¿Qué está causando la creciente desigualdad?
Análisis
La globalización, los cambios tecnológicos, la deslocalización de las grandes empresas, la debilidad de los sindicatos y una menor presión impositiva están en el origen de esta tendencia.
DURANTE las dos décadas anteriores al comienzo de la crisis, la renta disponible de las familias en los países occidentales creció, como media, un 1,7% anual. Sin embargo, la renta del 10% más rico de la población creció más rápidamente que la del 10% mas pobre. Esta brecha se abrió con especial intensidad en los países anglosajones.
Esta tendencia no se ha modificado durante los últimos años. De hecho, durante el actual período de crisis, la brecha se ha abierto aún mas, afectando también a países tradicionalmente mas igualitarios del Norte de Europa. ¿Cuáles son las fuerzas que están impulsando la desigualdad en los países occidentales?
La globalización ha sido señalada como primera causante de la creciente desigualdad. La intensificación de las relaciones comerciales entre países provoca que los aumentos de productividad se concentren en los trabajadores mejor formados y con una mayor orientación hacia actividades internacionales y tecnológicas. La creciente integración de los mercados de bienes y servicios y financieros internacionales han aumentado la demanda de personas de alta cualificación, que obtienen elevados salarios, contribuyendo a la desigualdad personal de rentas.
En segundo lugar, el progreso tecnológico es también señalado como causante de la creciente desigualdad. En particular, las tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) se considera que exigen una elevada formación para su utilización en los procesos productivos, generado, en consecuencia, desigualdad a favor de los mejor formados. No obstante, es difícil separar los efectos del cambio tecnológico de aquellos provocados por la globalización, al estar íntimamente relacionados.
Ambos factores -globalización y cambio tecnológico- representan cambios estructurales, permanentes, que se han acelerado notablemente durante la última década. Algunos datos nos ofrecen una idea de la intensidad del proceso. Durante los últimos treinta años, la suma de exportaciones e importaciones a nivel global ha pasado de representar un tercio al 50% del PIB mundial.
No sólo el comercio de bienes y las transacciones financieras han contribuido a la mayor desigualdad. Las inversiones que las multinacionales llevan a cabo en países emergentes, adonde desplazan una parte de las actividades que antes realizaban en los países desarrollados, también lo hacen, al afectar de manera desproporcionada al empleo y a los salarios de los trabajadores de los países en donde tienen sus sedes. Cuando una empresa española crea una fábrica en China, los salarios y el empleo de la fábrica española quedan notablemente afectados por ese desplazamiento de la producción hacia China.
En tercer lugar, las políticas económicas aplicadas, las regulaciones y las instituciones, pueden jugar un papel crucial. La desregulación en los mercados de bienes y servicios, las modificaciones en los gastos sociales o el cambio en el poder negociador de los sindicatos han generado efectos profundos sobre la distribución de la renta.
Durante las dos últimas décadas, la mayoría de los países de la OCDE, han llevado a cabo reformas en los mercados de bienes y servicios y de trabajo. Se han liberalizado los mercados de bienes, aumentando la competencia entre las empresas, provocando una presión a la baja sobre los salarios. Además, la protección a los desempleados ha tendido a debilitarse, contribuyendo en una medida importante a la creciente desigualdad.
Los mecanismos de fijación de salarios, tanto en el sector público como en el privado, también se han modificado. En el caso del sector público, la profunda crisis fiscal ha obligado a las distintas administraciones a fijar salarios por debajo de la inflación y, en algunos países, se han producido recortes con bajadas importantes de las retribuciones. Se ha abierto, de esta forma, una brecha mayor entre salarios públicos y privados, especialmente entre las retribuciones más elevadas.
En el caso del sector privado, la debilidad de los sindicatos, junto al gran aumento del desempleo, han ejercido una notable presión a la baja sobre los salarios. La gran demanda de trabajo se une a una escasa oferta, que colocan en situación de ventaja negociadora a las empresas. Los llamados mileuristas, son un resultado de esta situación.
No todas estas reformas afectan de manera negativa al empleo y a las rentas más bajas. Al contrario, existe una clara evidencia empírica que señala que una mayor competencia en los mercados de bienes y servicios generan, a nivel agregado para cada país, mayor empleo, al reducirse las rentas que las grandes empresas obtienen de manera no competitiva, expandiendo la actividad y generando, finalmente, mayor empleo. Si la competencia aumenta, por ejemplo, en los mercados de telecomunicaciones y de energía, las rentas no competitivas -por fijar precios abusivos- que obtienen Telefónica, Endesa o Iberdrola, se verán reducidas, al aparecer nuevas empresas en esos sectores que fijaran precios más reducidos de los servicios que prestan. Esos menores precios afectarán positivamente a todos los sectores de la economía, que mejorarán sus beneficios y el empleo.
El papel crucial que desde el final de la II Guerra Mundial han jugado el impuesto sobre la renta y las transferencias sociales, también se ha debilitado durante esta etapa de crisis. Con anterioridad, el sistema impositivo de los países occidentales era capaz de reducir a la mitad las desigualdades antes de impuestos, habiendo disminuido esta capacidad durante la crisis. La tendencia a unos menores tipos impositivos, junto a la reducción de los beneficios sociales, están claramente detrás de esa reducción en la capacidad de los gobiernos para reducir la desigualdad.
Estas son las principales causas que explican el aumento de la desigualdad. Dejamos para otra ocasión las políticas que contribuirían a reducirla.
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