Los flojos de las cofradías (IV)

Anselmo Spínola

18 de marzo 2016 - 11:50

UN buen flojo de cofradía para perpetuarse en el candelabro debe periódicamente inventar duelos, desafíos y afrentas con las que mantener un discreto enojo y así justificar que no la dobla. Y precisa que esa lucha tenga cierta trascendencia para que la justificación se conozca entre el común de la Hermandad.

Los cabildos o juntas generales resultan un escenario propicio para estos fines. El flojo congénito, ante la parroquia de los incombustibles -que salvo raras excepciones, son los únicos que acuden a los cabildos-, interpelará a la Junta de Gobierno, sobre las idiotez más extravagantes o las obviedades más peregrinas. Y, seguramente, manifestará su desacuerdo en base a alguna memez sobre el cumplimiento de tal o cual requisito. El defecto, de existir, se convierte en afrenta; la afrenta en enojo; y el enojo en salvoconducto de la vagancia.

Si precisa de mayor teatralidad no se agotará con el Cabildo General sino que amenazará con acudir a las instancias superiores que fueren necesarias aunque con ello pierda el tiempo y el dinero. Y así recurrirá al superior y al superior del superior y a la Conferencia Estelar y al Consejo Intergaláctico. Objetivo cumplido: una buena temporada en dique seco.

Si la Cofradía tiene la desgracia de contar con un nutrido grupo de flojos, de inmediato, el destino les hará compañeros de viaje y corearán al flojo caudillo que es quien dará la cara –y se llevará las bofetadas-, empujado por el flojo listo que nunca aparece. En este sentido el destino es cruel. Enemigos confesos -si son flojos-, resultan camaradas amigables cuando se trata de preservar los riñones de sobrecargas y tumefacciones.

(Continuará).

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último