Los ocasos de una verdad presentida y realizada

Cuando la ciudad se haya desperezado en morado discurrir penitencial; cuando Jerez haya postergado la pena grande calle Larga hacia abajo, con ese silencio no forzado que acompaña a Jesús hasta Cristina envuelto en un manto nazareno; ese que ha sido emblema en la noche más auténtica, la Noche de Jesús. Y cuando la alboreá deje el ceniza medio celeste que anuncia la mañana y la Esperanza tiña de verde el sentido de una ciudad cubierta con la capa de un pueblo viejo y sabio; cuando el negro de la Buena Muerte enfile la Porvera buscando la intensidad exuberante de los cantes grandes, allá por la calle Ancha y el Arco de Santiago, Jerez nacerá al luto inmenso del dolor por la muerte más cruel que los tiempos han vivido. Todo se ha consumado. Cristo expirará en San Telmo en una tarde donde Jerez se ha hecho Cristo. La Noche dejó de ser de Jesús para afrontar la realidad de un día que es definitivamente del Cristo; así, sin doblez alguna, como esa imagen que busca las alturas asomándose a una vida que otea los horizontes de una ciudad hecha pueblo, también como en la noche, viejo, sabio y eterno; el Jerez del Campillo, de Cerrofuerte y del barrio de San Miguel; el Jerez que mira a los horizontes que presienten un mar que llegó hasta casi la vera; el Jerez que se contrae a los estertores de un Señor que agoniza. El Jerez del Cristo; el Jerez de verdad, aquel que se ensolera en las bodegas del tiempo y que porta los viejos esquemas de un pueblo lleno de sentido. Viernes Santo que es barrio que trae brisas marineras de playas míticas de cuando la geografía, dicen, que tenía otro sentido. Viernes Santo que es tarde, que es ermita, que es arbolito en la lejanía, que es recuerdo permanente de patio de vecinos, que es bello bacalao bordado por manos amorosas, que es nostalgia de horquillas colorás, que es vela marinera en la que Él aparece, que es San Telmo y que es el Cristo.
El Cristo impone la potestad del que todo lo puede, que es grande, que se extiende inmenso por una historia de la ciudad que va infinitamente más allá de todo lo que es la realidad de un presente lleno de esquivos sentidos y de prosaicas situaciones.
En la historia del arte la iconografía de la Expiración va a tener muchas obras que ponen en pie los valores artísticos de una escena llena de dimensión pasional. Aquí Expiración es sustraerse a la imagen del Cachorro, esa exuberancia del barroco sevillano que el genial escultor utrerano, Francisco Antonio Ruiz Gijón hiciera para bien del arte. Obra rodeada de leyendas pero que manifiesta la supremacía escultórica de un siglo XVII lleno de infinitos valores artísticos. Cristo sevillano que compite en potestad absoluta con otra Expiración doliente que Marcos Cabrera hiciera en pasta, en dieciocho días, y que es la guía eterna de la Hermandad del Museo de Sevilla. Pero no me resisto a escribir sobre la iconografía del Cristo expirando, partiendo del que hiciera el genio creador de Miguel Ángel, en 1541, para Vittoria Colonna, aquella que, dicen, fue su amante y que pudo muy bien ser el punto de partida de una iconografía muy extendida. La obra de Buonorroti se expandiría en grabados por toda Europa y pudo ser muy bien modelo para una pintura de capital importancia, El Calvario, también conocida como La Expiración de Cristo del español José de Ribera, aquel Españoleto que fue gran abanderado de muchos de los grandes pintores que le siguieron en generaciones posteriores. Pintura que fue encargada por la Duquesa de Osuna y que era pieza fundamental en su retablo de la Colegiata. La obra de José de Ribera fue realizada en 1618 y fue una de las primeras grandes pinturas de su producción. Cuadro que fue muy maltratado por las hordas francesas que esquilmaron miles de cuadros durante la Guerra de la Independencia. Su realidad pictórica es ya totalmente barroca y deja bien a las claras los típicos recursos de un tenebrismo del que Ribera dejó muy buenas muestras. Cristo aparece en el momento justo en el que expira; el cuerpo se contorsiona y el último aliento hace mirar al cielo dejando clara su aceptación y sumisión ante el postrer momento. Después expira y todo acaba presagiando lo que después vendría para la eternidad. La escena se completa con María Magdalena, arrodillada y abrazada a la cruz, San Juan evangelista, María la madre de Cristo, que una mirada llena de inmenso dolor perdida en el infinito. Junto a ella María Cleofás. Un segundo plano desvaído en una nebulosa tenebrista sirve de telón de fondo.
Viernes Santo que es diferente a todo. En él, la medida de los nuevos cánones se hacen trizas. Hoy, como ocurriera en la Noche de Jesús, lo eterno de Jerez encuentra su rumbo. Viernes Santo de esplendor en la vieja Albarizuela, con una Virgen del Loreto donde todo es sencillo, medido, mínimo que es máximo. Viernes Santo por las Viñas, con una Hermandad que va posicionándose en los medios de la excelencia. Y Viernes por La Porvera; inmensidad de expresionismo inconmensurables de Ortega Bruz y serenidad doliente de la Soledad; Soledad que es gesto sereno del dolor y que es, también, tarde de Jerez; Viernes Santo único donde se amalgaman muchos gestos de lo sublime.
Mañana será Sábado Santo de reconquista; la inmediatez de lo que se recupera impondrá su justa potestad. Luto en la gente, luto del pueblo, luto en el ambiente. Jerez se hace entierro; funeral solemne de la ciudad. Despedida de un tiempo que ha pasado como un rayo que no cesa.
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