La Santa Cuaresma (I)
CUARESMAes la palabra castellana que traduce la palabra latina Quadragesima y quiere decir periodo de cuarenta días. Cuarenta fueron los días que pasó Jesús en el desierto, tras ser bautizado por Juan, días en los que estuvo dedicado a la oración y al ayuno, y rechazó las tentaciones de Satanás (Mt 4, 1-11; Mcd 1, 12-13; Lc 4, 1-13). Cuarenta fueron los días y las noches que pasó Moisés en la cumbre del Monte Sinaí antes de que Dios le entregara las Tablas de la Ley; (Ex 34, 28) cuarenta fueron los años que duró la peregrinación de Israel por el desierto antes de entrar en la Tierra prometida; ( Salm 95,10-11); cuarenta fueron los días que anduvo el santo profeta Elías por el desierto luego de comer el pan que Dios le había mandado y con cuya fuerza fue capaz de llegar hasta el Monte Sinaí (1 Re 19). Cuarenta fueron los días en que Cristo resucitado, antes de subir a los cielos, se apareció repetidamente a los apóstoles y discípulos (Hch 1, 3)I para ilustrarlos acerca del Reino de Dios: Creen por ello los historiadores de la Liturgia que la Iglesia de los primeros siglos, mirando estas cifras, fue alargando el corto periodo inicial de ayuno preparatorio a la Pascua hasta alcanzar los cuarenta días, y llamarse así a este período Cuaresma.
Como consta por los textos litúrgicos, desde los más antiguos hasta los más recientes, la Cuaresma en el sentir de la Iglesia, es un tiempo de conversión y penitencia, un tiempo de austeridad y mortificación, un tiempo de mucha oración – privada y comunitaria - y es sobre todo un tiempo de caridad y misericordia, porque sólo accederemos o recuperaremos nuestra identidad cristiana si llegamos a amarnos como Cristo nos amó, es decir no sólo con palabras sino con obras auténticas de caridad y solidaridad. (1 Jn 3,18).
Será conveniente recordar que la Cuaresma no es de suyo un tiempo dedicado a dar especiales cultos a la Pasión del Señor o a los Dolores de la Virgen María. No es tampoco un tiempo que la Iglesia dedique a dar especiales cultos a las sagradas imágenes, que , como bien sabe el pueblo de Dios , no son adoradas, porque no son ídolos. Las sagradas imágenes son sólo veneradas, y con una veneración relativa, es decir no por sí mismas sino por lo que representan. En el antiguo Ritual Romano en la oración de bendición de una imagen se dice que Dios permite pintar o esculpir imágenes y efigies de sus Santos “ut quoties illas oculis corporis intuemur, toties orum actus et sanctitatem ad imitandum memoriae oculis meditemur etc…” traducido: “para que cada vez que las contemplamos con los ojos del cuerpo otras tantas veces con la mirada del recuerdo meditemos en sus acciones y santidad para imitarlas etc.”
Con el tiempo la Cuaresma quedó como el período final de la preparación al bautismo que se administraba por el obispo en la Vigilia Pascual y también como periodo final de la penitencia pública de los penitentes, que recibían la reconciliación en la mañana del Jueves Santo. Al comenzar la penitencia pública los penitentes dejaban sus ropas ordinarias y se vestían de saco y se echaba ceniza sobre sus cabezas (Est 4, 1; Is 58,4) para que la suciedad del cuerpo indicara la suciedad del alma por el pecado, suciedad de la que querían lavarse mediante la penitencia. Cuando entre los ss. VIII-X desaparece la penitencia pública y se pasa –por providencia de Dios , según el Papa¡ Pío XII - a la actual disciplina de la confesión frecuente con el sacerdote autorizado, seguida de una penitencia leve y privada, empezó la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles el miércoles inicial de la Cuaresma.
A lo largo de los siglos la Iglesia fue adaptando los ritos de la Cuaresma, en torno al bautismo y la penitencia, a lo que entendía eran las necesidades de una adecuada pastoral. La ausencia ya de los penitentes públicos y la generalización del espíritu penitencial a todos los fieles dieron centralidad plena a la misa que se hizo diaria y empezó a tener cada día, en las antífonas, oraciones y lecturas, su propio mensaje peculiar.
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