Ni el tambor ni la corneta ni el racheo, solo las aves se dejan oír

Semana Santa

Sin las bullas inherentes al día, todo ausente y perdido. La ciudad dormida que echó en falta las devociones de un lunes siempre soberbio en Jerez

El misterio de La Cena en plena Carrera Oficial entre gente y naranjos.
El misterio de La Cena en plena Carrera Oficial entre gente y naranjos. / Pascual
F. Abuin

07 de abril 2020 - 06:00

Jerez/Aunque en otras localidades llovió hasta bien entrada la tarde, el Lunes Santo se habría salvado del agua. Qué más da. Un dato intrascendente para la segunda jornada de la Semana Santa. Más vídeos para el recuerdo, más mensajes llamando a la esperanza y el aliento; de que 2021 está ahí mismo -es una forma de hablar-; más visitas a las hermandades por el pastor diocesano en la misma línea que lo hizo el pasado domingo. Ayer sí llevaban mascarillas, algunos.

Y más momentos curiosos captados por los móviles en las calles: marchas desde los balcones, alguno vestido de nazareno -vale los pequeños pero los mayores deberían recordar lo sagrado de vestir el hábito nazareno y no para hacerse el gracioso y ganar en las redes sociales-, velas votivas en las puertas de las iglesias de las cofradías del día, ramos de flores… todo para recordar que era Lunes Santo sin serlo como las cofradías lo entienden.

Salir a la ciudad es desolador, más en el centro donde el batir de tambores, el murmullo o aplausos el gentío o el voceo del ‘dos paquetes un euro’, que debería ser lo normal, es sustituido por el silencio más atronador. El piar de los pájaros manda en un ambiente que invita a olvidarse de la fecha que celebramos y optar por los medios digitales o por dedicarse a otra cosa y olvidar esta pesadilla. Las hermandades no habrían dudado en salir. La tarde en Jerez casi despejó. Temperaturas muy agradables y parece que la cosa del tiempo va a mejor. Qué le vamos hacer. No siempre llueve a gusto de todos.

Imaginemos un Lunes Santo normal. Ilusionémonos con una crónica de la jornada en la que La Sed habría abierto la Carrera Oficial rindiendo su cruz de guía ante el monumento a la Virgen del Rocío en Aladro. Que habría atravesado Puertas del Sur con paso valiente y siempre de frente ganando terreno a su largo itinerario y visionando con alegría el hoy de una hermandad que empujaron los chavales de allí con el cura Soler tomando la batuta y dando prioridad a la importancia que tiene el cortejo, junto a los signos que revelan las túnicas de los hermanos.

Otra de las que aun se puede considerar como de las nuevas habría echado de menos a fray Ricardo, uno de sus grandes valedores. Pero en su honor por la Constancia habrían sonado con fuerza los sonidos cofrades para despertar a ese barrio que tanto quiere a su cofradía de La Paz, una hermandad siempre en la lucha por crecer más y más. Es de las que ilusionan cuando uno se arrima a ella y la vive desde su alma.

La plaza de las Constitución fue todo silencio, algo inaudito en un Lunes Santo cuando por Santa Ana ruge el fervor al ‘Moreno’ de la Plata y a la hermosa Virgen de la Candelaria, cofradía que tanto de bueno atesora entre su gente y conserva como un tesoro su sabor a barrio pero ya con la textura suave y hermosa que dan los años.

Y La Cena. Qué decir de ella. Aquí el cronista pierde la objetividad. Es la hermandad del lunes, con todos los respetos para las restantes. Es la de la sublime sinfonía costalera: compás por delante en el ‘Castillo’ y elegancia serena en el palio de La Paz. Echamos de menos emociones ante el llamador en el desgarrado rostro de Martín y su gente; el camino por San Marcos orillado por el gentío y los verdes naranjos que aún conservan algo de azahar mientras que al último sol del día aún le queda fuerzas para alumbrar esos minutos de gloria. Echamos de menos rostros de la gente extasiada a la que solo había que colocarle un babero para no manchar el terno. Es todo. Es el Lunes Santo. Es La Cena, sinfonía cofrade a la vista y en la oscuridad y los muchos kilos que se soportan tras los faldones.

Sin hacer ruido, seguramente Amor y Sacrificio habría dejado que se oyeran los gorriones y vencejos. Solo el rumor de las oraciones bajo los capuces romperían esa armonía que ante la Señora se le une el racheo de los cargadores en la humildad que quiere exponer la hermandad desde que vio la luz. La Virgen que huele a azahares y alelíes: el aroma del cielo.

Y La Viga, que sabe a Jerez por sus cuatro costados. Al Jerez más añejo solo comparable con los viejos caldos que se acunan en las más señeras bodegas. El Cristo de la Viga es eterno. Es el crucificado de muerte serena, solemne y de cuerpo endeble, el del Hijo de Dios. Ni más ni menos. El Socorro mece su pena y belleza con notas casi siempre nacidas del talento de jerezanos. Eso engrandece el carácter de la hermandad y de esta imagen que tanto nos dice del Jerez creyente, cofrade y devoto.

Este es el Lunes Santo de verdad, el que ayer tuvimos que soñar, el que ayer nos faltó y que por repetido echamos mucho de menos. Cada una de las hermandades nos renuevan, nos dan pellizcos en el alma para despertar nuestros sentimientos que no por repetidos cada año, son menos necesarios.

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