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Los muertos siguen subiendo mientras la ONU teme lo peor en las zonas rurales

Terremoto en nepal

El miedo a nuevas réplicas o brotes de epidemias empujó a 10.126 vehículos a dejar Katmandú en un día. Un niño de 15 años fue rescatado tras permanecer 120 horas bajo los escombros.

Una niña mira sobre los escombros de la casa cerca de su madre, ayer en Bhaktapur.
J. L. Paniagua (Efe), Katmandú

01 de mayo 2015 - 05:01

La cuenta de muertos sigue subiendo de manera inexorable en Nepal y supera ya los 6.000, una cifra que la ONU da por seguro que aumentará aún considerablemente una vez se llegue a las zonas rurales del país, algo que cinco días después del terremoto consideraba "esencial".

El último balance oficial de muertos alcanzó ya los 6.204 y 13.932 el de heridos, registros que confirman día a día las dimensiones devastadoras de una catástrofe que mantiene a decenas de equipos de rescate movilizados en busca de milagros bajo los escombros.

"En las zonas remotas donde el terremoto fue realmente más violento el sufrimiento es mucho, mucho mayor de lo que estamos viendo aquí; además, la infraestructura allí no tiene la misma robustez que aquí, así que puedes imaginar que las víctimas son mucho más altas", indicó el máximo responsable de la ONU en Nepal, Jamie McGoldrick.

El coordinador de Asuntos Humanitarios de la ONU y, por tanto, máximo responsable de articular toda la ayuda internacional que llega al país, indicó que ya "no se trata de quién ha muerto", sino de lo que se puede hacer "con quien sobrevivió".

"Estimamos que tres cuartas partes de la población efectiva viva en esas áreas fuera de Katmandú", señaló, al rechazar sin embargo entrar en especulaciones sobre la situación que puede haber en esos lugares tras el terremoto del sábado.

El responsable de la ONU restó importancia a las críticas por los problemas en el reparto de ayuda a la población, entendiendo que algunas críticas pueden obedecer al momento.

"Es un momento muy dramático en el que la gente ha perdido sus medios de vida, sus casas, sus seres amados", dijo, afirmando que es importante responder a estos reclamos y "pacificar" a quienes protestan satisfaciendo sus expectativas.

Superado ya el quinto día del seísmo, McGoldrick consideró "esencial" salir con la ayuda fuera de Katmandú y llevar "toda la presión, toda la discusión, todos los medios a donde creo que se necesitan que es fuera de Katmandú a los distritos del epicentro del terremoto", señaló.

"Ahora no hablemos de cifras, sólo para planificar, porque las cifras reales sólo aparecerán cuando lleguemos a la gente que sufre", afirmó.

En Katmandú el drama continúa, al igual que la vida, y ayer los comercios empezaron a retomar su pulso habitual, aunque se resentían por la salida de la ciudad de cientos de miles de personas que trabajaban en el sector.

El presidente en funciones de la Federación de Cámara de Comercio e Industria de Nepal, Pashupati Murarka, indicó que "muchos comerciantes temen aún entrar a sus tiendas", pero subrayó el incremento de la actividad durante el día.

Sin embargo, alertó de que alrededor de 400.000 personas pueden haber abandonado Katmandú, "la mayoría trabajadores", con lo que ello implica para estabilizar el sector.

El suministro eléctrico en el valle de Katmandú se recuperó casi en su totalidad y ya llega al 90% de los usuarios, pero el miedo a nuevas réplicas o a brotes de epidemias empujó a 10.126 vehículos a abandonar Katmandú en las últimas 24 horas, según la Policía nepalí.

Mientras tanto, a los equipos de rescate se les acaba el tiempo para encontrar milagros en Nepal cinco días después de que un terremoto tumbara como fichas de dominó miles de edificios en los que quedó atrapado un número de gente aún imposible de saber.

Ayer, sin embargo, un niño de 15 años, Pemba Lama, fue rescatado entre vítores 120 horas después de quedar aprisionado en las ruinas del edificio de siete plantas en que trabajaba en una pensión del área capitalina de Gongabu.

En los últimos días, además, han sido encontradas con vida a varias personas en situaciones inverosímiles, alegrías que hicieron cambiar el semblante en rostros cansados de recibir malas noticias.

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