Viernes y Sábado Santo en Jerez: Los ocasos presentidos
Por la Alameda Cristina clarea el Viernes Santo con dos gamas cromáticas que acentúan los contrastes penitenciales de la gran Noche de Jesús. El negro de la Buena Muerte enfilará Porvera buscando cantes grandes llegando a Santiago. El río de fervor morado multiplicará los perfiles devocionales de un Jerez que, en una noche, ha vuelto a descubrir la esencia eterna del pueblo. La calle Sol será centro neurálgico de la ciudad todo el día. En la Plazuela, mañana de esperanza eterna y tarde de efluvios sempiternos donde la ciudad hará ondear la bandera negra de una barca con tres cruces; emoción incontenida de la gente que, hoy más que nunca, es barrio barrio.
La tarde del Viernes Santo es el Cristo; así de definitivo; a secas, sin más. Barrio de San Miguel, viejo, profundo, sabio… eterno; el del Campillo y Cerrofuerte; barrio que trae brisas marineras de playas míticas de cuando la geografía, dicen, que tenía otro sentido. Viernes Santo que es tarde, que es ermita, que es arbolito en la lejanía, que es recuerdo permanente de patio de vecinos, que es bello bacalao bordado por manos amorosas, que es nostalgia de horquillas colorás, que es vela marinera en la que Él aparece, que es San Telmo y que es el Cristo.
Viernes Santo que es diferente a todo. En él, la medida de los nuevos cánones se hacen trizas. Hoy, como ocurriera en la Noche de Jesús, lo eterno de Jerez encuentra su rumbo. Todo queda suspendido en un paso que oscila y que rompe el discurso de lo que, ahora, quieren hacer lo único y definitivo. Viernes Santo que se extiende entre tulipas y hace cambiar la fisonomía de una tarde de ocasos presentidos y muerte salvífica.
Viernes Santo de esplendor en la vieja Albarizuela, el arrabal donde un simple palomar puso nombre a una calle. Por Bizcocheros una imagen de niña bella señoreará desde las alturas de su nombre. En el Loreto todo es etéreo; inmensidad en la sencillez; lo mínimo que se hace máximo absoluto; resplandor que llena lo solitario en su silente soledad. Por las Viñas, el poder de una hermandad que ha conquistado tiempo y edad, que ha dejado atrás lo que, quizás, no mereciera la pena, para asumir la verdad de lo que es, ya, una feliz historia que se ha hecho grande, valiosa y que tiene ante ella el espíritu abierto de un futuro ilusionante.
La Porvera es como la gran nave catedralicia de la ciudad. En ella casi podríamos situar algo así como capillas laterales que forman un espacio arquitectónico ensolerado en las bodegas del tiempo; casas señoriales que encierran viejos relatos de vida. Al final de la calle, cuando Lealas, Ponce y Ancha parecen configurar un especial crucero, la Victoria se hace retablo para atesorar dos obras de auténtico esplendor imaginero. Ortega Bru magnificó el sentido real de la expresión doliente en un conjunto donde lo imposible se hace posible. Y, además, para que la eternidad de lo artístico patentice su sentido más humano, la Soledad, el gesto sereno del dolor, la profundidad de un pellizco de amargura por el que están descendiendo de la cruz dos Santos Varones llenos de energía plástica, el misterio de la pena honda. La Soledad es, también, tarde de Jerez; Viernes Santo único donde se amalgaman los gestos de lo sublime.
Cuando la tarde haya perdido la luminosidad del día y se haga presente, más si cabe, el luto total por el que fue crucificado a las tres de la tarde, Jerez sentirá el repeluco de un tiempo que ha dejado su indeleble huella. La emoción de los días permanecerá latiendo.
Mañana será Sábado Santo de reconquista; la inmediatez de lo que se recupera impondrá su justa potestad. Desde Santiago, la excelencia de un tiempo llegará manifestando lo eterno de un arte grande, que en el Cristo de las Almas se justifica manteniendo los esquemas de una escultura con la dimensión de lo absoluto. Rigor en un Cristo muerto que expande lo trascendente de esa imaginería que es clásica por eterna. Capuchinos volverá a abrir sus puertas para un cortejo fúnebre que transita con ecos clásicos en unos tiempos que se abren al futuro.
Y antes de que llegue la hora, se hará presente la magnitud del hecho que cambió el signo de la humanidad. El Santo Entierro de Cristo. Luto en la gente, luto del pueblo, luto en el ambiente. Jerez se hace entierro; funeral solemne de la ciudad. Despedida de un tiempo que ha pasado como un rayo. Sólo queda en las retinas la belleza inconmensurable de la Piedad y la visión de un manto que permanecerá omnipresente en una retina dilatada por tanta emoción. La Pascua de Resurrección nos abrirá los horizontes a una nueva vida.
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