Desde dentro: Una Magna Mariana en clave de sol

Crónica improvisada de un informador que tuvo el honor de vivir este magno acontecimiento tras el palio de las Aguas junto a la banda de ‘Santa Cecilia’ de Málaga

Así le hemos contado la Magna Mariana de Jerez

El palio de Nuestra Señora de las Aguas. / Manuel Aranda

Me piden desde el Diario que haga una crónica improvisada de lo que ha significado para el cofrade que suscribe —que no para el informador— esta Magna Mariana. Cuál ha sido mi visión y cómo he encajado la experiencia vivida. Así que cuando aún sobrevuela por el techo de la iglesia de San Rafael el humo de la cera recién apagada del paso de palio de Nuestra Señora de las Aguas, me pongo a escribir sacando todo el oficio que uno puede tener dentro porque ni son horas para pegar ‘teclazos’ ni momento para plasmar el torbellino de sensaciones vividas. Pasarán días para deshacer el nudo que todavía mantiene atados esos profundos lazos que me unen a esta hermandad y a este barrio. A una parte importante de mi vida. 

No cabe duda de que mi Magna ha sido muy concreta. En esta ocasión no he cogido el objetivo ojo de pez para tener una mirada general de lo ocurrido. Todo mi yo se ha reducido a la trasera de un palio donde iban congregadas las ilusiones de un barrio que cada vez se identifica más con su hermandad. El manto de Nuestra Señora de las Aguas dejaba una estela de mar viva en el que se describía un sueño cumplido. No cabe duda de que, con trabajo y entrega al máximo, todo puede ser posible. Es por ello por lo que esta crónica improvisada puede no interesarle a una mayoría de lectores que buscan la información de manera conjunta, que sería lo lógico. En esta ocasión, el cronista de muchos actos cofrades, firma en la parte final de toda una información más detallada de la cual no he querido hacerme cargo. La vida, en ocasiones, debe abrirse paso e ir por delante de lo puramente laboral.  

Mi Magna ha sido una reflexión continua del ‘milagro’ cumplido. Un prodigio anclado en el rostro de dolor sostenido que es un primor de hermosura y que se llama Aguas. Todo ello con un pinganillo en la oreja y un buen puñado de negras y semicorcheas que sobrevolaban por mi cabeza en clave de sol. Porque para mí, la música siempre ha ido por delante de la literatura. Me tocó ir con una banda que ha dado lo mejor de sí misma: ‘Santa Cecilia’ de Málaga que se ha desfondado tras el palio de las Aguas. Sonoridad, regulación y afinación dirigida por su joven director Carlos Arrabal Castaño. Y todo ello escapando de cualquier destello de fuerza y alarde que en muchas ocasiones solapa lo fundamental que es la armonía. Me refiero a esos metales que se suben hasta las viguetas y que socaban la melodía y el fundamento propio de una obra. Una forma de proceder muy al uso en las bandas cofrades actuales. Hoy, Santa Cecilia ha sonado a piropo en forma de acorde de terciopelo azul. Y a mirada al pasado cuando ha sonado ‘Esperanza de Triana’ y ‘Pasan los Campanilleros’, siendo fieles a la definición de Manuel López Farfán y haciendo los coros de ambas marchas. ‘Santa Cecilia’ ha sido todo un descubrimiento para el Jerez cofrade que debería de apuntar en el bloc de bandas a tener en cuenta de cara al futuro. Creo que tiene el Martes Santo libre. Y lo tiene porque las Aguas no podrá cumplir el sueño de salir cada año bajo palio, de momento.

He visto a mucha gente desde el lugar que ocupaba junto a la banda. He observado la mirada de muchos niños embelesados en el rostro de María. He sentido cómo durante unas horas, la Madre de Dios, el gran tesoro del catolicismo, ha reinado en la ciudad. He disfrutado con el encuentro con los amigos que afortunadamente son muchos. He comprobado cómo estaba tomando parte de un momento histórico para la ciudad como un extra situado en un segundo plano. Ha sido una película maravillosa hasta el final. Me he perdido a los Remedios bajo palio, a la Piedad a la que tanto quiero en su nuevo organigrama iconográfico, el Mayor Dolor saliendo del Calvario, a la Reina junto al coro de Julio Pardo, a la Virgen de las Encarnación con música —al igual que al Dulce Nombre— o a la Virgen del Socorro con el ‘manto de la duquesa’. Pero uno no tiene el don de la ubicuidad. También he ganado al acrecentar más la devoción a esta Virgen de Sevilla, tan guapa Ella, que apenas conocerla me ha atrapado para siempre. No he visto que las hermandades jerezanas quisieran cumplir el expediente. Más bien he podido comprobar tras el manto azul que nuevamente las hermandades son instituciones serias y maduras como consecuencia del paso de la historia que ha crecido entre sus muros.

Ahora que escribo casi en la oscuridad del templo de San Rafael, cuando ya las volutas de humo se han confundido con la bóveda de cañón del templo, miro el Señor de la Salud. Tan escondido en estos días pasados. Dando un paso atrás para darle todo el protagonismo a su Madre. El gran hacedor de todo. Las manos me tembliquean más de la cuenta sobre el teclado y este es el aviso de que tengo que rematar el encargo que me hacen desde el Diario. Ha sido una Magna Mariana irrepetible desde lo puramente personal. Un motivo más para sentirme cofrade, aunque en demasiadas ocasiones repruebe el advertirme así. Unas horas para el recuerdo. Y siempre bajo la clave de sol. Ese sol que irradia la luz del Señor bajo la penumbra de la iglesia tras la inesperada salida de la Virgen de las Aguas. La próxima, Ella sabrá. 

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