre en una declaración de intenciones. Relaciones de madres a hijos y de hijos a madres. Una tónica que se mantuvo durante todo el pregón. El amor filial como fondo junto a la cruz de carey de Jesús Nazareno y unas palmas con sabor a Borriquita.
Era la hora de apretar el acelerador. Daba la impresión de que en el reparto de cartas a Lala le habían caído tres ases. Era el momento de contar cómo esa niña de apenas nueve años no entendía como, siendo todos iguales, a imagen y semejanza de Dios, los hombres sí pero las mujeres no. Se entiende que vestir la túnica nazarena. A partir de ahí Lala sacó sus tres ases y desplegó una gran destreza en el verso, en el adjetivo preciso, en la métrica perfecta para resolver fijándose en aquella hermandad donde damas y doncellas salían en la Noche de Jesús. Aquella era la solución a todos sus males porque ya podría vestir la túnica que tanto deseaba porque no quería “jugar a vestirse de Cenicienta o de hada”. El patio de butacas ya estaba enganchado ante la propuesta que hacía esa niña llamada Lala cabezota y preguntona.
Su segundo capítulo también fue muy emotivo. Dedicado a esos ángeles que no nacieron y que marcan las cicatrices de sus madres que los perdieron para siempre, con un guiño a Diego, el pequeño que sufre atrofia muscular de la médula espinal y al cual van destinados todos los fondos recaudados del pregón.
Lógicamente, la pregonera conoce a la perfección cómo hay que mantener la atención de todos. Su experiencia como docente le indica que el cambio de registro es importante. Y salió en la mano donde repartía cartas con unos versos cargados de gracejo donde narra a esa madre que viste a sus niños de nazarenitos y va en busca del padre que sale de costalero. “Este año no me visto porque voy a estar pendiente de los niños”. Y tras los avatares sufridos por la madre, el pipo de caramelo y los lamparones en las túnicas de los ‘peques’, la conclusión de que el “año que viene quien me visto soy yo”. Sonrisas del respetable.
Y si el pregón estuvo modulado a la perfección, marcado en los tiempos y dando ese tramo más distendido para darle un respiro al público, también fue una pieza muy personal. El recuerdo de su padre, Luis Prieto, que tuvo dos grandes pasiones: el Cristo de la Expiración y el toreo de Rafael de Paula. Grandes temas para soltar la pluma y escribir unos versos costumbristas entre lo castizo del Cristo en la tarde del Viernes Santo y la flamenquería del torero de la calle Cantarería. Unas estrofas que remató, mirando al cielo, con la palabra “torero”, en una clara alusión a su progenitor.
Si el pregón de Lala Prieto pasará a la historia —que lo hará— quizá no sea por el gracejo que manejó en todo momento. Por su actuación medida y por su magnífica declamación. Y tampoco por lo bien escrito que estuvo ni por su buena literatura. Será recordado por los versos dedicados a una pareja de enamorados que comparten hasta el mismo sexo. Era un ‘miura’ demasiado serio como para plateárselo en pleno pregón. Pero si Lala jugó la partida con tres ases, con un póquer en la mano, no se iba a quedar atrás. Fue brillante, descriptiva y escrito con claridad, sin dejarse nada atrás. Contó cómo esta pareja tiene derecho a estar enamorada y cómo puede encontrar cobijo al amparo de la Iglesia. Aludiendo al Papa Francisco cuando en las jornadas de la juventud celebradas en Portugal dijo que “una madre siempre tiene el corazón abierto a todos, a todos, a todos, sin excepción”. Y así, con la seguridad de que nadie debería de ser rechazado por una orientación sexual ni el amor estar escondido en los armarios, el patio de butacas explotó en una ovación asombrosa por la valentía de la pregonera. Sin lugar a duda que fue el momento más álgido de la mañana. Una jugada maestra, un canto al amor sin fronteras.
Volviendo a destensar, el capítulo dedicado a las carmelas también pasará a la historia. La ingeniosa historia de cómo le dieron al obispo Rico Pavés una bandeja de carmelas para una merienda surgida como consecuencia de una visita al colegio Buen Pastor donde la pregonera oficiaba de delegada de pastoral. La gracia de cómo cuidaba Lala de que el obispo se colara cuantas más carmelas mejor, pero sin mancharse la sotana, fue un éxito entre los asistentes a tenor de los aplausos.
Y para casi rematar su pregón, al Virgen de la Estrella. “Tantas cosas tenía que decirle que no sabía cómo hacerlo”, confesaba a este medio Lala Prieto en la entrevista de la edición del pasado sábado. “Dios te salve, Estrella”, repetía mientras volvía a poner las cartas —su vida— boca arriba sobre las tablas del Villamarta. Las penalidades, las alegrías. Los momentos inolvidables y aquellos que no podemos olvidar por causa del dolor. Todo bajo la atenta mirada de la “Estrella, Coronada”.
En definitiva, y rematando de nuevo con un canto a los hijos, se trató de un pregón inmenso. Valiente. Nada aparatoso ni vacilante. Emotivo y donde la pregonera dejó correr alguna lágrima. No irrespetuoso. Desacoplado de cualquier recurso fácil y de pedantería. Sincero, vivencial y que narró la forma de vivir las cofradías una mujer dinámica, moderna, apasionada por su entorno más íntimo y enamorada de la vida. Todo ello conseguido a través de una métrica perfecta, porque no todo el mundo vale para versificar como mandan los cánones. Y, sobre todo, para finalizar, un pregón muy de Lala Prieto. No engañó a nadie. A pesar de que tenía que guardar con sigilo sus cartas hasta el final si quería vencer en la partida. Y ganó.
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