Recuerdos de cofradías

AQUELLOS años de juventud los viví intensamente. Me gustaba ver a la Piedad, entonces con la candelería encendida, hoy gracias a Dios envuelta en un Duelo que es patrimonio de la Semana Santa, cuando se recogía por la calle Taxdirt camino dela Real Capilla del Calvario. Agotaba, bebía hasta el último sorbo de una Semana Santa que se había convertido en la gran ilusión de mi vida.
Qué palio el de la Piedad, y qué dolorosa… Cómo mira la Piedad. Como se relaja en tus ojos, como busca consuelo en los tuyos. Ya por aquel entonces prefería ver a Cristo Resucitado antes que sepultado, por lo que intentaba evitar la urna del Santo Entierro a toda costa, algo que sólo podrán entender los que sean de la Baja Andalucía. Pero la cofradía, en un alarde de señorío, fue conformando lentamente un sepelio que hoy es referencia no sólo en nuestra ciudad, sino fuera de nuestras fronteras.
Ya les digo…Me bebía la Semana Santa. Desde el minuto uno. Y lo hacía comenzando a los pies de la que fue, es y será, una de las grandes devociones de mi vida. Mis Domingos de Ramos eran muy diferentes a como ahora son.
Yo fui una vez, hace mucho…
tanto que ya no me acuerdo…
un niño con ilusiones…
con errores… con aciertos.
Llegué por casualidad
-hermandad de los toreros-
suplicándole a mi madre
que siguiera mis consejos.
Yo quería ser cofrade…
Verdinegro era mi anhelo
y de siempre la Esperanza
consolaba mis lamentos.
Siendo de los marianistas
como mi padre y mi abuelo
no me bastaban las misas…
con orgullo lo confieso.
Yo miraba hacia San Juan,
-esa de los Caballeros-,
soñando con antifaces
verdes de sus nazarenos.
Las Lágrimas de María,
rejón de muerte del Duelo
ya anunciaban por entonces
que yo no era el pañuelo
que debía consolar
tanta pena y sufrimiento.
Yo quería ser cofrade.
Nada más… Y nada menos.
Pero por aquel entonces
esa mujer del Banesto
no tenía los contactos,
y evitando mis recelos
rubricó mi alta de hermano
y me hice nazareno.
Culpa de Manuel Román,
que era entonces tesorero,
confesor de la familia
y un cofrade de los buenos.
Fueron años de ilusiones,
de un te quiero sin complejos,
con mis vueltas siempre
negras
embelleciendo los vuelos
de una túnica que luce
también negro el terciopelo.
Siempre cerca de mi Virgen,
la que calma los tormentos,
la que serena pesares,
la que siempre lanza besos
de amor a quien se empeña
en huir de sus silencios.
Siempre cerca de sus ojos,
dulces como el caramelo,
de miel y almíbar templado,
como el mar en calma…
quieto.
Fueron pasando los años…
El reloj avanzaba lento…
y aquel niño que llegó,
en un constante crescendo
fue alcanzando la estatura
para ser su costalero.
Pero al no tener la edad,
y siendo alto en exceso
me buscaron entre todos
un momento en el misterio.
"Tan sólo una chicotá,
tú tranquilo, compañero,
que eres joven y novato"
-me dijeron sonriendo-.
Yo miraba al Coronado
temblando de fe y de nervios
aferrado a mi molía,
concentrado en el racheo.
Una chicotá, tranquilo…
Una chicotá, dijeron…
Me metí en la calle Arcos
y si no me ando ligero
todavía estoy debajo…
don Juan Luis Jaén Pacheco.
Repetí al año siguiente…
con los Campos por ejemplo.
Iba también Sanduvete,
Capi y muchos que se fueron,
que le dieron gloria y lustre
al Galeón que ahora tenemos.
Pero yo era de la Niña…
Lo sabía el mundo entero…
Esa de los ojos verdes
con mariquillas al viento
que son las cinco esmeraldas
que se escapan de su pecho.
Cuántos años esperando
que llegara ese momento.
Cuántas risas, cuantas
lágrimas,
cuántas plegarias y rezos
cuánto sueño desvelado
cuántas noches de lamento.
Y cuando el día llegó,
con la ímpetu del trueno,
un intenso escalofrío
recorrió todo mi cuerpo.
Era parte de ese grupo
de hombres hechos y derechos
que paseaban con orgullo
- con un caminar perfecto-
a la reina de la Paz,
Paz de todo sufirimiento.
Derrochando devoción
fuerza, casta y sentimiento
tenía aquella cuadrilla
unos aires pintureros
cuando andaba, paso a paso,
cuando levantaba al cielo.
Pero… cosas de la vida…
Fue pasando el tiempo,
y la fe se iba escapando
como el agua entre los dedos,
confundiendo decisiones
por culpa de… tres relevos.
Tan sólo vi la aflicción,
en la paz de aquel destierro…
Me fui besando su manto
entre costeros e izquierdos…
Y ahora que he transitado
por estas playas de invierno…
Ahora que la Soledad
logró aliviar el tormento
de sentirte y no tenerte,
de ser un Judas confeso…
Apareciste en mi vida
conquistándome de nuevo.
Ya no soy aquel chiquillo…
Ni mis sueños son aquellos.
Llegué a ti sin nada más
que el alma llena de sueños
y en mi mesita de noche
hoy sigues cuidando de ellos.
Llegaste bajo tu palio,
ibas formando un revuelo…
La gente se preguntaba
cómo podía ser cierto
que fuera una dolorosa
de la fe el epicentro,
lleno de duende y tronío…
¡puerta grande del toreo!
Dibujabas las mecías
con pasión, con tanto esmero,
que parabas los relojes,
desmontando el segundero
que el fiscal no controlaba
incapaz en sus adentros.
Se llama Fernando Cano,
de Sevilla pregonero.
El más antiguo de todos
quien tuvo conmigo el gesto
de dejarme ser fiscal
de la Virgen que venero.
Fue sólo una chicotá…
Apenas un padre nuestro
Una salve musitada…
Un latido frío y seco.
Gracias por siempre,
Fernando.
Jamás podré agradecértelo.
Un detalle que sirvió
-y que ahora recuerda el verso-
para saber a dónde voy…
para ver de dónde vengo.
Ahora sé que volveré…
Tendré que vencer mi miedo
que no es otro que mirarte
y entregarme por completo…
Y que te hayas olvidado
de ese niño tan pequeño.
Queda saldada mi deuda
y queda escrito un deseo.
Si alguna vez yo volviera
a mirarme en el espejo
y estuviera sonriendo
aquel niño en el reflejo…
Recuerda cuánto te quiso
-no lo olvides, te lo ruego-
aquel niño de ojos tristes…
que sólo tiene un recuerdo…
La Paz de tus Ojos Verdes
volviendo por Bizcocheros.
Las cofradías se viven desde el recuerdo, o así las entiendo yo. Corremos el riesgo de mirarlas desde el rigor histórico, desde la flexibilidad de lo artístico, incluso desde la solidez de lo sacro, pero… aún así, si no se rodean de experiencias personales, de vivencias que quedan grabadas a fuego en nuestros corazones, corres el riesgo de que la Semana Santa te parezca una magnífica obra de teatro… y poco más.
Por eso, hay hermandades como la Candelaria, que son ejemplo de naturalidad, de acogida… Saben que son una cofradía potente de la ciudad, pero tienen misericordia del resto, y no presumen de ello.
Por eso, las hermandades pueden permitirse cambiar su estética en la calle, incluso en sus cultos, y no perder la devoción, ni ganarla necesariamente. Todo sigue igual, aunque todo lo cambies, porque tu fe te impide alejarte de tus imágenes titulares.
Esa es la verdadera Semana Santa. La que construyes en el fondo de tu corazón. La que sabes trasladar a tus hijos, a tus amigos, a tus compañeros de trabajo. Esa es mi Semana Santa. Y esa, intimista, distinta, alternativa, vivencial, es la que te estoy contando en este pregón. Hay tantas Semanas Santas como cofrades a pie de paso en una bulla en Tornería.
La Semana Santa que te anuncio tiene mucho que ver con la hermandad de las Tres Caídas, una cofradía que tuve la suerte de conocer hace muchos años, y de la que presumían sus jóvenes con orgullo. El mismo orgullo con el que ahora, que ya no son tan jóvenes y que ocupan cargos de responsabilidad en la junta de gobierno, hablan de una de las hermandades más cuidadas en lo estético de nuestra Semana Santa.
Y les llamamos, en muchas ocasiones, de forma despectiva… hermandades de diseño. Qué sabremos nosotros lo que es el diseño, si el Señor delas Tres Caídas no ha perdido un ápice de la devoción que tenía cuando lo trasladé, de forma sencilla, hasta el Sanatorio de San Juan Grande, cuando el siglo comenzaba…
Qué sabremos de diseño los que hoy nos quedamos, embobados, en el perfil radiante de la Virgen de los Dolores, una talla que sólo cuando la besas, y notas el frío de sus manos, te das cuenta que no es real…
¿Qué sabremos nosotros de todo esto?
Vas, cuajada de Dolores
y nadie te dice nada.
Caminas tras Él cansada
Tres Caídas, tres errores…
Quién ha puesto aquí, señores,
luz de sombra en tu camino.
Qué llorar tan cristalino
y cuánta pena en tu cara…
Normal que Cristo te amara
aún sabiendo su destino.
En esa búsqueda de la perfección se encuentran también las nuevas hermandades, las que luchan día a día por parecerse a sus mayores y con las que, y os ruego que reflexionemos todos sobre esto, no tenemos siquiera un detalle de esa misericordia que nos pide el papa Francisco.
Con apenas dos o tres centenares de hermanos, estas hermandades se han convertido en el motor de su barrio de referencia, a la par que van tallando sus imágenes devocionales, completando sus misterios, realizando sus pasos de palio. Vienen desde el Pelirón, como el Consuelo, que ya se permite el lujo de ir apagando las luces de Tornería para crear momentos mágicos, o desde San Benito con los sones alegres pero contenidos de la Clemencia. Desde la Granja con el poder soberano de una corporación que hace suyo el tiempo de Dios, o desde más allá de la Plata, desde un santuario que robó las ilusiones de muchos cofrades de la Redención, porque todos los ingresos iban destinados a la construcción del templo, en lugar de a la realización de un paso de misterio.
Vienen incluso desde más allá, con tanta Bondad en sus formas, que sería injusto que el pregonero no pidiera para ellos, en el pregón, un poco de Misericordia…
Sinceramente, creo que con estas hermandades, habría que tener un poco más de humildad, y de paciencia, en algunos comentarios que hacemos, porque son las que han impulsado una Semana Santa mejor de la que teníamos hace apenas veinte años. Y nadie se lo ha reconocido jamás.
¿Cómo comparar una devoción que apenas comienza con el reinado jerezano del Cristo de la Expiración? No… Nunca me gustaron las cofradías de Champions, o de Europa League. Hay que acercarse a Dios con los ojos de un niño, siempre emocionado ante la cercanía de Dios y de la Santísima Virgen. Con los mismos ojos del chiquillo que miraba las melenas del Cristo de la Expiración, cayendo sobre la espalda del Redentor, en el último besamanos que se realizó, hace escasas fechas en San Francisco.
Ojalá le expliquen a esa criatura que el Cristo, sin su ermita, parece menos, pero sigue siendo el mismo. El mismo que ha conquistado esta ciudad con el son de sus horquillas, siempre navegando sobre el barrio de San Miguel. Tan cercano al pregonero como la reja de la iglesia de San Francisco, una cuaresma cualquiera, cuando los fieles se congregan ante el Señor de la Vía Crucis, y su Madre de la Esperanza, queriendo romper los barrotes que separan su vida, de las nuestras.
Mi barrio. Y por tanto… mi Cristo. Un Cristo que expira un último aliento, sabedor de que la vida se le escapa a mares por las playas de San Telmo.
Cuando el Cristo
en la puerta de la Ermita
expirando va por última vez
un terremoto sacude Jerez
dejando un halo de pena
infinita.
Por qué tu muerte, Señor,
si está escrita
esta historia de amor
con nitidez…
Si a tu Pueblo le falta madurez
para entender esa voz que
te grita.
Sus palabras, siete
cuchillos son
clavados en el corazón
del Valle.
Su aliento, caudal de su
corazón
que se encaja lentamente
en el talle
de una Virgen que tiene
la misión
de velar por el Señor
aunque calle.
Siete cuchillos son los que traspasan el corazón de María, aunque nosotros, en Jerez, siempre asociaremos los Siete Cuchillos con los Siete Dolores de María, al recibir, muerto, a su hijo en sus brazos.
Y es que… eso no debería ser. Discrepo de quien dice que estamos preparados para enterrar a nuestros padres, mitigando así el dolor de un hijo ante la soledad de la vida pero… eso no debería ser, Señor.
Es, ante las angustias de María, ante el sufrimiento de una Madre acunando a su hijo, dormido para siempre en su regazo… Es ante la Virgen de las Angustias, donde tiembla la fe.
Qué misericordia es esa, Señor… Cómo permites ese sufrimiento de tu Madre, la que se entregó, por ti, y por mí, en cuerpo y alma en la historia de la salvación del hombre… Cómo no tallarla, como no pintarla, espasmódica, sentada, tirada, rota del dolor ante la muerte de su Hijo.
No me hables de la fuerza de la fe de María. No me hables de su fortaleza… Quién no se rompe ante la muerte de un hijo, un hijo al que han humillado, maltratado y asesinado en el Calvario, en uno de los momentos más desgarradores de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Sola. Tú sola, María.
Ya no hay nadie más…
No hay nadie.
El camino de la cruz,
por si no fuera bastante
culmina con tu hijo en
brazos…
en tus brazos… un cadáver.
¿Qué Dios puede querer esto?
¿Por qué un martirio tan
grande?
A quien le diste la vida…
¡sangre de tu propia sangre!
hoy se muere en tu regazo
sin saber qué nombre darle.
Muere Dios por las Angustias
construyendo una pirámide
pues del manto a la corona
es triangular esta imagen
que refleja como pocas
el dolor de este romance.
Muere Dios en las Angustias
y ojalá la brisa amaine
que a la hora nona en punto
sólo había temporales.
Sóla. Tú sola, María
en el final de este viaje...
ante la muerte de Cristo
ya clavado sin su clámide
a menos que Dios disponga
punto y seguido a mi frase.
Que por mucho que me
expliquen
los caminos de Dios Padre…
que aunque quieran razonar
el odio de esos salvajes…
Quién puede ver a la Virgen…
Seguir confiando en los planes
de ese Dios que ha permitido
que siete cuchillos sangren
traspasando el corazón
de una forma miserable.
Estás sola, María… Tú…
ni Dios mismo te complace.
Dime… Qué fé es la que tienes.
Qué creencias ejemplares.
Cómo puedes ya creer…
teniendo a tu Hijo delante
muerto… muerto y condenado
de una forma inevitable.
¿No es Dios mismo quien
podía
abrir en canal los mares?
Acaso Dios no sanó…
no frenó aquella barbarie
que quería lapidar
a quien antes era amante…
Acaso Dios no podía
con una legión de ángeles
desclavarse de esa cruz
perdonando en ese instante
y evitándote el dolor
aguándote así los cálices…
Acaso Dios no tenía
poder sobre los lugares
conminándole a los vientos,
implorando tempestades…
caminando por las aguas…
derrocando voluntades…
Sola, Tú sola, María.
y tu vida es una cárcel
derrumbándose en la noche
como un castillo de naipes.
Por eso cada domingo…
voy silente a visitarte.
porque te veo tan sola…
por evitarte ese trance
de velar sola en el luto
de una muerte tan cobarde.
Sólo por eso, Señora…
el domingo por la tarde
sea cual sea mi rumbo
aunque sea un solo instante
estreno Semana Santa
contemplando tu semblante.
Que por mucho que me
expliquen
que la fe… es inmutable…
Necesito poder verlo
justo abajo de mi calle
cuando veo en las Angustias…
las Angustias de una Madre.
También te puede interesar