“En la religiosidad popular me he encontrado con gente de profunda fe”

Daniel Cuesta Gómez | Religioso de la Compañía de Jesús

El diácono jesuita sostiene que la Semana Santa de 2021 tendrá que vivirse “en oración, fraternidad y paciencia”

El padre Daniel Cuesta Gómez, S.J.
El padre Daniel Cuesta Gómez, S.J.
Manuel J. Mesa

24 de enero 2021 - 05:10

Jerez/Daniel Cuesta Gómez, religioso de la Compañía de Jesús, nació en Segovia el 16 de abril de 1987. Graduado en Historia del Arte y Humanidades y la licenciado en Teología Fundamental en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Hasta el momento ha publicado cuatro libros sobre religiosidad popular castellana y andaluza. Su quinta publicación verá la luz el próximo mes de febrero bajo el título de 'Luces y sombras de la religiosidad popular'. El interés de este jesuita, actualmente ordenado como diácono, por la piedad popular le ha llevado a estudiarla de forma exhaustiva. Sus publicaciones dejan claro que las diferencias entre la Semana Santa andaluza y castellana tan solo son tópicos.

—¿De dónde le viene el interés por el mundo cofrade?

—Es algo que me ha acompañado desde niño y no sabría decir muy bien cuándo empezó porque es algo que recuerdo desde siempre. Para mí la Semana Santa era y es la fecha más importante del año. En mi parroquia era algo que aglutinaba a muchísima gente, que hacia volver a los que estaban lejos de la ciudad, que congregaba a las familias. Recuerdo que se preparaba con muchísima antelación y eso, te iba poco a poco metiendo en el ambiente por medio de los ensayos, los cultos, las reuniones, y todo, con la parroquia como centro neurálgico. Yo empecé a salir en procesión con seis años recién cumplidos, llevando un farolillo con una vela de cera para acompañar al Cristo Yacente de la Catedral de Segovia. Se trata de una imagen impresionante de Gregorio Fernández, una obra barroca que conmueve a todos los que rezan ante ella en su capilla durante el año, y que sobrecoge y hace derramar muchas lágrimas a los que la ven pasar en procesión. Mis vivencias cofrades están asociadas a esta imagen y a la parroquia, como dos expresiones de lo que debe articular la vida de todo cristiano: Jesucristo y la comunidad. De hecho, me gusta pensar que cuando acompañamos procesionalmente a la imagen del Yacente, estamos significando aquella metáfora que utiliza San Pablo para hablar de la Iglesia: un cuerpo que tiene a Cristo por cabeza. En definitiva, el mundo cofrade ha estado presente desde muy pronto en mi vida, casi podríamos decir que por ósmosis del entorno (aunque reconozco que mi afición y mi devoción personal también han hecho que lo viviera de una manera muy intensa, que algunos dirían que es casi exagerada). Pero, al volver la vista atrás y contemplar mi historia personal y mi historia de vocación, lo cierto es que no puedo entender la fe sin la mediación de Dios que para mi ha sido el mundo cofrade. Desde niño, en el momento en el que me fui al noviciado, y después, a lo largo de mi formación. Dios se ha hecho presencia en mi vida a través de las cofradías, de las imágenes que he conocido, de las procesiones en las que he participado, de las personas que he conocido…, y es algo de lo que estoy profundamente agradecido.

—¿Qué características tiene la Semana Santa de Castilla? ¿Y qué tiene de particular la andaluza?

—Hoy día conocemos dos celebraciones con una misma esencia (la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo) pero dos modos de expresarse muy diferentes. Los tópicos dicen que la Semana Santa castellana es austera, rigurosa y penitencial, mientras que la andaluza está revestida de un carácter más festivo. Creo que estos tópicos, teniendo algo de verdad, son también muy matizables. Muchos de los que dicen que la Semana Santa en Andalucía es más jovial que en Castilla, olvidan que cuando el Nazareno del Silencio (por poner el ejemplo de una Hermandad a la que pertenezco) sale a la calle en la Madrugada del Viernes Santo sevillano, el ambiente no puede ser más silencioso, devoto, riguroso y penitencial. Y, por poner un ejemplo castellano, creo que la escena de las familias reunidas para merendar en las inmediaciones de la Catedral de Zamora (tradición que se produce desde tiempo inmemorial mientras los pasos hacen “fondo” para descansar), muestra que la Semana Santa castellana también es una fiesta. Pero además de todo esto, lo curioso del caso es que, estudiando me di cuenta de que en realidad estas dos maneras de ver la Semana Santa que hoy conocemos de una manera estereotipada, son en realidad algo mucho más reciente de lo que nos imaginamos, puesto que vienen de la época del Romanticismo. Si se consulta los documentos antiguos, y las publicaciones de los estudiosos, uno se da cuenta de que durante el Renacimiento y el Barroco las procesiones de Semana Santa en Castilla y Andalucía eran prácticamente iguales en su formato (aunque con sus peculiaridades, claro está). Todas ellas eran procesiones rodeadas de un ambiente penitencial y de oración. Estaban marcadas por el rigor del luto y del silencio roto por las voces y los instrumentos musicales que marcaban no solo el paso, sino también el tono del desfile procesional. Pero, tanto en Castilla como en Andalucía, estas procesiones eran lujosas, puesto que el fasto no estaba reñido con el rigor del luto y la penitencia. Hay que pensar que se trataba del duelo por el Hijo de Dios, por el Rey de Reyes, y por tanto debía de hacerse con toda la solemnidad posible. Así, en las procesiones castellanas no faltaban los pasos tallados y dorados por grandes maestros, los bordados, la orfebrería y tantas otras cosas que solemnizaban la procesión. Esto en el fondo es algo lógico, puesto que, si el ajuar y la decoración de las iglesias eran exuberantemente barrocos, ¿cómo no iban a serlo también las procesiones? Sin embargo, en mi libro de La Esencia explico como todo esto cambió con las que Carlos III atacó a la Semana Santa. Esto, unido a la crisis que azotó a Castilla posteriormente, hizo que las cofradías castellanas tuvieran que malvender su patrimonio para poder salir a la calle. Básicamente ahí nace lo que hoy conocemos como “austeridad castellana”, que nunca fue tal. Después, el Romanticismo empezó a dibujar estos dos tópicos, espoleando a los miembros de las hermandades de barrio andaluzas a no reprimir los sentimientos y dar a la Semana Santa el carácter de una fiesta. Y así, hoy día conocemos estas dos celebraciones de una manera diversa a como eran en origen. Un proceso histórico muy interesante, que a mi personalmente me apasiona.

El sacerdote jesuita presidiendo en una cofradía.
El sacerdote jesuita presidiendo en una cofradía.

—Siendo un clérigo tan joven, cuenta con numerosas publicaciones sobre la religiosidad popular. ¿Qué le movió a escribirlas?

—La verdad es que fue la vida misma. En el caso de mi primer libro, se trata del trabajo de fin de grado que realicé en Salamanca. El tema me apasionaba, puesto que era meterse de lleno en el Barroco desde la óptica de la Semana Santa, abordando la espiritualidad, la literatura, los grabados, la pintura y la escultura. Al final escribí muchas más páginas de las que podía presentar y, por ello, me animaron a publicarlo. Reconozco que leer e investigar sobre el mundo de la Semana Santa desde una clave que aúne la historia, el arte y la fe, es algo que siempre me ha apasionado.

El caso del libro de La procesión va por dentro nace de otra manera, puesto que se trata de la petición que me hizo un compañero jesuita desde el Grupo de Comunicación Loyola. Se trataba de escribir un libro para ayudar a los cofrades a vivir su experiencia de fe en profundidad desde las cofradías y, a la vez, de explicar a los no cofrades cómo se vive la fe en una hermandad (rompiendo con muchos tópicos que existen sobre ellas). Lo cierto es que fue todo un reto, muy distinto del de escribir desde una perspectiva histórica, porque aquí se trataba de reflexionar y sistematizar desde mi formación y sobre todo desde mi experiencia de fe. Posteriormente algunas personas me han dicho que el libro les había ayudado mucho, porque había puesto palabras a su experiencia vital de seguidores de Jesucristo desde el ámbito de la religiosidad popular. Como jesuita, esto es algo precioso, puesto que te muestra que la propia experiencia y la formación pueden ayudar para iluminar la vida de fe de mucha gente.

—¿Cómo es la vida de un estudiante en Roma durante la pandemia?

—Es extraña, como lo son los tiempos que vivimos. Aquí en Italia las clases de la universidad son online desde el mes de noviembre, con lo que se echa mucho de menos el poder ir a las aulas, compartir con otros compañeros, conocer gente, tomar un café en la facultad… Además, en Roma todo es bastante limitado (como en España), no se puede salir de la región, hay toque de queda, los negocios cierran temprano, y la ciudad está muy vacía. Estamos viviendo una experiencia distinta que esperemos pase pronto, pero la situación es preocupante.

—En ocasiones, algunos religiosos dicen que la religiosidad popular no responde al espíritu evangélico...

—Algunos dicen eso, como otros dicen que la Iglesia no responde al espíritu evangélico… Por eso me gusta huir de las generalizaciones y hablar de casos concretos, de vidas de personas reales. Mi experiencia personal es que, tanto en la Iglesia como en la religiosidad popular (que es una realidad eclesial, no lo olvidemos), me he encontrado con personas de una fe profundísima, un espíritu evangélico hondo, y una vivencia de la comunidad y la fraternidad cristiana impresionantes. Los conozco con nombres y apellidos y he vivido con ellos muchas historias que me hacen constatar que el Espíritu de Dios está vivo y sigue actuando en la Iglesia y en la religiosidad popular, pese a lo que digan algunos. Por ello, creo que sus vidas y sus testimonios son la mejor manera de afrontar estas críticas y también de contagiar a otros de este espíritu evangélico que late en el corazón de aquellos que viven su fe con profundidad y radicalidad. Por poner un ejemplo, pensemos en la pandemia que estamos viviendo. No faltan los que dicen que la Iglesia y las cofradías no han hecho nada por los demás, por los enfermos, ni por los que sufren. Bien, pues esta imagen se puede contrastar con el testimonio de aquellas religiosas y mujeres de cofradías que se han dedicado a hacer mascarillas, aquellos jóvenes cristianos y cofrades que han repartido alimentos por las casas, llamado por teléfono a los que están solos, etc. En definitiva, hay personas que no responden al espíritu evangélico en la religiosidad popular y en la Iglesia (y hacen mucho ruido), y luego hay otras muchas personas que, de manera silenciosa, responden.

—¿Cuáles son sus propuestas para una Semana Santa sin procesiones en un nuevo año marcado por la pandemia?

Fundamentalmente tres: la oración, la fraternidad (que lleva de suyo la solidaridad) y la paciencia. Nos toca vivir unos tiempos difíciles. En marzo del año pasado pensábamos que se trataría de unos quince días o un mes, y que después ya podríamos celebrar la Semana Santa. Después la realidad nos mostró que la cosa era mucho más complicada. Soñábamos entonces con una procesión magna en septiembre, con la Semana Santa de 2021, y, la historia ha sido bien diferente. Toca tener mucha fe y mucha paciencia, para cuidar los unos de los otros siguiendo el modelo del Señor Jesucristo y pidiéndole a Él la fuerza y la creatividad para llevarlo a cabo.

—En febrero se publica su quinto libro. En él usted cita una entrevista realizada en este diario a D. Salvador Aguilera. ¿Qué nos aportará su nuevo libro?

—Se trata de un libro que quiere abordar las Luces y sombras de la religiosidad popular, desde los textos de los Papas, los obispos del Sur de España, los teólogos y también desde la experiencia concreta del Pueblo de Dios. Es un libro en el que hago un recorrido por la religiosidad popular desde un realismo esperanzador. Es decir, asumiendo sus sombras, pero siendo consciente de que las luces brillan mucho. En él tiene mucho protagonismo el Magisterio del Papa Francisco, así como algunos de sus gestos en los que ha mostrado su amor por la religiosidad popular y lo que la valora: el día de su elección como Papa, la Urbi et Orbi en medio de la pandemia, etc. Creo que se trata de una obra para hacer reflexionar y para ayudar a profundizar en el mundo de la religiosidad popular, para poder descubrir que es un “espacio privilegiado para la evangelización, para acercar el Evangelio al Pueblo, para la conversión del corazón a Dios”, como dice el Cardenal Amigo en el prólogo.

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